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26 de diciembre de 1990

Querido diario:

Anoche casi no pude dormir. Y no solo por lo que pasó con los ladrones, que se fueron después de que Henry los curara con algodón, alcohol y pomadas del botiquín. Ella me oyó correr escaleras arriba y supo que yo había espiado su conversación, así que me siguió. Pero no dijo nada. ¿Para qué explicarme lo que ya yo sabía? Solo me tuvo en sus brazos y nos dormimos juntos. Hoy desayunamos en silencio, hasta que ella dijo:

—Ahora iremos al sótano.

—Pero me da miedo —dije, no quería volver a ver el horno diabólico.

—Por eso debes ir. Tienes que aprender a enfrentar tus temores, Kevin. Yo estaré contigo.

Fuimos al sótano. Yo no le soltaba la mano a Henry, pero el horno no hizo nada. Ni siquiera brilló. Me di cuenta de que era solo un horno común. No había nada que tener.

—Así se hace, Kevin —me dijo Henry cuando vio lo valientemente que me acercaba al horno—. Sabía que podías. Eres más valiente que eso. Lo demostraste anoche al enfrentar sin miedo a esos peligrosos bandidos.

—¿Me vas a llevar contigo? —pregunté en cuanto subimos.

—Al principio, solo planeaba verte de lejos —contestó, se veía triste—. Pero al ver lo lindo que eras, no pude reprimir el deseo de acercarme. Me prometí a mí misma no decirte nada si eras feliz aquí, no perturbar tu tranquilidad. Pero cuando me dijiste que estabas solo y vi que te habían olvidado, sentí mucha rabia y quise llevarte conmigo. Es un deseo muy egoísta, lo sé.

—¿Y aún quieres que vaya contigo?

—Solo si tú quisieras también.

—Sí, quiero.

Me eché en sus brazos y me dio un beso. Nos pusimos a mirar por la ventana y vimos al señor Marley cargando a una niña, que seguramente debe ser la nieta que mencionó el día que desayunó con nosotros. Parece que logró reconciliarse con su familia. La magia de la Navidad.

En ese momento, entró disparada por la puerta mi supuesta madre. Se quedó como una piedra cuando vio a Henry. Estaba tan blanca como una hoja de papel.

—Hola, mamá —dijo Henry—. No te molestes en disimular. Kevin ya lo sabe todo.

—No le creas —dijo mi falsa mamá, atropellando las palabras—. ¡Es una loca! Cualquier cosa que te haya dicho, Kevin, es mentira.

—Yo también me alegro de verte, mamá. Abandonaste a mi hijo a su suerte, pero oye, no soy rencorosa.

Mi mamá que me crió me abrazó.

—¿Estás bien, Kevin?

Luego miró a Henry.

—¡Vete de mi casa! ¡Él es mi hijo!

—Técnicamente, eres su abuela.

—¡Si no te vas ahora mismo, llamaré a la policía!

—Ya han estado aquí. Unos ladrones entraron a la casa y si yo no hubiera estado, quizás habrían hasta matado a Kevin.

Los ojos de esa mamá se abrieron como los de una vaca espantada.

—¡No te lo vas a llevar!

—Kevin quiere ir conmigo. ¿Verdad, mi rey?

Estaba confundido por todo lo que pasaba, pero asentí.

—Es verdad.

—¡No es justo! —gritó la mujer a la que yo llamaba mamá—. ¡Yo lo amo! ¡Tal vez no es mi hijo de sangre, pero lo es de corazón! ¡Y es mi nieto legítimo! Kevin, por favor...

—Déjate de frases hechas, Katherine —le reprochó mi verdadera mamá—. No lo quieres tanto cuando lo olvidaste aquí. ¿Cómo no se te olvidó llevar a ninguno de tus hijos verdaderos? ¡Además, ni lo tratan bien aquí!

—¡Tenemos que controlar sus malcriadeces! ¡Y yo tomé un vuelo a otra ciudad y viajé por carretera en cuanto noté que lo olvidamos, porque no había vuelos directos para Chicago hasta dentro de cinco días! ¡Eso es amor maternal que tú nunca sabrás dar!

—Nunca lo recibí de ti. ¿Cómo podría saberlo? Kevin es igual a mí, un incomprendido. No es ni será feliz aquí. Por eso me lo llevo.

Entonces entró el resto de la familia por la puerta. Todos se sorprendieron al ver a Henry, pero ella solo dijo:

—No quiero tener nada que ver con ninguno de ustedes. Me llevo a mi hijo y pasaré por encima de cualquiera que intente interponerse.

Mi mamá, digo, mi abuela trató de acercarse a Henry. Pero mi papá, digo, mi abuelo la sujetó por el brazo.

—¡Nos veremos en los tribunales! —gritó mi abuela.

—Si es necesario —dijo mi abuelo.

—Con mucho gusto —dijo mi nueva mamá.

Henry me puso en su auto y se subió. Condujo hasta una casa enorme, aún más grande que en la que yo vivía. ¡Debía tener como cinco pisos y diez habitaciones! Nos recibió una mujer que dijo ser el ama de llaves y mi mamá le ordenó:

—Elise, pídele al cocinero que prepare un banquete para mi bebé.

Cuando me mostró mi nueva habitación (que parecía un palacio de cuento de hadas lleno de juguetes), me dijo:

—Sé que este cambio puede ser traumático para ti. Pero lo superaremos juntos, hijo.

No estaba tan afectado por lo que pasaba. Es más, me empezaba a gustar el cambio.

—No te preocupes. Solo me alegro de no haber heredado la estupidez de mi verdadero padre —dije.



El diario de Kevin McCallister [Home Alone - Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora