Capitulo 18

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Tres días después Simon garabateó su firma en el último de los documentos que su secretaria había apilado sobre la mesa esa misma mañana. Tiró el bolígrafo dorado con más fuerza de la necesaria sobre el montón de papeles que prácticamente llegaba al techo y se reclinó en la butaca de cuero suspirando frustrado mientras pensaba cuántos días más podría aguantar la tensión que había entre Kara y él.

«No nos acostamos juntos. No nos tocamos. No me despierto con su irresistible cuerpo abrazado al mío como si fuera una sábana de seda».

¡Manda narices! Hacía tres días se había levantado con la impresión de que aquella sería la mejor mañana de su vida, pero, por desgracia, lo que había ocurrido en el desayuno había convertido aquel día en uno de los peores de su vida. Ella había querido hablar de lo sucedido la noche anterior.

Él, no.

Vamos, se había mostrado más que dispuesto a hablar sobre lo que había pasado después de que le diera el ataque —a comentarlo y a repetirlo, claro—, pero del ataque en sí... no, de eso no había tenido tantas ganas de hablar.

Se peinó el pelo con los dedos y se reclinó en la butaca tratando de relajar el cuerpo. En realidad la distancia que había entre los dos no era culpa de ella. No del todo. Kara no se había tomado mal que él no tuviera ninguna gana de hablar del tema, de hecho, le había dedicado una de sus dulces sonrisas y le había dicho que esperaría hasta que estuviera listo para hacerlo, pero entonces..., justo cuando él estaba pensando que ya podía esperar sentada porque posiblemente le saldrían canas y sería vieja antes de que a él le entraran ganas de sacar el tema, había soltado la bomba:

«No puedo hacer el amor contigo, Simon. No hasta que confíes en mí lo suficiente como para contarme lo que ocurrió. Es que no puedo».

Entonces, después de haberle puesto el mundo del revés con aquel comentario, lo había besado en la frente como si fuera un niño pequeño, le había deseado un buen día y se había marchado contoneando su lindo trasero. Y todo eso lo había hecho sin borrar la sonrisa. Alucinante.

En su favor había que decir que no le había puesto las cosas difíciles, ni había levantado la voz, ni había montado un escenita. ¡Ojalá lo hubiera hecho! De esa forma igual le habría cogido un poco de manía y le habría resultado más fácil superar este tormento.

Lo único que le molestaba de veras era que él sí que confiaba en ella. Lo que pasaba es que no quería hablar de ese tema.

—¡Vaya careto! ¡Ni que estuvieran a punto de llevarte a la horca! ¿Qué te pasa, hermanito? ¿Te empiezas a aburrir de Kara? Porque en ese caso a mí no me importaría...

—Si la tocas, te mato. —Simon se echó hacia delante, posó los puños apretados sobre la mesa y, mientras contemplaba cómo su hermano se paseaba por el despacho, lo amenazó con una mirada fratricida—. ¿Es que no sabes llamar a la puerta?

Sabía que Sam solo estaba intentando hacerlo rabiar. En realidad su hermano jamás volvería a acercarse a Kara. Se lo había jurado y perjurado cuando había ido a pedirle perdón por lo que había hecho en la fiesta. Sin embargo, eso no le impedía utilizar el tema para sacar a Simon de sus casillas.

Sam le dedicó una sonrisa vanidosa y se sentó en una silla delante de la mesa de Simon.

—¿Por qué iba a hacerlo? Soy el dueño de la empresa.

Simon pensó que lo único que era peor que compartir la propiedad de la empresa Hudson con Sam era que sus despachos estuvieron en el mismo piso.

—La última vez que lo comprobé yo también era el dueño —repuso de malos modos, pues no estaba de humor para las tonterías de su hermano mayor.

La Obsesión Del MillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora