𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟑

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❝𝐐𝐔𝐀𝐄𝐒𝐓𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐒𝐈𝐍𝐄 𝐑𝐄𝐒𝐏𝐎𝐍𝐒𝐈𝐒❞

Si había algo que le molestara profundamente a Elina —y vaya que había muchas cosas en esa lista interminable—, era que la mandaran a misiones inútiles

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Si había algo que le molestara profundamente a Elina —y vaya que había muchas cosas en esa lista interminable—, era que la mandaran a misiones inútiles.

No es que no le gustara su trabajo; sabía que ser la guardia personal del rey venía con responsabilidades. Pero había límites, y estar enredada en tareas que claramente no requerían su presencia era uno de ellos.

Por si fuera poco, ser la guardia personal de Arthur significaba que debía seguirlo a donde él quisiera ir, sin importar lo trivial que fuera. Si al joven rey se le ocurría, por ejemplo, que quería ir a plantar verduras en algún rincón perdido del reino, ella tendría que estar ahí, espada en mano, lista para defenderlo de cualquier zanahoria rebelde.

Afortunadamente, eso no había sucedido todavía.

Sin embargo, esta vez, Arthur había decidido emprender una pequeña misión para visitar unos pueblos cercanos al reino. Había rumores de extraños avistamientos durante las tardes, y aunque Elina pensaba que eran solo tonterías de aldeanos aburridos, Merlin había insistido en que debían investigarlo.

Elina estaba completamente segura de que Merlin lo hacía solo para molestarla. Porque claro, si la poderosa hechicera realmente creyera que había algo serio detrás de esos rumores, ella misma estaría ahí, no enviando al joven rey con su guardia como si aquello fuera un paseo escolar.

Y, como era costumbre, Elina no podía negarse. No a Arthur, al menos.

Así que ahí estaba, con el ceño fruncido, escoltando al rey mientras cabalgaban por el camino de tierra que conectaba Camelot con los pueblos cercanos. El sol estaba en su punto más alto, y aunque el paisaje de campos verdes y flores silvestres era agradable, no ayudaba a mejorar su humor.

— ¿Está bien, señorita Elina? — preguntó Arthur, cabalgando a su lado con esa sonrisa brillante que parecía permanente.

Elina lo miró de reojo. ¿Por qué siempre tenía que sonreír? Era casi irritante.

Elina ni se molestó en mirar al joven rey mientras avanzaban por el camino. Su expresión era tan neutral que cualquiera habría pensado que estaba completamente tranquila, pero Arthur, que ya empezaba a leerla un poco, sabía que estaba acumulando paciencia a duras penas.

Sin decir una palabra, Elina mantuvo el paso firme junto a él hasta que finalmente llegaron al primer pueblo de los cinco que Merlin les había indicado visitar. Cinco pueblos. La idea ya le parecía absurda, pero allí estaba, porque aparentemente la hechicera tenía un sentido del humor cruel y una habilidad única para meterla en este tipo de situaciones.

Cuando el paisaje cambió de verdes campos abiertos a pequeñas casas de madera con chimeneas humeando, Elina fue la primera en desmontar de su caballo. Lo hizo con la misma gracia eficiente de siempre, sin perder tiempo, y sin esperar una palabra de Arthur, tomó las riendas de ambos caballos.

𝗟𝗟𝗔𝗠𝗔 𝗗𝗘 𝗖𝗔𝗠𝗘𝗟𝗢𝗧  [Arthur Pendragon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora