Un hombre muerto a machetazos

24 2 2
                                    

Tras el segundo machetazo, ya se encontraba muerto, sin embargo su furia no se detuvo. Eso se vio reflejado en la imparable secuencia de carnicería absurda.

El fiel machete de Miguel, que lo había acompañado tantos años, ahora era usado en su contra. Adentrándose en su carne, despeinando su piel, pintando de rojo su ser, que hace mucho yacía abiótico.

Al llegar al machetazo número cincuenta, sus fuerzas se habían ido. Contempló los inertes ojos de Miguel, ojos que solían ser el espejo del alma, mas ya no lo eran, porque él ya habría abandonado ese cuerpo.

En los ojos sin luz del occiso, se pudo ver un poco de ternura, pena y algo de decepción. Miguel no esperaba ataque semejante de un amigo cercano, solo tuvo unos segundos para que su rostro dejará esa extraña expresión.

Expresión que no había terminado la transición de la decepción al odio. Murió sin odiar, sin maldecir, sin reprochar, queriendo hacerlo, pero siendo interrumpido en el proceso.

Mirar esos inertes ojos le hizo pensar a Manolo, que era suficiente. Él creyó sentirse arrepentido y avergonzado, sin embargo, los machetazos 51 y 52 le demostraron lo contrario. Para el machetazo número 56, había recuperado las fuerzas y el buen humor. Antes de llegar al número 71, el machete había perdido tanto el filo, que se estancó entre las costillas.

Intentó retirar el machete, pero este se negaba a salir, queriendo imitar a cierta espada célebre que no podía ser retirada de una piedra.

Ese pensamiento le llenó de tanta ira, que buscó por la habitación algo que le sirviera para retirar su herramienta cómplice. Intentó con una llave inglesa, una pala y en última instancia, con el cucharón que hace poco usaron para servir la sopa.

Nada dio resultado. Se encontraba resuelto a continuar la masacre con algún otro instrumento. Encontró una sierra, pero considero que usar eso sería bastante grotesco. Al final, terminó por abandonar la idea de continuar la masacre sin sentido.

Al día siguiente la policía lo encerró. No tenía el dinero para pagar un abogado, el Estado le asignó uno. El abogado en cuestión, trabaja con tan poco ánimo que no se podía decir que realmente trabajara. A no ser, que este "no trabajar" fuera la forma normal de trabajar de los abogados estatales.

El abogado finalmente le interrogó a Manolo acerca de aquello que todos también se preguntaban.

"¿Por qué lo hiciste?"

Manolo no respondió, no aclaró sus razones, no se arrepintió tampoco. Al final terminó en el manicomio, no dejaba de soñar con Miguel. En el sueño, Manolo lo mataba a machetazos, pero nunca era suficiente, como si bebiera de un agua que solo causara más sed. Nunca atacó la cabeza ni lastimó el rostro.

Un hombre muerto a machetazos y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora