Laramie

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El despertar de los habitantes en un tranquilo pueblito daba vida en sus calles. Niños corriendo de camino a la escuela, seguidos de los caninos callejeros, mujeres acompañando a sus esposos hasta la estación de tren, entrelazadas de su brazo con el de su pareja en un feliz caminar.

La campana de la iglesia entonando en todo el lugar.

Fuera de la comisaría el sheriff y su ayudante se encontraba dormidos en el pequeño y estrecho porche. El trote de pesadas pezuñas llamo la atención de los transeúntes. Un gran caballo de pelo rojizo como la misma sangre, de crin alazán con mechas blancas al igual que su cola y pezuñas. Un golpe sordo con un sonido metálico ahogado se escuchó contra los escalones del pequeño porche.

El golpe despertó la viejo Sheriff y su joven acompañante. Estos miraron en dirección a los escalones, un tipo ya se encontraba atado de manos y piernas, con el rostro sangrado.

Levantaron la cabeza mirando al gigante caballo, entrecerrado los ojos tratando de mirar con claridad al jinete.

Un joven de ojos azules, de cabellos rojos, con un semblante frío y serio les miraba de pies a cabeza. Jalo con su brazo izquierdo las riendas de su caballo. Este camino de costado jalando la cuerda que estaba atada al cuerno de su silla, los quejidos de dos tipos, uno joven y otro de mayor edad atados a la misma cuerda, sus muñecas llenas de sangre, y sus pies atados con la suficiente cuerda para caminar con la suficiente rapidez.

El corcel pateaba la tierra con sus fuertes pezuñas, levantando la cabeza hacia arriba. Resoplando fuerte.

— Tres chicos Laramie caballeros — colocaba un cigarro de buena calidad entre sus labios, encendiendo con la culata de uno de sus revolver el cerillo que tenía entre sus dedos, llevándolo hasta la punta de su tabaco, fumando con tranquilidad.

— Si bueno,... Buena casería. — se colocaba su desgastado sombrero vaquero de cuero negro, dirigiendo su mirada hacia su ayudante — Chico, lleva a estos desgraciados a la celda y trae el dinero del joven. — colocaba sus manos sobre la hebilla de su cinturón.

El chico pelirrojo entrego las cuerdas.
Los tres forajidos fueron llevados dentro.

— Mack, Mike y Mikha. — Nombraba a los recién capturados forajidos, sentándose en su silla. — ¿Fue difícil atraparlos? — saco de su bolsillo chicle de cocaína, llevándose un poco a su boca.

— No, el idiota de la cara sagrada pensó que era buena idea robar mi yegua. — Acaricio el rojizo pelaje de su corcel.

— Es una belleza, no todos los días miras una yegua de ese pelaje.  — desenfundo su arma, aceitando la con un viejo trapo que estaba debajo de su silla.

— Si... Si que lo es. — acaricio la crin de su yegua.

— ¿Cuál es el precio de tu yegua?. — lo miro con una sonrisa

— No estará a la venta nunca. Ella vivirá hasta sus últimos días a mi lado. — su voz cambio a una más seria.

— Hijo, es un Shire, esos caballo son para tirar de vagones, carretas y cosas pesadas, no son aptos para la vida de un cazarrecompensas — escupió su chicle, poniéndose de pie al principio de los escalones — Si quieres un buen caballo puedo venderte un Bretón, un Ardenner  o un mestizo Húngaro. — Sus ojos se cruzaron con los del muchacho — Lo digo enserio, esa yegua te terminará matando un día de estos, tu caballo no está echo para las caserías... —

The rewardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora