-Hola, Petru. -saludó con una voz femenina, mientras terminaba de descender del cielo.
Petru no respondió y miró a su alrededor en busca de la batalla y los soldados. Atónito a lo que sus ojos veían. Justificó su delirio con la muerte. Y Eris, adivinando sus pensamientos le replicó:-No seas estúpido, mortal. No has muerto. Al menos, no todavía- se encogió de hombros, bajo un gesto de indiferencia y una latente repugnancia.
-Eris -susurro su nombre y miró hacia el suelo, en señal de reverencia y respeto- ¿por qué una de ellos? ¿A qué clase de dioses me he estado remitiendo todo este tiempo?- le espetó, enfurecido.
-¡INGRATO!- se situó delante de él, y puso una daga en su garganta.
Su pelo y su vestido flotaban en un continuo flujo, como si se estuviese sumergida, y el agua meciera sus movimientos. Aunque estos, rápidos, la hacían aparecer y desaparecer como humo, como si todo su cuerpo fuera un polvorín. Respiró hondo, aún demasiado cerca de Petru, soltó un suspiro, el suave aliento de la deidad rozó la mejilla de aquel mortal, luego hizo desaparecer la daga con un grácil movimiento de mano, y se separó un poco de él. Mantuvo una mano en el pecho de aquel aterrado, pero valeroso, hombre, y sus oscuros ojos, profundos y seductores, se tornaron de un intenso verde. Sus labios, carnosos y de aspecto suave, dibujaron una sonrisa en forma de media luna que se alzaba tan solos de un lado, y dejaron ver unos dientes perfectamente blancos y afilados como los colmillos de una bestia. Volvió a respirar profundamente mientras cerraba los ojos y caminaba, o más bien flotaba, alrededor de Petru, mientras este intentaba mantenerse alerta bajo el suave tacto de Eris.-Sí, lo veo.- arrastro la primera palabra como si paladeara su significado. Abrió los ojos de golpe- tienes el corazón puro, aunque atormentado, nos servirá.- dejaremos pasar tu falta de respeto, y complaceremos tus plegarias.
-¿Falta de respeto?- alzó una ceja inquisitiva- ¿nos? ¿A quiénes? ¿Para qué?
-Shh, humano, calla.- susurraba muy cerca de él de nuevo, con su índice presionando suavemente sus labios.- Eres un preguntón, ¿lo sabías? -sonrió divertida, una sonrisa más amplia que la anterior. Luego chasqueó la lengua en una negativa y concluyó como si tratara con un infante- muy mal, eso no se hace. Deja que los mayores acabemos de hablar.
-Tan solo quiero saber por qué me visita una diosa helena. Y por qué tú.
-Querido...Petru- vaciló un segundo antes de pronunciar su nombre, luego chasqueó los dedos y de la tierra salió un trono de piedra con un grabado de manzanas de oro. Se sentó en él con las piernas por encima del reposabrazos izquierdo- Los mortales sois tan patéticos, tan penosos. Pasáis la vida creyendo tener razón, exterminándoos unos a otros para no conseguir nada. Pues la sabiduría absoluta no la posee nadie más excepto los dioses. Y creéis que, somos miles pero a la vez, ninguna otra de nuestras formas os parece razonable si no es aquella que acostumbráis a vislumbrar. Sabéis que nuestro poder y nuestro tiempo es eterno, pero os olvidáis que también nuestro aburrimiento es eterno. ¡Los humanos sois nuestra mera distracción, engreídos! Sois tan solo un método que tenemos de pasar el tiempo, un juego.
-¿Y por qué representarse en mil formas?
Eris le miró directamente a los ojos, y él sintió que le estaba mirando directamente el alma, le sonrió de manera maliciosa, adivinando que sentía miedo de ella, y medio susurró:
-Porque ya somos poderosos. Y si bien somos absolutos en todos nuestros dones, también somos avaros y codiciosos, muestra de que os creamos a los hombres. ¿Por qué un rey busca ampliar su territorio? Si ya dispone de poder sobre una región y un poblado, si ya sabe que el intento puede costar la vida de otros hombres, incluso la propia. ¿Por qué impulso nos movemos los dioses? Por diversión. Por codicia. Por poder.
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Dracul Tsepesh.
FantasyBasada en una historia real. Mucho tiempo atrás, corría por la vieja Hungria una historia de muerte y horror, una historia que mantenía al pueblo alerta en las noches de luna llena. Una historia que poco tenía de fantasía. La historia de una guerra...