Verdades, mentiras y misivas

758 79 11
                                    


Astoria, furiosa como nunca, había quemado la respuesta de Draco, había lanzado maldiciones a toda la habitación , destrozando las cortinas, los cojines, los muebles e incluso la ropa, hasta que no dejó nada en pie.

Cuando su rabia se drenó llamó a un par de elfos domésticos y les ordenó que arreglaran todo lo que había roto mientras se iba a la ducha.

Estaba harta de no ser capaz de recuperar a Draco.

Se desnudó y se observó frente al espejo.

Era mil veces más hermosa que Granger. Delgada, estilizada, con un cuerpo firme y elegante. Piel pálida, sin una sola imperfección, fruto de siglos de pureza, de siglos de genes perfectos.

Su cabello era suave y brillante, sin un solo enredo, su cuello fino, hombros redondeados, pechos pequeños pero erguidos, coronados por pequeños pezones marrones. Su cintura era estrecha, al igual que sus caderas, sus piernas largas y torneadas, con un triángulo de rizos oscuros perfectamente recortados.

¿Cómo era posible que Draco prefiriese a esa mujer sosa, si gracia y tan... tan del montón?

Ella era perfecta, solo necesitaba que él se diera cuenta de eso.

Y lo haría, eventualmente. Tenía que ser paciente. Cualquier sabía que Draco jamás llegaría a nada serio con una hija de muggles, puede que los prejuicios hubieran sido abolidos con la caída de Voldemort, pero él era un Malfoy, no echaría por la borda siglos de pureza por una mujer que ni siquiera era hermosa.

Después de ducharse se secó y salió del cuarto de baño sin cubrirse.

Jamás habría pensado que, al acceder a su dormitorio privado un hombre estuviera allí, mirándola con la boca abierta y los ojos desorbitados.

Astoria chilló, se tapó con una mano los pechos y con otra su sexo y saltó de la impresión, intentando que aquel babeante auror que la miraba como si jamás hubiera visto a una mujer en su vida, no viera más de lo que ya había visto.

—¡Date la vuelta! —chilló la bruja buscando algo con lo que cubrirse.

—Perdón, perdón —mascullaba el hombre que pese a todo seguía comiéndosela con los ojos.

—¡Que te gires! —se puso una bata que había encontrado al lado del tocador, una bata tan trasparente, que más que tapar parecía ensalzar su belleza.

—Lo siento —finalmente el auror se dio la vuelta, tan colorado como ella.

—¿Qué demonios haces aquí? ¿Quién eres?

—Auror Higgs, señorita —dijo él después de carraspear.

—¿Y qué haces en mi casa? No, mejor aún ¿Qué haces en mi habitación?

—Han dado aviso de que ha sufrido un ataque, vengo a comprobar que todo está bien, que no ha sido herida y a tomar declaración.

—¿Un ataque?

Rabiosa, dio una patada a la puerta, ignorando el dolor que sintió en el pie.

—Ese imbécil me las pagará.

....

Una semana después Draco cambió de opinión con respecto a Astoria Greengrass.

No era una zorra egoísta, era una maldita zorra psicótica.

Miró la primera página del diario El Profeta y sacudió la cabeza con incredulidad ¿Qué demonios tenía esa idiota en la cabeza?

Debió de hablar en voz alta porque Hermione, que estaba desayunando al otro lado de la mesa con su propia edición del periódico respondió:

UtopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora