Capítulo 20

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Malcolm aceleró, buscó espacios para poder avanzar, incluso se metió entre los autos para rebasarlos. Recibió un par de improperios de los conductores, y los cláxones sonaron a su paso. Con todo eso, siguió adelante sin detenerse hasta que llegaron al estacionamiento subterráneo del departamento en una pieza, de milagro. 

Gadiel jadeó, de la emoción casi besó el suelo al llegar. Nunca había estado tan feliz de estar en tierra firme.

—Maldito loco. Te juro que creí que moriríamos. 

—Y así, llegamos rápido —respondió Malcolm, que hizo oídos sordos al comentario de Gad.

—¿Cómo permites que ande suelto? —le preguntó a Axel, mientras subían las escaleras camino al departamento.

—Déjalo, solo quiere irse a dormir. —Después de todo, Axel lo había despertado para que lo ayudara. Ya lo compensaría por las molestias. 

La boca del moreno cayó abierta, con el viaje casi olvidaba lo sucedido en su casa más temprano.

—¿Tiene sueño y lo dejaste conducir? —indagó. Estos chicos no se pararon a pensar en las consecuencias, solo en ayudarlo, lo apreciaba. ¿Cuándo fue la última vez que alguien lo ayudó de manera desinteresada? 

—Los pasajeros no tienen derecho a quejarse —expresó Malcolm un poco malhumorado. Abrió la puerta del departamento, esperó a que todos entraran antes de cerrarla. Luego dejó caer las llaves en la pecera con un suave tintineo. 

—Venía con el auto. —Axelei se encogió de hombros.

—Déjame ver si entiendo, recurriste a Mal por su auto, pero ¿solo aceptó si él manejaba?

Ambos asintieron.

—Par de locos. —Negó, aun así, una tímida sonrisa apareció en su rostro.

—Cumplí con mi parte del trato, ahora me voy a dormir. —Con un bostezo, Mal se retiró.  

—¿Qué trato? —quiso saber Gad, mientras el chico desaparecía dentro de su habitación. 

—Te cuento mañana. Ahora elige: ¿cama o sofá?

—Dormiré en el sofá. Gracias.

—De acuerdo. —Axelei fue a su cuarto, regresó con una almohada y un grueso edredón naranja, los depositó en el sofá. Se sentó y esperó a que hiciera lo mismo.

Gadiel observó el espacio al lado de él y lo imitó. 

—¿Qué sucedió? —indagó Axel con cautela.

Gad se removió, un tanto incómodo, tomó una profunda inhalación y soltó el aire poco a poco. Asintió y procedió a relatarle lo acontecido.  

Para algunos podría ser cosa de nada, pero para él, que había crecido con los severos estándares de su padre, a quien le ocasionaba decepción tras decepción, ya no sabía qué más hacer.

Nunca podía darle gusto. Su padre de ninguna manera parecía satisfecho. 

En ocasiones, las amistades de este presumían de lo buenos que eran sus hijos en torneos académicos o deportivos, él solía felicitarlos y estar de acuerdo en lo excelentes que eran. En cuanto a su propio hijo, ninguna vez le brindó reconocimiento. No decía nada, se limitaba a verlo y negar como si el solo acto de estar en su presencia fuese un insulto. 

Más tarde, en su casa, Gad solía recibir comentarios del estilo: «¿Por qué no puedes ser como ellos?, o ¿es tan difícil hacerme caso y hacer las cosas bien?, si fueras más listo o estudioso, o al menos, bueno en algún deporte... pero no. Nada de lo que haces sirve para nada».

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