Prólogo

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— La mente puede ser realmente traicionera. Es una bromista cruel - había dicho - Cuando estamos al borde de la muerte, nos hace pensar tan fervientemente en lo que más amamos y anhelamos que nos doblega, nos hace suplicar a gritos tan desesperados, capaces de rasgar nuestra alma por un poco más tiempo. Qué curioso y trágico es.

Qué ciertas eran esas palabras, pensó para ella. 

Qué tristeza tenía en su voz esa vez.

— Pero es una súplica inútil - le había dicho él aquella noche que parecía tan, lejana aquella noche fría - inútil porque el tiempo es un caminante firme y terco que jamás vuelve su mirada atrás.

En la oscuridad en la que poco a poco iba cayendo su mente, esas palabras que él le dijo alguna vez sobre los campos bañados de plata por la luna, resonaron en su mente con una fuerza abrumadora.

Lo perdiste otra vez.

Sintió como las lágrimas empezaban a derramarse sin control.

El recuerdo del calor de su cuerpo junto al de ella se enfriaba, la sensación de esos labios que la adoraban y amaban con tanta devoción, se desvanecía y la luz de sus ojos y las miradas llenas de admiración y amor que solo él le daba, se fue apagando hasta que todo quedo en oscuridad.

Y supo allí, sintiendo como la sangre fluía rápida y sin dilación, que todo había acabado.

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