Capítulo V: La diosa.

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"Querida Ademia,
Confío en que seas tú quien me encuentre, y por tanto, quien lea esta carta. Supongo que se trata de una despedida, o una explicación. La verdad es que no estoy muy segura de cual de las dos tiene más fuerza sobre la otra.

Ademia, amiga mía, te juro que les amo. Les adoro. Pero aunque esté mal, amo mucho más a Petru. Él me dio todo, todo lo que tengo, todo lo que tenía. Fue junto a él con quien formé esta maravillosa vida. Petru hizo realidad mis añoranzas de ser madre junto a él, incluso aunque sabía que eso sería como un desafío para los dioses.
No podía soportar un minuto más el hecho de no saber si se hallaba a salvo y con vida o, si por el contrario, había muerto ya días atrás en el campo de batalla. El tiempo ya no transcurría para mí. Se había detenido en el día de su partida. Ya no veía nada que no fuera su ausencia rodeándome por todas partes, en cada rincón de la casa. Incluso en los ojos de Mircea y Elena.
Son como su padre. Valientes y testarudos. Hermosos.

Amiga, cuida de ellos. Has sido más madre que yo. Sobretodo desde que tu marido falleció, te volcaste en ellos. Eres más fuerte que yo. Por favor, diles y asegúrate de que lo recuerden, diles que los amo. Que lo son todo para mí, pero que no podía procurarles una madre así, no estaba sana.

Y si por algún casual mi querido Petru volviera, cuéntale la verdad. Dile que lo hice porque no soportaba más la incertidumbre, que no podía con la tortura de desconocimiento, me estaba consumiendo lentamente por dentro, me ardía el pecho cada vez que lo pensaba. Ya no lograba discernir entre lo correcto y lo que no lo era. Sé que no lo entenderá. No dejes que se hunda, Ademia, no dejes que les abandone, que haga como yo. Solo le tienen a él.

Mi última voluntad, para con mi familia, queda en este papel escrita, que Petru, mi amado, cuide de ellos, que haga todo lo necesario, pero que no les abandone. Que cumpla mi última voluntad, Ademia.
Ya sabe que lo amo más que a nada. Recuérdaselo.
Lo siento,
M.L.D"

Mientras, en el campo de batalla, la guerra entre los reinos seguía su curso. Los cuerpos rígidos de soldados se extendían a lo ancho y largo de la llanura en la que combatían. Una tierra propia del reino de Radu, tierra que había dejado yerma para mantener alejado el poblado de los posibles incidentes que se pudieran ocurrir.
Las bestias vivían entre los árboles que rodeaban la llanura. Durante las semanas que siguieron a la guerra, lobos, y zorros bajaban hasta aquel plano tosco de tierra, con la esperanza y una certeza instintiva de que encontrarían alimento más que suficientes para saciar su hambre, y tal vez, incluso la de sus crías. Aunque esto también les servía como sentencia. Pues los soldados, aprovechaban y tomaban como señal de buen augurio, el tener una presa, por pequeña que fuera, para llevarse a la boca y de algún modo, tener algo que les llenara el hueco de sus retorcidos y ahuecados estómagos.

Los campamentos de ambos ejércitos se habían dispuesto de una muralla protectora que los unía sin terminar de formar una sola unidad con ellos. Los soldados obedecían tan solo a aquel superior que perteneciera a su reino, a menos de que alguien indicara lo contrario.
Algunos de los soldados del reino de Petru no entendían porqué debían de dar su vida a cambio de nada por un motivo que ni siquiera les concernía, pues los Helenos tan solo querían el territorio fronterizo con el suyo.

-Nadie nos asegura que esos despreciables, tan solo quieran conquistar hasta nuestra frontera. Seguro que una vez vieran nuestra hermosa tierra y sus frutos, intentarían con tesón conquistarnos también. -Decían otros soldados, algo más experimentados y de pensamientos más certeros.
Lo único en lo que todos coincidían era en que los Helenos eran un pueblo avaro, y los soldados quedaban unidos pues, por el odio hacia ellos.

Las noches parecían ser el único remanso de paz del que medio gozaban los que no habían sido heridos. Los hombres con un cargo algo más elevado, aquellos que no iban en una simple trifurca, planeaban sin descanso diversas tácticas, que fueran posibles y factibles de realizar y que les procuraran la mayor victoria contando con el menor número de bajas posibles entre los suyos.
Todas aquellas tácticas y planes pasaban por la supervisión de ambos soberanos, Petru y Radu, los cuales se reunían en una tienda de campaña que hacía las veces de cuartel. Una carpa de mediano tamaño, de lona negra, para facilitar su camuflaje con la oscuridad de la noche o el encapotado cielo diurno, impermeable y más espaciosa por fuera de lo que su exterior simulaba, y un tanto más alta que el resto. Situada en el centro del campamento, detrás de una pequeña barrera de otras tiendas, por protección, y a medio camino entre ambos reinos. Como si fuera el punto intermedio de la tierra de nadie.

Dracul Tsepesh.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora