Capítulo 4

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Capítulo 4

Mi historia y las decisiones


Después de que haya pasado casi cinco años con él, noto que hay algo que falta.  Que me falta a mí, que le falta a él, o a lo que hemos formado. Cuando me hago este tipo de preguntas, ya sé las respuestas. No me falta nada a mí ni a mi familia, le falta a él. Aburre. Óscar es maravilloso, dudo mucho que pudiese tener mejor sexo con otra persona. Es un amante entregado, además de estar en forma para cualquier postura. Helicóptero incluido. Con el niño se lleva genial, no le llama papá porque a mí nunca me hizo especial ilusión ir bautizando a padres sin serlo verdaderamente. Si hablamos de la economía, solo diré que cago dinero y que me limpio con más dinero. Pero es que él, es soporífero. El hombre más trabajador del planeta, el que mejor lo hace todo. Que hay que pintar, pues él, pinta, que hablamos de bitcoins, pues él conoce la moneda mejor que nadie, y hasta podría asesorarte. Puede arreglar un coche, manejar un barco, jugar a los legos, hacer el amor incansablemente… Él sabe hacer de todo y todo lo hace bien. Estoy segura de que cerca de él nunca en la vida, tendríamos problemas de nada. Pero es que el amor no es eso. El amor es sentir. Y no solo en la Paquita. Hay que sentir de verdad, cuando lo ves entrar por la puerta, cuando lo ves marcharse al trabajo, cuando despiertas en medio de la noche y él duerme, tienes que sentir la necesidad de besarlo, de abrazarlo, de desear que no se separe jamás de tu lado. Y no. Eso ya no pasa, si echo la vista hacia atrás, creo que nunca tuve esas sensaciones con él. Lo nuestro solo fue intenso al principio y como es tan bueno, pues compensaba lo demás. Y es que hasta la boda fue de película, trajo a toda mi familia a San José del Cabo, organizó algo que no podrá jamás volver a repetirse. Y eso me hace entender que, el dinero no da la felicidad, ya sé que es una frase hecha muy monopolizada, pero, la verdadera felicidad la da el amor. Llámame romántica sin cerebro si quieres, lo siento, es la verdad.
Se acerca a mí por detrás mientras ando subida a la bicicleta de hacer spinning que me regaló por mi cumpleaños.
—Cielo. Te extrañé. No imaginas cuanto, desearía que vinieras más conmigo al restaurante —su acento cada día es más mexicano.
—Ya sabes que Simón sale temprano de la escuela y que no me gusta que él regrese y se quede a solas con Lina —mi vocabulario también va cambiando conforme paso el tiempo aquí.
—Deberías de confiar más en ella, pues lleva con nosotros más de tres años.
—No desconfío, solo que su mamá soy yo y debo estar aquí con él.
Últimamente no deja de recordarme que me echa de menos cuando no estoy y que sus horas se hacen eternas sin mí. Esto es como todo, ¿nunca te ha pasado que, cuando vas a mover ficha, tu contrincante te observa tan atentamente que te da miedo continuar la jugada? Hoy estaba convencida de hablarlo todo, marcharme a otro departamento con Simón o incluso a casa de mis padres a España, pero, me acaba de decir todo eso y yo, no quiero hacerle daño. Así que, respiro para intentar relajarme.
Suena mi teléfono, bajo de la bici apresurada, le doy un beso rápido en la mejilla, enrollo la toalla alrededor de mi cuello y camino hasta la mochila donde se encuentra el maldito chisme ruidoso.
Descuelgo al ver un número largo que proviene de España. Me pongo nerviosa al pensar que ha podido ocurrir algo.
—Dígame… —se acelera mi pulso —¿qué quieres?... ¿me necesitas?... ¿qué es lo que ocurre?... —estoy tan sorprendida que apenas las palabras logro hacer sonar— está bien, iremos, no, no, no puedo salir corriendo, vale, te lo prometo. Lo sé. Sí, sé de sobra que es tuyo también.
—¿Quién era? —me mira cruzado de brazos.
Y es aquí cuando mi cerebro va de por libre, sí, en ocasiones me ocurre que si la oportunidad llega, yo, miento.
—Oliver. El padre de Simón. Quiere verlo, dice que lo necesita, que se ha dado cuenta que lo ha hecho muy mal, que lo quiere.
—Vaya. Entiendo. Os ayudaré a preparar las maletas.
¿Y mi cara? Pues posiblemente la misma que la de cualquier mujer a la que su marido le diga que le ayuda a hacer las maletas para ir a visitar a su exmarido. Y si a eso le sumamos que le he mentido, pues esto no pinta bien.
Oliver no pronunció ni una sola vez el nombre de Simón, lo último lo pronuncié yo después de que él ya hubiese colgado la llamada. Oliver, llamó para decirme que me echaba de menos, que necesitaba olerme de nuevo, me pidió perdón por olvidarse de mí. Me hizo prometerle que iría a verlo cuanto antes, y parece que ese cuanto antes va a ser mañana.
Al día siguiente nos despedimos en la puerta de casa de Óscar, él tiene trabajo y yo he insistido en que no viniera hasta el aeropuerto. Tengo grabada su cara en mi retina, me he esforzado más de lo habitual en mirarlo bien, sobre todo porque  aquella era la última vez que lo iba a ver sonriendo. Estoy segura de que después de que escuche que no vamos a regresar a su lado, la cara que se le ponga será de enfado. No pienso sacarle nada de dinero, yo lo conocí con lo puesto y así me marcho. Bueno me llevo dos maletas de Pedro del Hierro conmigo, pero eso es lo único, vamos por no meter la ropa en bolsas de basura.
En el avión me ha dado tiempo a todo, claro, que tantísimas horas de vuelo dan para poder incluso organizar un evento. Controlar a un niño de cinco años no es fácil tampoco y nuestro compañero de vuelo no nos lo está poniendo muy fácil. Deberían de sentar en otro lugar a esas personas a las que cualquier ruido les molesta. Después de dos horas por fin Simón calló en los brazos de Morfeo y yo pude mandar varios correos a Greta y Leo, avisé a papá de mi regreso y les dije que pasaría primero por casa para verlos y dejar allí a mi retoño. No les hablé a ninguna de cuál era el verdadero motivo de mi viaje, ni les nombré la famosa llamada telefónica. Lo más sencillo para mí sería que nadie supiera a donde iba o no me dejarían dar un paso.
Al bajar del avión, me envuelve una sensación de maldad, como si fuera a matar a alguien. En realidad alguien estaba a punto de morir. Reconozco de sobra que lo que estoy a punto de hacer no es lo correcto.
Cojo a Simón en brazos, lo subo al taxi y después entro yo, indico al conductor la dirección y es en ese silencio del trayecto cuando caigo en la cuenta de que, aún siento algo por Oliver. Siento algo por el hombre que me dejó tirada, no solo una vez, sino varias. Un hombre que no se ha preocupado de su hijo desde que nació, que solo asistió un día a su vida, y lo hizo acompañado de una novia, una que me restregó por los morros, aun cuando yo estaba hecha una mierda, que acababa de dar a luz y tenía mis capacidades al mínimo. Sí, siento algo por ese mierda de hombre. Y me sorprendo apretando fuerte las muelas, los puños y los dedos de los pies. Respiro hondo y repito conmigo, <<esta vez, será diferente, él ha madurado>>
Para cuando el taxi llega, veo a papá en el portal, no podía ser de otra forma. Estoy segura de que no es a mí a quien está deseando ver. Salgo y lo abrazo fuerte, él me lo devuelve rápido.
—¿Dónde has dejado a mi nieto? —su entusiasmo me hace reír.
—Dentro del taxi, todavía duerme, ha sido un vuelo difícil. ¿Estás bien papá? —percibo tristeza en el fondo de su rostro.
—Ajá —pronuncia sin mucho interés.
Subimos a casa, Simón en los brazos de su abuelo, y yo, arrastrando mis maletas. Abrimos la puerta, la verdad es que yo esperaba encontrar a todos detrás de ella.
—¿Dónde están? —pregunto extrañada.
—Nadie sabe que ya estáis aquí, os quería para mí solo, al menos durante unas horas.
—¿Mamá?
—Cariño, mamá regresó a la clínica hace unos meses. Está siendo algo duro en esta ocasión.
—¿Otra vez? pensé que se había acabado —ese era el motivo de su rostro entristecido.
—Ahora es un poco diferente. No es alcohol. Bueno, no solo es alcohol. Ahora también son los tranquilizantes.
—No jodas. ¿Y tú?
—No, hija, yo no. Solo faltaba eso. ¿Te imaginas? Los dos borrachos y drogados…
—No. Digo que ¿tú cómo estás? —el sentido del humor de mi padre no cesa.
—Bien, estoy bien. Tranquilo, cuando ella ingresa yo descanso. Sé que quizá te parezca mal esto que te digo, pero, cuando está en casa, tienes que estar todo el día en alerta. Como si cuidaras de un bebé.
—No papá. No me parece mal. Mucho mérito tienes. No sé si yo habría podido aguantar esto durante tanto tiempo.
—El amor, lo más grande del universo. La amo como el primer día, cielo.
Y caigo en el recuerdo de mis padres cuando eran más jóvenes, siempre juntos, acaramelados, besándose, con gestos de cariño el uno por el otro. Quizá haya sido eso lo que a mí me hizo pensar en el amor de igual manera que él.
Nos abrazamos de nuevo.
—¡Abuelo! —grita Simón al verlo mientras abre sus ojitos adormilados aún.
—¡Nieto! —lo levanta papá con sus brazos.
—¿Os quedáis aquí un momento? Voy a ver a las chicas y enseguida regreso.
—Deja de llamar chica a Greta por favor. Es más mayor que yo.
—Solo dos años, además es una chica ¿o no?
Papá suspira y niega con la cabeza.







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