Refugio

11 2 0
                                    

-Te pedí un latte de chocolate con avellanas, no un frappé...

La adolescente que tenía en frente me miraba llena de desprecio e impaciencia, como si una no pudiera equivocarse alguna vez. Bueno, el cliente siempre tiene la razón, aparte... Ya era mi tercer error esa mañana. Estaba hecha una idiota.

No habían pasado aún veinticuatro horas desde que Andrea me había acompañado hasta la puerta de mi casa y me había despedido con otro beso, más dulce que el anterior.

Llevaba el frappé de vuelta a la barra cuando me topé con la sonrisa triunfal de mi compañero. Realmente estaba disfrutando de todo eso.

-Qué pasa hoy, amiga? Todavía estás dormida?

Creo que él sabía lo mucho que me desquiciada que me llamara "amiga" y por eso lo usaba tan seguido.

-Puede ser... A vos se te ve radiante. A veces creo que tú fantasía sexual es ver cómo me despiden del café.

-No... - dijo estirando mucho la 'o' y con su mejor cara de circunstancia -Yo nunca le deseo el mal a nadie.

Claro que no... Pero ese día ni siquiera podía enojarme. Todo lo que me decía, pasaba de largo. No recordaba haberme sentido de esa forma antes. Estaba extremadamente alegre, poderosa, invulnerable. Pero no podía concentrarme.

Quizás se cumpliera el sueño de Martín y realmente fuera despedida. Me pregunté qué haría en ese caso. Podía ser algo bueno... La verdad era que estaba bastante harta de ese trabajo.

Cuando finalmente llegué a casa esa noche hice lo que había estado rumiando durante la tarde: una cuenta nueva en Instagram para promocionar mi arte.

Podía funcionar? No estaba segura, pero si no lo intentaba al menos, nunca lo sabría.

Cuando me di cuenta, había pasado más de una hora creando el perfil y tratando de sacar buenas fotos de todos los dibujos y pinturas que tenía hechas hasta el momento.

Berenjena, que había estado acostándose encima de cada dibujo, intentando ser el centro de atención en mis fotos, de repente corrió a esconderse debajo de la cama. Se había largado una tormenta,cosa que la aterraba. Yo dejé de lado mi emprendimiento para consolarla.

En eso estaba cuando sonó el timbre. Eran las once menos cuarto de la noche.

No solía recibir visitas y mucho menos a esa hora. Con el pulso algo acelerado, me acerqué a la puerta para preguntar quién era. Casi me da algo cuando escuché la voz de Andrea!

Cuando abrí, no pude creer lo que estaba viendo: estaba en remera, sin ningún abrigo, empapado. Llorando, me preguntó si podía pasar. Claro que ni había terminado la frase cuando yo ya le estaba haciendo gestos para que entre. Se detuvo al lado de la entrada.

-Voy a mojar todo...

-No seas tonto, pasá. Después seco.

Fui al baño a buscar una toalla. No sabía qué hacer primero, si secarlo, llevar un trapo de piso para que pisara, prender la estufa. Estaba descolocada... Respiré hondo una vez, frente al espejo. Con esto pude rearmarme.

Volví al punto donde me esperaba y lo envolví con la toalla durante unos segundos, abrazándolo. Sentí su cuerpo temblando contra el mío.

Le pregunté qué había pasado pero no quiso hablar. Volvía a cerrarse. No quería insistir pero estaba muy preocupada, así que intenté un par de veces más. Él sólo me miraba sin dejar de llorar. Parecía querer responder pero era como si algo se lo impidiera. No volví a preguntar.

Lo llevé de la mano hasta que estuvimos al lado de la estufa, que encendí en ese momento. Luego, comencé a secar su piel y su pelo suavemente. Sentí que su llanto se iba apagando.

-Esperame acá -murmuré.

Fui a buscar ropa seca. Lo que le llevé fue uno de mis remerones y unos jeans. Estaba segura de que le irían (al final le quedaron grandes).

Le quise dar la ropa para que se cambiara en el baño, pero no la agarraba. Seguía abrazándose a sí mismo, como en estado de shock.

Aún con más cuidado que antes, me acerqué y, pidiendo permiso, retiré con delicadeza la remera mojada de su cuerpo. Él me dejó. Cuando lo hice, pude secar el resto de su cuerpo. En ese momento descubrí con horror los enormes y oscuros moretones: uno sobre las costillas, uno cerca de la cadera y un par, más pequeños, alrededor del cuello.

Busqué con mi mirada la suya, pero él había fijado tercamente sus ojos en el suelo.

Sentí una ira que me quemaba por dentro. Quería averiguar quién había sido el autor de esas marcas y hacerle algo muy muy malo. En lugar de eso, seguí vistiendo a Andrea. Cuando llegó el momento de cambiar la parte de abajo, me animé a hablar de nuevo y le dije que podía pasar al baño. Eso lo hizo volver en sí; en silencio aceptó y fue a cambiarse.

Creo que en cualquier otra situación, verlo salir del baño llevando ropa mía me hubiera puesto a mil por hora. No fue el caso, aunque sí me llenó de ternura.

Puse agua para hacerle un té. Él se mantuvo cerca todo el tiempo, en silencio. Al fin, teniendo ya la taza entre sus manos, volvió a hablar:

-Puedo quedarme con vos esta noche?

-Por supuesto que sí.

-No quiero volver a mi casa...

-No vayas.

En ese instante, mi gata se subió de un salto a su regazo, dándole un susto de muerte. Cuando se recuperó, observó:

-Éste gato es enorme... Cómo se llama?

Al oír el nombre "Berenjena" sonrió por primera vez esa noche, y yo sentí que el alma se me curaba.

-Es verdad! Tiene la forma...

-Y el color -agregué, guiñándole un ojo.

-Perdón por aparecer así de golpe en tu casa, sin que me invitaras.

Cómo respuesta, estiré el brazo por encima de la mesa y tomé su mano.

-Hiciste bien en venir. De hecho, me halaga que hayas elegido mi casa...

-Como refugio -terminó él la oración.

-Como refugio - repetí, tratando de asimilar todo lo que aquello significaba.

Creo que se sintió un poco intimidado por la intensidad con que lo estaba mirando, porque esquivó mis ojos y dió un pequeño vistazo a su alrededor.

-Seguramente interrumpí algo importante... -dijo al descubrir los dibujos que seguían desparramados sobre la mesa.

Negué con la cabeza, pero él no llegó a verme, porque acababa de notar que gran parte de la obra lo tenía como protagonista. Su sorpresa iba en aumento, así como el rubor de sus mejillas.

-Soy yo -dijo, casi con orgullo, y largó una breve carcajada, cargada de nerviosismo -Todos son yo!

Yo no supe qué contestar. La verdad era que tenía más vergüenza que él. Era casi la misma sensación que cuando, de chiquita, descubrí a mi mamá leyendo mi diario íntimo.

Cómo si nada malo hubiera pasado, él me preguntó si podíamos ver alguna película o algo, a lo que accedí casi inmediatamente para salir de esa tensión.

A la mitad me di vuelta para hacerle un comentario y lo encontré dormido, a mi lado, en el sillón. Sin sacar la película y sin hacer ningún ruido, me levanté para buscar una frazada. No se despertó cuando lo tapé.

Aproveché el momento para dibujarlo una vez más.

Como ya dije, la iglesia católica no me gustaba en lo más mínimo, pero siempre me habían atraído las imágenes de los ángeles. Eran tan bellos, tan puros y, también, andróginos.

Eso fue lo que hice esa vez; un ángel caído.

MUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora