CAPITULO 2: CHAMARTÍN.

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Mías días solían ser bastante aburridos.

De casa a el hospital, treinta mil consultorios, luego comer algo cerca, volver al hospital, treinta pruebas más y luego, bien adolorida, pa' casita.

Había renunciado a mi trabajo, porque necesitaba ocuparme de mi salud y vivía sólo del dinero de mi familia, sintiéndome un parásito.

Ana se encargaba de mantener nuestro piso como una tacita de té, limpia y reluciente. Era gracioso ver como podía alterarle un plato sucio, un cojín en otro sitio o mis cosas, por doquier, ya que yo era, de las personas más desordenadas del mundo y ella...

Ella era Ana.

Ana trabajaba muchísimo, como una loca. Siempre estaba fuera, encargándose de todo. Era manager, asistente, amiga, hija, madre perruna y aunque no llegué a entender nunca el cómo, ella simplemente lo hacía posible, una y otra vez.

- por qué no vas a ir?- le pregunté, desde el sofá, mientras veía la película más aburrida del mundo
- porque no es necesario -contestó, desde la estufa, haciendo su cena favorita, una tostada- no es algo de trabajo, es una reunión de amigas y ya-
- y? No necesita ser de trabajo, únicamente, para ir-
- no me gusta el plan- contestó, evadiéndome
- vas de coña? Es una reunión con vino, queso, música y tus mejores amigas. Amas ese plan- le dije
- también me gusta este plan, una tostada de salmón y aguacate, una peli horrible y tú...-
- este plan es horroroso- repliqué, volviendo a ver la televisión, aunque ya no entendía de qué iba
- sí -respondió, mordiendo la tostada, tumbándose a mi lado, cómoda y tan alegre- pero es horroroso, contigo y eso, eso lo hace un planazo-

Siempre me hacía sonreír, incluso, cuando
no quería sonreír, ni un poco.

Y ella estaba allí, mientras el ruido de sus mordidas contra el pan crujiente, me inundaba los oídos. Con sus ojos en esa película, nefasta, intentando saber de qué iba. Con sus piernas estiradas, cómoda y sobre todo, calma, una calma que sólo ella me daba.

- Ana...- dije, de nuevo
- Cristina, basta. Vale? No quiero ir-
- no quieres ir porque temes que muera, si me dejas sola una noche, no?-
- no-
- sí-
- sé que no vas a morir esta noche-
- no quieres ir por mí-
- no quiero ir, porque elijo quedarme contigo-
- porque tengo cáncer-
- puedes dejar de decir eso? Queda claro y así no tuvieses cáncer, no importaría, me quedaría aquí contigo, punto. Quiero estar aquí. Basta. Mis amigas tienen reuniones porque sí, porque no y por si acaso, vale? Vendrán más. Hoy, quiero estar contigo-
- y por qué querrías hacer algo, con una aburrida que no sale de casa, nunca?- pregunté
- Cristina...-
- qué podríamos hacer en esta casa? Nada-
- salgamos- dijo, de repente
- y a donde vamos a ir? No puedo ir a ningún lado. Me canso, me ahogo, no funciono bien, estoy muy mal hecha- contesté, señalando todo mi cuerpo
- vamos a una bolera- dijo, sonriendo, mientras sus ojos prácticamente desaparecían
- bowling? Tú te crees que yo puedo...?-
- sabes? No vas a morir hoy, porque y estás muerta- interrumpió, volviendo a comer
- perdona?-
- estás todo el rato diciendo que el cáncer esto, que el cáncer aquello, cáncer cáncer cáncer y sí, lo tienes... Y? No es una gripa pero, acaso no puedes ir a jugar con una bola que tira pinos? Por qué? Cristina, te vas a morir ahora o cuando realmente mueras?-

Y me había callado.

Habían pasado, quizá, unos 15 minutos, en los que lo único que se podía escuchar, era la tele, que insistía en contar una historia, a dos, que, no querían.

Ana era como un roble, era fuerte, directa, ella no le temía a nada o eso te hacía creer, porque, al mismo tiempo, podía llorar con dibujitos o con una canción lenta, del Pablo Alborán. Muchas veces, llegaba a la conclusión, que, su truco, era tener demasiado bien controlado su cerebro. Llevaba bien su trabajo, muy bien la presión, su agenda de locura, todo lo que ya hacía en el día y aún así, que tuviese cáncer, no le ahuyentaba, no huía, veía una pared y corría.

COMETA HALLEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora