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AMBOS SE OBSERVABAN FIJAMENTE. Tenían las mejillas húmedas y lo cierto era que no se avergonzaban de ello. No cuando aquella no era la principal preocupación que embargaba en sus mentes.
—Lo siento.
La voz de la castaña salió como un bajo susurro. Sabía que derecho tenía poco en ese momento pero le dolía.
—¿Qué sientes? ¿Por qué me dejas?
Cada pregunta que Grant hacía solo incrementaba el nivel de lágrimas en ambos.
—Grant, por favor —pidió Lidia.
—Creo que lo mínimo que merezco son respuestas —murmuró.
—No puedes dejar algo que nunca tuviste, Grant —respondió en voz baja.
—Solo porque no quisiste. Porque pudimos tenerlo todo.
Lidia suspiró y pasó el dorso de su mano por sus mejillas, limpiando el rastro de agua salada que corría por estas.
—No se sentía justo tenerte cuando no tengo todas las capacidades de darte lo que mereces, Grant —confesó—. Eres alguien increíble. Eres gracioso, carismático, comprensivo, encantador, guapo, bueno en lo que haces. Eres tanto, que mereces alguien que esté a tu nivel y alguien que pueda amarte de la forma en que amas. No soy esa persona, créeme que me hubiera encantado serla, pero no puedo.
—¿Cómo puedes saberlo si ni siquiera lo intentas? —inquirió incrédulo.
Estaba intentando con todas sus fuerzas que ella se quedara, porque no quería dejarla ir, no quería darle tiempo, no quería empezar de cero con otra persona cuando sabía, cuando quería que fuera ella.
—Hay cosas que simplemente las sabes, Grant. No quiero intentarlo y haber fracasado, eso te dolería mucho más.
—No lo sabes —negó.
—Sí lo sé —asintió—. No hagas esto más complicado, no me hagas lastimarte más de lo que ya lo he hecho.
¿Por qué no podía amarlo? ¿Por qué no podía por una vez en su vida estar lista para una relación con alguien? ¿Por qué siempre lastimaba a los chicos buenos? Lidia no lo comprendía y nunca lo haría.
