COMETA HALLEY

La gente muere.

La gente muere, todo el tiempo.

La gente muere y creemos que algo explotará, que habrá un movimiento de placas tectónicas o que el llanto se hará tan potente, que no habrá una fuerza que nos pueda detener. Que será ruidoso, caótico, exuberante y escandaloso, pero no es así.

A veces, sólo nos rompemos, tan en silencio, que se pueden escuchar los trozos rotos haciendo ruido en el suelo. Automáticamente, sentimos que algo dentro se apaga, porque sí, se apaga algo dentro y una parte de nosotros, muere, también.

A veces, sólo sentimos ese golpe fuerte, imaginario, en el centro del pecho y tememos a responder algo, porque alguien ha muerto. A veces, sólo callamos e intentamos imaginar la manera en la que vamos a continuar, sabiendo que será horrible, justo desde ese fatídico momento de mierda.

Es entonces, cuando pasan algunos minutos, que lo damos por hecho, va a ser difícil.  Hay que seguir y hacernos la vida, no? Aún hay que comer, dormir, bañarse, trabajar, socializar. No es así?.

Sí.

Qué clase de egoísmo.

¿No?.

Y luego empezamos a desearnos lo mismo, porque sería mucho más fácil estar en esa calma eterna que refleja un rostro que acaba de marcharse, porque si no has muerto, te queda mucho que afrontar aún y la única verdadera diferencia entre alguien que ya ha muerto y alguien que ha perdido a alguien que ama, es que los segundos mueren, pero siguen vivos.

Y eso... Eso es mucho peor.

Pero,
¿vale la pena?.

Porque la gente muere todo el tiempo.

¿Vale la pena amar a alguien,
aunque muera o aunque se muera un poco,
por dentro, cada tanto?.

Sí.

Porque la gente,
viva o muerta...

La gente muere,
todo el tiempo.
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Diciembre 2,
VOL I.