Capítulo 6

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Gerard Robinson

No sé por qué, pero todo el fin de semana espero algún tipo de contacto por parte de Jules, luego de esa huida vergonzosa en la que lo tuve que echar para que mis hermanas no lo vieran. Como se puede esperar, no recibo absolutamente nada, como si todo hubiera sido cuestión de mera casualidad.

A ver, no me afecta, pero pensé que habíamos conectado y...

—Gerard, se atascó el baño.

Sí, mi realidad no es tan románticamente dramática. Lamento mucho eso.

Antes de ponerme mi traje, ayudo a mi hermana a destapar el baño, sintiendo un notorio asco y notando su burla. Estela es una niña terrible, ojalá que no le haga lo mismo a su futuro novio. Ese pobre hombre podría morir por este olor.

Cuando finalmente puedo ponerme mi ropa sin necesidad de sentirme sucio, me siento nostálgico. A pesar de que me expuse a una hermana asquerosa y sin pudor como Estela, también pude convivir con sus risas y la forma que tiene de hacer malabares con objetos peligroso que yo corría el riesgo de romperlos. Además, después está Estela, que a pesar de que se le desvía un ojo cuando está muy concentrada en no llorar, siempre me ha ayudado con los deberes de la casa e incluso con consejos de vida. Tengo que dejarlas a ellas dos en casa, sufriendo lo que es no tenerme para protegerlas, obligándome a no venir corriendo por cada mal presentimiento que tenga. Tienen que crecer sin que las termine de cuidar.

Al parecer, hago un mohín, porque mamá toma mi rostro entre sus manos y acaricia mi mejilla. No las quiero dejar solas, a la incertidumbre de que les pase algo y que tengas que estar protegiendo a un completo desconocido. Pero esto también lo hago por ellas y por mis papás... ¿Así podría llamar también a Dominique? Él me mira con ojeras notorias y se cruza de brazos para disimular que no está triste.

—Gerard, no te preocupes por nosotros. No queremos tener que restringirte el camino.

—No es así... Solo que los voy a extrañar —digo con un poco de mi voz y mis ojos empiezan a llorar—. Estaremos en la misma ciudad, así que nuestra cercanía va a seguir ahí, ¿no?

—Claro que sí, hombre. Dios, sécate esas lágrimas. No se llora delante de tus hermanas —insiste Dominique, llegando hasta mí y logrando hacer a un lado a mi madre, que parece necesitar palmar mi rostro—. Eres un hombre y no quiero verte llorar. Mi hijo no llora.

Me acaba de llamar hijo mientras sus ojos derraman lágrimas por doquier y fingiendo dureza, dándole la espalda a sus hijas para no demostrar nada de la debilidad que esconde detrás de esos hombros en alto. Parece que no aprendí a ocultarlo todo como él y que siempre fui muy sensible. Pero lo entiendo, capto que debo de mejorar, que no es digno de un hombre de casa echarse a llorar cuando la situación es difícil.

—Quiero que seas muy feliz.

—Lo seré, papá...

—¡Dejen de ser tan dramático! Viviremos en la misma ciudad, nos vamos a ver siempre —dice con un tono alto Estela mientras achica los ojos.

—Tendré que morir en batalla —bromeo para sacar un par de risas.

En ese ambiente alegre, me termino marchando de casa y veo que Tomas me estaba esperando con un cigarrillo en la boca de nuevo. ¿Fumará por alguna ocasión especial? Bueno, parece sorprendido de que salga con toda la naturalidad del mundo.

—Creí que te llevaría deshidratado de tanto llorar —confiesa mientras se acerca y me palmea el hombro—. Buen traje, ¿dónde lo compraste?

—Usted me lo envío.

—Era una broma. No pierdas el sentido del humor conmigo. Ah, regla número uno, no vuelvas a tratarme de "usted" hasta que tenga sesenta años y me fallen los pulmones.

El Pacto del Diablo y el Iluso | Trilogía Entre Demonios y PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora