Capítulo 8
Mis hijos me odian
No cabe la menor duda de que los niños no quieren vivir conmigo. Está claro, están haciendo mucho daño en casa, y digo en casa porque en tan solo tres semanas llevan ya dos puertas descolgadas de los portazos que les propinan, una silla que le falta una pata y la cortina del salón ha desaparecido, no la encuentro por ninguna parte. Desapareció en el poco tiempo que yo salí para ir al baño, cuando regresé, el ventanal ya lucía con todo su ser y sin vestir. Tengo que ir a comprar unas nuevas porque el vecino mirón de enfrente no deja de alcahuetear a todas horas.
Hoy celebramos el cumple de Marco, sus nueve años no han pasado desapercibidos para nadie que lo conozca, por eso en mi salón ya no cabe más gente, han venido mis amigas, mi familia, la panadera, cuatro amigos del colegio, otros dos amigos de Simón y también cuatro personas que no conozco de nada. Me acerco a papá para ver si son amigos suyos. Nada. A Greta y Leo tampoco les suenan. Mamá me pregunta también quienes son. Voy directa a ellos para averiguar de dónde han salido. No imaginaba que la gente se colaba también en los cumpleaños infantiles, había oído de bodas pero esto no lo esperaba.
—Buenas tardes, soy la mamá de Marco —me presento para no ser tan directa.
—Hola, nosotros somos, Juan, Jose, Eloy y Andrés —habla uno y señala a los demás.
—Encantada de conoceros a todos, perdonadme, no consigo acordarme de vosotros —me rasco la cabeza, ya no sé qué más decirles.
—Ah, no, no nos conocemos aún, Marco nos invitó la semana pasada.
¿Perdona? ¡¡Mi hijo a invitado a cuatro hombres!! Aquí hay algo que se me está escapando.
—¿De qué conocéis a Marco? —mi cara de preocupación debe de ser muy evidente porque dos de ellos hacen un ademan suplicándome calma.
—Somos los profesores de la escuela de Marco, no nos conoces porque no has venido a ninguna de las reuniones que hemos impartido estos últimos años, tanto al inicio de curso como en cada trimestre.
—Vaya, sí, claro, tú eres su tutor —intento disimular.
—No. Yo soy el profesor de inglés, su tutor es Eloy.
—Bueno, pues disfrutad de la merienda —Añado —. Eloy, disculpa por el comportamiento de Marco, intentaré adiestrarlo mejor.
—Marco es de mis mejores alumnos, no sé porque dices eso. Lo único que nunca trae el material solicitado. Y por cierto, se adiestran a los animales, a los niños se les educan. —Guiña un ojo.
—Claro, claro.
Me doy la vuelta, intentando desaparecer de sus vistas, no he sentido tanta vergüenza desde que Oliver me ridiculizó en aquel bar delante de todos sus amigos, enseñando una fotografía mía desnuda de cintura para arriba. Él quería alardear de pechos y yo casi me muero de un infarto. Eso te hace aprender, jamás dejaré que nadie fotografíe nunca mi cuerpo desnudo. Y jamás volveré a interesarme por invitados a los que no conozco.
Me acerco hasta Greta disimulando, ya que está en la otra punta del salón, ellos seguirán viéndome, pero al menos yo no los veré a ellos. Deben de pensar que soy una madre patética. Y no les voy a quitar la razón. De madre ejemplar tengo poco.
—¿Te has enterado ya? —susurra Greta en mi oído.
—¿Qué ha pasado?
—Han despedido a Susana del super, la cajera esa tan mal educada que siempre está mascando chicles con la boca abierta.
—Pues me parece genial, no valía para ese trabajo, mejor que se busque un almacén, uno de esos en los que no tienes que hablar con nadie.
—Lo que ocurre es que han despedido a casi todas las cajeras de golpe.
—Qué raro, ¿no?
—Por lo visto las han pillado robando, si no a todas al menos a la gran mayoría —seguía con su tono bajito.
—¡¿Robando?! —grito de repente sin darme cuenta.
—Calla, calla, que todo el mundo hoy habla de los despidos del super y van a saber a qué nos referimos.
El caso es que, despedidas o no por robar, yo ahora mismo lo único que veo es un porcentaje gigante de encontrar trabajo.
—Imagino que estarán buscando gente.
—No pensarás en trabajar ahí, eso es un trabajo vulgar.
—Ya estamos. A ver licenciada, no todas hemos conseguido estudiar y sacarnos una carrera. Es un trabajo de lo más digno —me marcho agitando mi cola de caballo.
Llega el momento de la tarta y con él, también el de los regalos. Caigo en la cuenta de que no le he comprado nada a Marco. Soy lo peor. Papá se acerca a mí, me mira con una sonrisa escueta y abriendo mucho sus fosas nasales.
—Toma, que estás tan ocupada que no has tenido tiempo de ir a comprar un miserable regalo a tu hijo. Imagino que la búsqueda de trabajo te roba todo el tiempo.
—Soy despistada, ya lo sabes.
—Mejor así, porque seguramente no habrías sabido lo que le gusta.
Y tiene razón, no tengo ni la más mínima idea de cuáles son sus preferencias.
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Se busca canguro
RomanceMi nombre es Sara, aunque él se empeñe en llamarme Toñi. No hace falta que te diga que no me gusta, lo mismo que tampoco me gusta él. Ese imitador de pacotilla, que se ha inventado que yo le besé primero y ya te digo que no fue así. Espera, que he e...