ALMA EN PENA

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DIARIO DE CASSANDRA VALDIVIA

Había deseado tanto llegar al día de mi muerte para ya dejar de sufrir, quizá si hubiera tenido otra clase de vida la habría disfrutado como se supone que debe ser. O no, realmente todo estaba en mi cerebro y en cada tipo de vida que hubiera tenido, tendría el mismo cerebro con ideas suicidas.

Todas las noches, dejaba en mi buro que estaba al lado de mi cama, la cantidad exacta de pastillas que debía tomar para una sobredosis. En el bote en el que metía la ropa sucia, escondía una soga para ahorcarme.
Escondía todo lo que podía usar para causarme la muerte, pero lo ocultaba más de mi que de mis padres.

Había mentido a cada persona que conocía sobre que "estaba bien". Cuando tenía 15 años, había sido mi primer intento de suicidio, pero evidentemente - habían salvado lo que me quedaba de vida - Sentía que no me habían "salvado", porque nunca me sentí a salvo en la vida, al contrario, me sentía en peligro.
Una crisis más, un intento más, una resurrección más. Otra decepción. Mía y de mis padres.

- Ya no puedo con esto. - Me dijo mi papá decepcionado.

Estaba parado al lado de la cama de hospital en la que me encontraba. Me sentía todavía algo sedada y nuevamente, tenía puesta una camisa de fuerza. Lo cual ya no discutía ni intentaba zafarme violentamente para salir corriendo de ahí. Únicamente aceptaba mi "castigo".
Mi papá acarició mi cabeza y se limpió rápidamente la lágrima que empezaba a caer en su rostro. Su carácter era duro, pero con mi mamá y conmigo, su carácter se suavizaba. Odiaba decepcionarlo pero así funcionaba yo.

- Yo tampoco puedo conmigo, papá. - Logré contestar después de unos minutos.

- Si te quieres morir... - suspiró. - Tu mamá y yo lo aceptamos. Pero quisiéramos que encontraras algo más, una razón por la cual quisieras vivir. Una real motivación. A tus 25 años, todavía lo puedes lograr.

Se quedó una hora más conmigo dándome consejos motivacionales, los mismos consejos de cada año, pero con diferentes palabras.

Convencí al psiquiatra del hospital de que encontraría una motivación así como mi papá me lo había dicho. Mi carácter suicida y ostil, cambió por un carácter jovial y feliz, demostrando la esperanza que claro que no tenía realmente, pero que necesitaba fingir para volver a casa y volver a intentarlo el próximo mes.

Llegue a casa y mi mamá me recibió con mi comida favorita, sus ojos delataban que había llorado bastante recientemente.

Besó mi mejilla y me susurro al oído que me amaba. Yo solo asentí con la cabeza y me senté para comer. Algo que alegró un poco a mis padres ya que según ellos, cuando comía algo que me gustaba, mi ánimo cambiaba para bien.

Finalmente subí a mi habitación y busqué un cigarro en uno de mis lugares secretos.
Salí al balcón y me lo fume completo, hasta que quemara mis dedos.

Después de asearme y sacar el horrendo olor de hospital de mi, me acosté para tratar de dormir y deseando no volver a despertar.

Cada sueño que tenía me hacía despertar de golpe, tenía que limpiarme el sudor cada que despertaba para no sentirme plegostiosa.
No podía quedarme despierta tanto tiempo, los ojos se me cerraban automáticamente y volvía a quedarme dormida en instantes.
La última vez que desperté, ya no pude dormir por lo que vi enfrente de mi.

Sentía que había alguien viéndome dormir, pensé que sería uno de mis padres que me vigilaba para que no cometiera otro intento de suicidio nuevamente. Me senté para tratar de ver mejor pero no pude, busqué mi celular en mi buro y prendí la lámpara para alumbrarme.
Apunte directamente a la figura frente a mi y cuando vi su rostro ahogue un grito de terror.

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