Capitulo 26

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Simon daba vueltas en la sala de informática como un tigre enjaulado. Sabía que seguramente era un poco exagerado pensar que Kara lo iba a abandonar, pero en ese momento no estaba siendo racional precisamente. Durante un rato se había encontrado mejor, pues su hermano Sam le había hecho entrar en razón, pero después había recibido un mensaje de Kara diciéndole que llegaría a casa más tarde de lo normal, y eso había vuelto a disparar las alarmas y a ponerlo de los nervios. La forma en la que Kara había contestado a sus mensajes —con respuestas de lo más evasivas — no lo había tranquilizado en absoluto. Lo único que le consolaba un poco era que le había enviado un mensaje para decirle que lo quería: «Te quiero muchísimo. No tardaré en volver a casa».

Simon se detuvo para leer de nuevo el mensaje con la esperanza de que lo animara un poco y le quitara los malos rollos de la cabeza. Quizá lo habría logrado si en ese momento no hubiera visto por el rabillo del ojo el maldito acuerdo prenupcial. «Si esto es lo que quiere, quizá debería firmarlo y santas pascuas. ¿Qué más da? ¿Qué importancia tiene un estúpido trozo de papel?».

Siempre cuidaría de Kara, hubiera contrato de por medio o no.

Simon cogió el acuerdo de la mesa y lo hojeó. Apretó los dientes, cogió un bolígrafo y firmó utilizando más fuerza de la necesaria. Tiró el bolígrafo sobre los papeles y masculló:

—¡Hala! Ya está. El mundo no se termina por que haya firmado esa gilipollez. — Él no pensaba dejarla en la vida y removería cielo y tierra para que ella no lo abandonara. Esos asquerosos papeles cogerían polvo en el despacho de algún picapleitos mientras Simon pasaba la vida junto a la mujer que amaba—. Lo único que quiero es que sea feliz —susurró con rabia, esperando que esa firma aliviara la tristeza de Kara.

La forma en que se estaba comportando últimamente lo estaba volviendo loco. A pesar de lo dura que había sido la vida con ella su chica era una persona serena, optimista y positiva, por lo que siempre estaba sonriendo y las pocas veces que no lo hacía Simon lo pasaba fatal. Si lo que necesitaba para quedarse tranquila era un acuerdo prenupcial, firmaría todos los que quisiera. Obviamente no le hacía gracia que Kara tuviera dudas sobre su relación y que se planteara una separación en el futuro, pero haría todo lo que estuviera en su mano para convencerla de que estaba equivocada. Quizá lo único que necesitaba era tiempo. Kara le había dado muchísimas cosas ese último año, pero las más importantes eran su apoyo y su amor incondicional. Si ella era capaz de aguantarlo cuando se ponía gruñón e irascible —y casi siempre sin quejarse—, él podía firmar un absurdo papel.

»Debería haberlo hecho antes —comentó en voz baja, enfadado consigo mismo por haber discutido tanto por un tema tan trivial. Sabía lo mucho que afectaba a Kara la diferencia económica que existía entre ellos. Esperaba que lo superara y que empezara a hacerse a la idea de que todo lo que era suyo también le pertenecía a ella, pero suponía que aún no había llegado ese momento.

—¿El qué?

La aterciopelada voz femenina le rozó con suavidad la espalda como una tela de seda fina. Simon se dio media vuelta y se quedó embelesado contemplando a la mujer que amaba mientras el corazón se le aceleraba.

—Debería haber firmado el documento cuando me lo pediste en lugar de haberte echado la bronca —le explicó con voz ronca mientras sentía la apremiante necesidad de rodear con los brazos aquel uniforme de enfermera color rosa bebé para sentir junto a su piel la cálida suavidad de Kara.

Como llevaba zapatillas de deporte, rodeó la mesa sin hacer ruido y, al coger los papeles, el bolígrafo con el que Simon había firmado los documentos rodó por el escritorio.

—¿Lo has firmado? —parecía sorprendida, atónita

—Sí. Siento lo que te dije.

Y Simon lo sentía de verdad; más de lo que era capaz de expresar, pues nunca se le habían dado bien los discursos elocuentes ni elegir las palabras adecuadas para Kara. La verdad era que se pasaba la mayor parte del tiempo obsesionado con poseerla o con protegerla. La ternura y las palabras dulces no eran precisamente su punto fuerte.

La Obsesión Del MillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora