SIETE

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Se encontraba sentado al borde de la torre más alta de la parte oeste. Observando las Highlanders bañadas por la luz de la luna. Se desplegaban como un mar plateado y sedoso hasta donde daba la vista y solo era interrumpido por el comienzo de las montañas que se elevaban majestuosas e imponentes a la distancia. Daban la impresión de ser antiguos gigantes dormidos, o así le parecía a él.

Una suave brisa sopló y una punzada de nostalgia lo sobrecogió al recordar lo que alguna vez había sido ese lugar y todo lo que había vivido.

Se sorprendió así mismo sintiéndose de esa manera. Creí que ya lo había suprimido, pensó y no pudo evitar molestarse.

Siempre subía a esa torre cuando necesitaba calmar sus pensamientos. El viento era un bálsamo que aliviaba sus pesares y se llevaba el dolor.

Había perdido la cuenta de cuánto tiempo había transcurrido ya.

Estaba muy consciente de que había visto pasar miles de otoños, pero en su memoria aún estaba fresco el último que habían pasado juntos.

Cada mañana despertaba con la misma sensación. Sentía claramente el calor del cuerpo de ella contra el suyo, igual que aquel día.

Habría preferido cualquier tortura, cualquier muerte antes que eso. Sentir su calor y sus caricias tan vívidamente para luego despertar y darse cuenta de que solo era una ilusión. Una parte de él iba muriendo con cada amanecer al recordar como la había perdido. Paso muchas noches meditando y sin duda esa sensación era peor que la muerte.

— Maldita sea - dijo con resentimiento.

Inhalo profundo.

Notaba el aire enrarecido. Ese día había comenzado tenso y cargado y no sabía el porqué, era como si algo estuviera a punto de suceder. Algo importante pero peligroso.

Esa noche no había ninguna estrella en el firmamento. El cielo solo estaba decorado por la luna y unas cuantas nubes que habían comenzado a aparecer. Un trueno resonó a la distancia y gotas frías empezaron a caer sobre su rostro.

 Qué extraño se sentía. 

Permaneció un tiempo bajo la lluvia antes de inclinarse más sobre el borde para comenzar a bajar. Se detuvo al ver unas nubes que llamaron su atención. Se habían comenzado a arremolinar en un punto sobre el bosque.

—¿Qué estarán haciendo esos malditos niños?— se preguntó desconfiado y levemente preocupado.

Nunca olvido la primera vez que los conoció, había sido el mismo día en que su vida se volvió un infierno. Y como si la vida no le hubiera dado suficiente castigo, ellos desde entonces permanecieron cerca de él, como un recordatorio de lo que había hecho.

Le causaban asco.

Eran criaturas que estaban en este mundo para causar dolor y que siempre estaban al servicio de seres superiores a ellos. Su trabajo era sencillo. Robar el alma de cualquiera que se acercara y asegurarse de que antes de morir sufrieran lo suficiente.

El claro de las invocaciones era su lugar preferido para ello. Dejaban los cuerpos vacíos allí y los animales se encargaban de terminar el trabajo que habían empezado.

Si tan solo pudiera dejarlos allí.

Nunca logro desentenderse, sentía que era su responsabilidad darles una sepultura digna a las pobres almas que encontraban allí su fin por culpa de esas criaturas. Había destruido a cientos de esos seres, pero pronto se dio cuenta de que no servía de nada, solo conseguía agotarse por la energía que le quitaban y decidió mantenerlos al margen.

Se levantó y se deslizó por el costado de la torre hasta donde había una pequeña saliente donde apoyarse para poder saltar. Cayó sobre la tierra blanda y se encaminó hacia el bosque.

— No deberías ir muy lejos hoy - una voz con un toque juguetón detuvo sus pasos - Esas nubes no son nada bueno. Sabes qué está ocurriendo allí.

— No te entrometas.

La voz soltó una pequeña risa.

— Aún eres demasiado noble, Daven - dijo - El alma de quien sea que está en el claro ya se perdió. ¿Por qué sigues esforzándote por darles una sepultura a todos? Hazte un favor y por hoy, deja que los animales tengan su festín.

— No digas estupideces - respondió cortante Daven - Si no los entierro después el olor será insoportable y solo atraerá a más criaturas. Y dudo mucho que te ofrezcas a ayudarme a matarlas.

— No mancharía mis manos por algo tan ridículo como unas criaturas carroñeras.

— Entonces cállate, Phouka. Si no harás nada útil y me ayudaras a enterrarlos, no opines.

— Siempre tan brusco - dijo Phouka con fingida ofensa— ¿Qué te hace pensar que si no mancho mis manos por otras criaturas lo haría por un humano? Es ridículo.

— Solo deja de estorbarme - Dijo de forma seca apresurando el paso. Ya había perdido mucho tiempo y aunque sabía que no podría hacer nada por esa alma, en su interior mantenía una esperanza de poder llegar a tiempo.

— Esa esperanza que te niegas a dejar ir, hará que tu calvario jamás termine. Y no me refiero a esa alma del claro - Dijo serio Phouka para luego desaparecer.

Daven detuvo sus pasos.

Esa criatura siempre aparecía en los momentos menos apropiados. Se había equivocado. Eran dos las criaturas que le quitaban energía y lo peor, era que esta vivía directamente con él.

Aunque odiase admitirlo, esa criatura tan irritante había sido quien lo salvo de él mismo en sus primeros años. Daven jamás lo reconocería, pero se preocupaba por él y le estaba en deuda, y en su manera extraña sabia que ese Phouka también le agradaba su compañía.

Daven emprendió por tercera vez sus pasos hacia el bosque y aunque fuese como un veneno corrosivo desgarrando su interior, mantuvo la esperanza, esa que él y Phouka sabían que debió perder hace más de tres siglos.

Donde lloran las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora