Gerard Robinson
Desde que Tomas me dio el número de Jules, no dejo de hablar de con él cada noche, cuando vuelvo de recorrer lugares o aprender a reaccionar como guardaespaldas. Le cuento todo y él siempre se muestra fascinado. Aunque en esta parte le gana Louis, a quien veo todos los domingos porque ha decidido instalarse en casa de mis padres como buen aprovechador.
—Yo esperaba que fuera biólogo —opina mi madre mientras estamos todos comiendo y se siente frío en el silencio—, pero le iba mal con los números.
—¡Oh, Dios, lo recuerdo a la perfección! Era tan encadenado a la naturaleza, pero, aún así, no podía resolver ni la ecuación más simple de física —aporta mi amigo y todos empiezan a reír.
—Louis, tú ni siquiera te esforzaba —me quejo.
—Pero tú sí, ja, tonto.
Si, no voy a juzgar a Louis. No utiliza mucho la inteligencia. Le sale mejor coquetear para todo, incluso para conseguir trabajo o un cupo en algún restaurante. Es un descaradp total, quizás por eso también me siento cómodo con Tomas, porque encuentro la similitud entre ambos.
—Igual, yo lo veo muy bien posicionado a nuestro hijo dentro de este mundo —resalta Dominique, quien apaga la televisión para prestar completa atención a nuestra charla y me mira con una sonrisa confiada—. Te animo a seguir por ese camino, es el indicado. Aparte tienes privilegio. Quién diría que podrías conquistar tan bien a tu jefe.
—Conquistar no es exactamente la palabra que yo usaría.
—¡Es un campeón!
—Concuerdo con usted, Dominique.
Escucho a todos celebrando al respecto, pero yo me quedo en completo silencio, mirándolos con notoria confusión. ¿Nadie más notó que Dominique, hombre de pocas palabras y que le cuesta dar a entender su cariño, acaba de nombrarme como su hijo también? ¿Cómo si esa no fuera una mentira total? No, es más, no suena como mentira. Sé que no lo hace con un mal sentido y que solo desea darme a entender que está orgulloso de mí, que me considera como uno de sus hijos varones que no ha tenido. Soy el premio consuelo.
—Oh, Gerard está maquinando mucho —dice Estela y me saca de mi lapso, haciendo que la mire—. Hola de nuevo.
—¿Pasó algo, cielo? —pregunta mi madre y hasta Louis parece preocupado.
—Eh, no, yo solo... Bueno, me alegra que por ahora nos veamos los domingos, pero eso no va a ser posible siempre.
¿Por qué siempre que sobrepienso la cago al intentar hablar al respecto? Ni siquiera digo lo que realmente pienso, solo salto con un tema deprimente para la familia y hasta para Louis, que está completamente dolido por mi forma tan abrupta de cortar un posible chiste de animales que iba a hacer, como gran comediante que es.
—Bueno, pero tendrías que disfrutar el "ahora".
El "ahora" donde me consideran un hijo más hasta que desaparezca o vuelva a salir mágicamente el tema de que soy hijo de un mal tipo, de un abandonador al que no puedo soltar, al que quiero ver y conocer para ver de dónde saco el gusto hacia tantas cosas y el disgusto hacia otras.
No me siento perteneciente de este lugar y por tan poca cosa como esa me retiro de la mesa, pidiendo disculpa por mi mal comportamiento. Me quedo afuera, disfrutando del frío que me envuelve y formando nubes de humo. ¿Por qué cada vez me siento más lejanos de todos aquí? Como si este poco a poco estuviera dejando de ser mi lugar.
Escucho cómo alguien abre la puerta y me corro a un costado, recibiendo la presencia graciosa de Louis, quien agarró un gorro y una chaqueta de cuero mía, casi como si fuera un vaquero estadounidense.
—¿Qué llevas puesto? —pregunto con una breve risa y él solo suspira.
—Menos mal que te reíste, ya me estaba dando pena esto.
Se quita el sombrero, probablemente de Dominique, y se sienta a mi lado, cerca del jardín que tiene flores puramente estéticas. Siempre quisimos que la casa se viera tradicional como las otras.
—Bueno, ¿ese Tomas te ha quitado los sentimientos?
—¿Por qué me los quitaría?
—No lo sé, he escuchado por ahí que no es un tipo de fiar. Da bastante miedo según muchos. ¿Tendrá algo raro en la cara?
—Que yo sepa no. Es bastante atractivo.
—Amigo... ¿Qué?
Louis arquea una ceja y yo me golpeo la frente de inmediato. No puedo decir esos chistes con tanta sencillez. Pero al menos él se ríe un poco, con esos ojos marrones achicándose y meneando la cabeza. No debe entender en lo absoluto por qué estoy actuando así.
Él me conoce, pero me siento como si hubiera cambiado a más no poder estos días.
Es como si estuviera alejado de él, de mi familia, de todos excepto de mi nuevo entorno: Tomas y Jules. Ambos dan vuelta por mi cabeza, me sorprenden con su inteligencia, la astucia de llevarme para siempre los mismos lugares. Jules para el bar de Vincent, a quien no veo muy seguido, y Tomas para moverme del galpón al hotel y luego a una fiesta interesante en la que siempre me siento el nuevo enamoradizo, encantado por June. Hoy tengo que verlos a ambos. Pero nunca coinciden ninguno de los dos.
—Te perdí de vuelta —dice él, ahora paseándose alrededor mío y yo solo puedo atribuirle una risa vaga—. Igual me alegra que tengas un nuevo ambiente, pero no te olvides de nosotros, ¿sí?
—Creo que eres el más inolvidable, Luis.
—Lo sé, Gerardo.
Me despeina el cabello y señala con un grito que va a haber postre, que vuelva rápido. Pero yo me quedo un tiempo más. No sé por qué, simplemente me quedo.
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El Pacto del Diablo y el Iluso | Trilogía Entre Demonios y Pecadores
Mistério / SuspenseEn la década de 1960, Gerard lleva una vida monótona, atrapado en un trabajo mediocre, pero con ambiciones que superan su realidad. Todo cambia cuando se le presenta una oportunidad intrigante: convertirse en el guardaespaldas de un tal Tomás Bernar...