Capítulo 4

53 17 8
                                    

Tomas Bernard

Lo que no llovió ayer, llueve ahora y me siento bastante aburrido de mirar todo desde la ventana de mi hotel. Quisiera hacer algo que me mueva un poco y no es momento de ir a visitar a Lady Vil, mi mujer favorita, ya que ella debe estar haciendo el papel falso de ama de casa con su esposo. Y no tengo mayor actividades para hoy, un viernes sin reuniones, ni asesinatos ni dramas.

Llamo tres veces a Jean Paul, recibiendo la misma respuesta monótona: no, jefe, no hay muertes, no hay pelea, todo está tranquilo aún. Sí, ser mi mano derecha conlleva tenerme informado las veinticuatro horas del día. A veces este tipo aparece de la nada delante de mí, pero ya no es tan perturbador como antes. A ver, tiene sus cosas raras como todos y ya. Además, me agrada saber que siempre voy a tenerlo como mi sombra, es un alivio dormir con un ojo encima.

Suena perturbador, ¿cierto? Bueno, no me quiero imaginar cómo este chico se lo tomaría. Le daría un mini-infarto y me explicaría con una clase de moral al respecto. Oh, Dios, ¿no teníamos que vernos hoy? Pero si no tiene ni idea de dónde debe ir.

Estoy aburrido, así que podría tranquilamente ir a su casa y conocer a su familia igual de sensible que él. Admito que deben ser muy divertidos.

Cierro la ventana, dejando el agua fluir dentro de mi piso, y me cambio el píjama soso de rayas a una camisa blanca y unos pantalones negros. No tengo a mi asesora de moda, así que iré de una forma muy básica. Igual, ¿qué más me da? No quiero nada de ellos, así que no voy a verme refinado.

Conduzco en paz, ya que nunca llamo a Dylan para que me lleve cuando solo hago visitas espontáneas. No me abuso de la gente que tengo en mi poder, aunque tampoco me interesa la vida que lleven. Hoy no tengo ganas de joder a nadie más que este chico pelirrojo gruñón que me abre la puerta con una mueca. La cambia de inmediato cuando nota que soy yo, pero es indisimulable su cansancio físico.

—¡Hola! No pensé que vendría usted... Pensé que era el pensionista —dice con vergüenza mientras se rasca el cuello y mira hacia un costado. Sigo su mirada y noto a alguien saliendo de una forma muy rápida de la ventana de su habitación.

Intento descifrar de quién se trata, pero este chico me mete rápido, de un tirón, a la casa. ¿Qué tan débil estoy como para que me tironee tan fácil? Dios, hasta me sorprende ver que está tan bien como para acercarse, cerrar la puerta y presentarme la casa abriendo los brazos como si fuera un espectáculo.

—¿Quién era ese? —pregunto, sin dejarme llevar por su alegría instantánea de tenerme en su casa. Sé que no soy una visita esperada en ningún lugar.

—¿Ese? No había nadie.

—Eres muy malo mintiendo hombre.

—¿Yo? ¿Mintiendo?

Arqueo una ceja como respuesta y suelto una risa seca. Meh, me enteraré más tarde. Total tengo todo el tiempo del mundo para enterarme de sus cosas raras y oscuras. Ni siquiera me extrañaría que fuera un gay reprimido.

Él me prepara un té aún con los pelos de punta y yo camino alrededor del comedor, mirando la simplicidad del lugar. Tiene dos cuadros, ambos hechos con acuarela. En uno hay un atardecer y otro en el anochecer desde un lugar remoto de París, donde se ve distanciada la Torre Eifel. Abajo está la firma de alguien, pero no llego a leer la letra porque él me llama por el té.

—Le gusta el té, ¿no? —su voz suena aún nerviosa.

—No, prefiero el café, pero nunca me niego a ninguna bebida que me preparan.

—¡Podría haberme dicho! Habría hecho otra cosa.

—No hace falta, en serio —digo levantando una mano para detener su escándalo y lo alta que se escucha su voz. No parecía así ayer—. Por otro lado —me atrevo a cambiar de tema—, ¿quién pintó esos dos cuadros?

El Pacto del Diablo y el Iluso | Trilogía Entre Demonios y PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora