Capítulo 8

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Tomas Bernard

Me divierto bastante provocando a Gerard y poniéndolo nervioso con mis burlas. Es la clase de hombre que me gusta inmediatamente. Y no lo digo de forma gay, aunque eso tampoco me molestaría, solo que no es mi tipo en ese aspecto, me gustan más los falsos y crueles que fingen ser corderos; este se nota que la falsedad no lo alcanza.

Para festejarle que no se haya largado de la frustración en su primer día, entro a su habitación de hotel para avisarle que habrá una fiesta. Nunca tomo en consideración qué pueda hacer este pobre hombre.

—Te falta mejorar ese físico, rojo —digo inmediatamente al encontrármelo en bata.

Él se pone colorado de inmediato —por algo es "rojo"— y luego se cubre sus partes como si estuviera desnudo... Se le va a caer la toalla.

—Sostén la toalla.

—Perdona, pero ¿por qué entras a mi habitación así?

Vuelve a sostener la toalla y luego me mira desde una distancia prudente. Yo me acerco solo con el fin de molestarlo y lo veo retrocediendo hasta que entra al baño.

—¡Estás invadiendo mi privacidad!

—Oh, Dios, Gerard, en el contrato decía que yo acudiría a ti si era necesario.

—¡Yo no leo la letra chica!

Me da risa que se escuche tan indignado. Hasta por unos breves momentos quiero seguir molestándolo para que me grite, pero prefiero no atormentarlo tan temprano. Dejo que se quede en el baño y yo en la puerta de su habitación.

—Mira, tienes que trabar la puerta de tu habitación.

—Es muy lujosa, me siento raro habiendo estado en un jacuzzi —lo escucho murmurar y me parece tener oído biónico como para escuchar su vocecita.

—Es lo que tiene el Hôtel Étoile d'Or.

—Dios, suena excesivamente caro.

Qué tierno, intenta volver la situación un poco menos incómoda para él. Definitivamente no la va a pasar tan genial conmigo, hasta me da pena cómo podría reaccionar en un futuro, descubriendo la realidad que lo rodeará.

Dentro de poco, cuando sepa lo que manejo realmente, empezará a odiarme. Jean Luc, mi adorada sombra, me lo advirtió. Y sé que él siempre tiene razón, porque está en todos lados, explora cada sendero de quienes tengo que tener cerca y lejos. Amigos, futuro trabajadores, socios, enemigos, todo. Él lo sabe a la perfección. Es un poco escalofriante.

—Entonces... ¿por qué entraste? Claro que puedes venir cuando quieras, pero...

—Vamos, no hagas de cuenta que no te incomodé.

—Sí, eso fue raro.

Solo lo admite estando detrás de una puerta de baño, de lo contrario estoy seguro que solo diría que no tiene importancia.

—Solo te advierto que no me disculpo, por nada. Oh, por cierto, ven a la fiesta ceremonial de un socio.

—¿Socio?

—Es un barista, uno muy bueno. ¿Por qué te digo eso? Da lo mismo, simplemente habrá alcohol, contactos y quiero que vayas.

—Yo no entiendo nada de ese ambiente.

—¿Qué más da? Si te critican, se meten conmigo.

—Estoy seguro de que no quieren eso.

De a poco me está entendiendo, a juzgar de cómo ríe con culpa y luego pide disculpa. Me agrada que tome confianza. Ningún otro lo hace, quizás porque no se lo permito, pero él merece un poco más de mí. Es único. Lo necesito y ahora que lo conseguí tengo que hacerlo sentir como en casa. Debo de cumplir con el deseo de mi padre.

El Pacto del Diablo y el Iluso | Trilogía Entre Demonios y PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora