Capítulo 49

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—No puedo creer que hayas conducido todas esas horas —dijo Gad en cuanto bajaron las maletas del taxi que los había recogido del aeropuerto.

Lala y Malcolm viajaron con ellos, no obstante, optaron por ir a casa de Mal.

Rubén y Nareth al final no pudieron ir en los primeros días, ya que tenían algunos asuntos familiares que resolver, sin embargo, pidieron las indicaciones para poder unirse lo más pronto posible.

—Lo hice, solo quería alejarme de todo y no lo pensé —respondió Axelei mientras abría el zaguán con el mando automático.

Pasaron por un jardín muy cuidado, el orgullo de Celina, y avanzaron por el camino de gravilla hasta la entrada principal.

—Lo siento mucho —se volvió a disculpar Gadiel—. ¿Estás seguro de que tus padres no dirán nada? —cuestionó intranquilo.

—Quizás no lo hagan... no están. Llegarán dentro de un rato, les avisé que vendría. Vamos a dejar nuestras cosas, después te doy un recorrido.

Después de desempacar, Gad dejó que Axel descansara. Su novio había dicho que se encontraba bien, sin embargo, se notaba cansado. Así que él se dispuso a dar una vuelta. De alguna forma salió de la casa, y cuando quiso volver a entrar el portón ya estaba cerrado. Revisó sus bolsillos, y se dio cuenta de que olvidó el teléfono adentro. Lo que le faltaba. Tocaba esperar, a ver si de casualidad alguien abría.

Pasó un largo rato afuera, comenzaba a preocuparle que nadie se diera cuenta de que estaba ahí. Para rematarla, el personal de seguro ya se habría ido a dormir. Su única esperanza es que Axel notara su ausencia cuando despertase, por lo que al parecer pasaría la noche a la intemperie.

Con un suspiro, se sentó en la banqueta y recargó la espalda sobre el portón, abrazó las piernas para hacerse bolita. Media hora más tarde, y seguía afuera. De pronto, una luz lo cegó. Llevó la mano al rostro para cubrirse los ojos. Era un auto que se acercaba, hasta que se estacionó frente a la casa y un chico se bajó. Quizás tendría la misma altura que Axel, no estaba muy seguro desde donde se encontraba.

El chico se acercó.

Gadiel se levantó, y se observaron como si estuvieran en un duelo. Bajo la escasa luz, no estaba seguro si los ojos del desconocido eran azules o verdes, o una mezcla de ambos. El momento pasó, el chico dio un paso atrás, y llevó la mano a su bolsillo con cautela.

—Mm, ¿qué haces aquí? —preguntó el recién llegado con tranquilidad. Gad iba a responderle que era invitado, pero no le dio tiempo. El chico abrió el portón y él dirigió un vistazo hacia dentro—. ¿Quieres pasar? —indagó el extraño con un poco de humor, sin dejar de observarlo. Y luego, como si se le acabase de ocurrir, añadió—: ¿Te conozco?

Gad asintió, después negó. Eso había sido fácil... y extraño. ¿Debería preocuparse?

—De hecho, no, pero...

—De acuerdo, entra —interrumpió el desconocido, y sonrío como si una idea se le acabase de ocurrir—. Con una condición —continuó, dejándolo seco.

Gad se quedó justo donde estaba. Hasta ahí llegó, no iba a seguirlo. «¿Y este loquito de dónde salió?», se preguntó Gad. ¿Cómo le hacía para meterse en líos? En su defensa, estos lo buscaban a él y no al revés. Esto no le gustaba nada, aunque pensándolo bien, era su único modo de entrar.

—Vamos, ¿cómo te llamas? —insistió el chico y echó a andar sin esperar respuesta.

Parpadeó repetidas veces para salir de su estupor inicial. Se aclaró la garganta.

—Gadiel. ¿Sabes?, esto es un poco extraño. —Seguía sin entender nada, pasó una mano sobre su cabello oscuro, un tanto incómodo con la situación. Sin embargo, era mejor entrar. Ya le explicaría adentro.

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