Capítulo 3

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Ben Parker odia que su esposa salga de casa a altas horas de la noche. Ella nunca le dice a dónde va, sólo que necesita algo que encontrar.

O más bien a alguien.

May habla constantemente de él, del joven que vio merodeando por los callejones, corriendo por las calles con ropa sucia. Normalmente, aunque le duela el corazón verlo, May ignoraba a los sin techo de Nueva York. Una vez fue joven y les dio monedas y un billete de veinte dólares de vez en cuando, creyendo que eso cambiaba sus vidas a mejor. Pero después de ver a un hombre tomar un billete de veinte que ella le había dado y entrar directamente en una tienda de dólares para comprar una cerveza, dejó de repartir dinero. May Parker no era una facilitadora.

Sin embargo, este joven hizo que algo dentro de May doliera con la necesidad de proteger. La mirada de sus ojos era la de alguien que se esconde. Estaba demasiado delgado, sus ropas oscuras le colgaban del cuerpo, con signos aparentes de desnutrición. En las raras ocasiones en que lo veía cuando estaba desocupado, se retorcía las manos mientras sus ojos estaban atentos a su entorno.

Pero lo que la había conquistado fue cuando le salvó la vida.

May había llegado tarde a su turno en el hospital y Ben no había podido recogerla porque su auto estaba en el taller. Sabía que volver a casa tan tarde era una mala idea, sobre todo porque tenía que atravesar una zona peligrosa de la ciudad para llegar a ella. Pero May era muy testaruda y se negaba a dejarse asustar por unos matones. A menos de diez minutos de su casa, tres hombres armados la acorralaron en un callejón y le exigieron que les diera su bolso.

Ella les dijo amable y educadamente que se fueran a la mierda.

Lo siguiente que supo fue que uno de ellos la golpeaba mientras el otro intentaba arrebatarle el bolso. No tardaron en abrumarla y temió que no sólo le quitaran el bolso, sino también su vida.

Pero, de repente, desaparecieron y un joven se agachó junto a ella para protegerla, con una mano que la tranquilizaba mientras miraba con odio a los hombres.

No puede explicar con exactitud lo que ocurrió a continuación porque fue demasiado rápido para que ella lo comprendiera. Uno de los matones se abalanzó sobre ellos y, en el siguiente segundo, se estrelló contra la pared inconsciente. Los otros dos parecían convencidos de que no querían correr la misma suerte y se habían largado del callejón.

"¿Estás bien?" le había preguntado él, ayudándola a ponerse en pie con las piernas temblorosas.

Ella le había asegurado que estaba bien, pero antes de que pudiera darle las gracias, se encontró sola en el callejón, con un azul oscuro desapareciendo sobre el techo. La única prueba que tenía de su presencia aquella noche era su chaqueta que él había colocado sobre sus hombros, supuestamente para ayudarla con la camisa mojada que había obtenido al caer en un charco.

Desde entonces no había visto más que destellos de él.

Sólo esperaba que estuviera bien y a salvo.

Sólo esperaba que estuviera bien y a salvo

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