Capítulo 6

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Capítulo 6
Mi historia con otro hijo

Leo me acompaña a la última consulta del ginecólogo, en esta ocasión hemos decidido entre las dos que sea otro el profesional que me lleve el parto. El motivo no es otro que, para cuando yo salgo de cuentas ella estará en Nueva York de convención, barra charla, barra trabajo, barra placer. Me ofreció la posibilidad de provocar el parto unas semanas antes, pero yo no estoy de acuerdo en hacer ese tipo de cosas, cada bebé necesita su tiempo y si el mío no quería salir antes, nadie debía de sacarlo a la fuerza.
—Buenos días, Sara. ¿Cómo te encuentras? Estás ya en la recta final del embarazo.
—De cine. A pesar de mis veintidós kilos de más, estoy más enérgica que nunca. Duermo del tirón y camino todos los días más de cinco kilómetros.
—Me alegro. ¿Sigues sin querer conocer el sexo del bebé?
—Sí. No importa lo que sea. Estoy convencida de que es un niño.
—Espero que estés en lo cierto, no me gustaría que después sintieras ningún tipo de rechazo si no es lo que esperas.
—No, hombre, no estoy tan colgada. Si es una niña la querré igual, pero todo me dice que es un niño. Estate tranquilo. —Sonrío.
Salgo de la consulta al rato, Leo se ha quedado dentro con mi médico. Espero a que salga. Tarda unos diez minutos, cuando lo hace viste una sonrisa de oreja a oreja que casi no le cabe en la cara. He dicho viste pero a ella la han desvestido, se nota porque la blusa la lleva del revés.
—Creía que andabas saliendo con Andrés todavía —mi ceja levantada lo dice todo.
—Después de Andrés vinieron Carlos y Martín. Ninguno de los dos puede llevar mi ritmo así que los dejé también, mejor dejarlos que engañaros. ¿no crees?
Toma golpe bajo de mi adorable amiga.
Como me gustaría ser como Leo en más de una ocasión. Yo en cambio necesito enamorarme para tener sexo, o al menos sentir que puedo llegar a enamorarme de esa persona que tengo delante de mí.

Los meses pasaron rápido. El nacimiento de Marco aconteció una tarde de mayo, sí, fue un niño. Salió sin hacer apenas ruido, casi de la misma forma que entró. Cuando llegué a casa con él en mis brazos, el recibimiento fue muy especial. No solo porque Simón nos esperaba con toda la ilusión del planeta esperando poder verle la cara a su hermano, también porque en casa estaba mamá. Había regresado después de casi un año, y es que esta última vez que ingresó casi no lo cuenta. La encontraron papá y Rebeca en la terraza tirada, con un copa rota en el suelo, una botella de whisky y un bote vacío de relajantes, no sabemos cómo se hizo con tal botín, lo que sí sabían es que esta vez, no iba a ser como las anteriores. Se la llevó una ambulancia directa al hospital. Después de más de una semana ingresada, el alta llegó, pero no fue para venir a casa, se fue directa a un psiquiátrico, ella no estaba acostumbrada a ese tipo de clínicas, en los otros gozaba de más libertad, entraba y salía de su habitación cuando se le antojaba y aquí la cosa era diferente. Lo ha pasado realmente mal. Yo me enteré de los detalles al poco de aterrizar, me enfadé mucho por no contármelo antes, papá no quería preocuparme, pensó que ahora que era feliz esto me arruinaría el momento. Nada más lejos de la realidad. No era tan feliz como él creía.
—Mamá, que guapa te veo.
—Calla, calla. Tú sí que estas preciosa. Yo ya soy vieja. Deja que te vea pequeña mía.
Se acercó a mis brazos y pude ver una ilusión que no asomaba en ella desde hacía mucho. Ni con la llegada de Simón la advertí. Claro que el día que nació él, ella se quedó en casa sola bebiendo, con la excusa de preparar todo para la llegada.
—Toma cógelo.
—Yo también quiero, yo también quiero —gritaba Simón desde un metro más abajo.
—Tranquilo, ahora enseguida lo cogerás tú. He pensado que puedes darle su primer biberón de casa, ¿te apetece? Seguro que él está deseándolo.
Simón se alegró al instante.
Papá también lucía su sonrisa. Leo y Greta estaban allí, pero ellas permanecieron sentadas tomando su café con pastas en la otra parte del salón. Me relajé en el sillón de papá y al rato Leo se aproximó a mí.
—Ya se lo has dicho, ¿verdad?
—Para qué, si no se va a preocupar por él, qué más da que lo sepa o no. Mira a mi otro hijo.
Las dos giramos nuestros rostros para observar a Simón, tan contento con su nuevo juguete.
—¿Lo ves? Alto, guapo, fuerte, feliz, entero, vestido, peinado, y sin padre.
—Sé que vas a hacer lo que quieras, pero puedes tener problemas. ¿Qué vas a hacer en el registro? ¿Apellidos? Tus dos hijos se llamarán diferentes si no le pones su apellido.
—Ni que eso fuera importante.
Sí que lo era. Es muy importante. No había caído en este detalle. Cuando sean mayores harán preguntas, los niños se pasan el día preguntando. Y eso me hace volver a esa misma pregunta que me atormenta a menudo, ¿POR QUÉ? ¿Por qué me pasa a mí esto, es el universo que se empeña en que no sea feliz, soy yo que exijo mucho a la persona que tengo a mi lado, acaso tengo un problema en socializar y entenderme con el sexo opuesto, nunca me encajará nadie, estoy sola por mi culpa?
Después de unos segundos más respondo a Leo.
—¿Sabes? Puede que le llame, pero solo para que dejéis de insistir.
—Será lo correcto. Eso sí, espera de él una reacción que no te guste, porque has tenido tiempo suficiente para contárselo.
Asiento con la cabeza y cierro los ojos, aprovecho que hay mucha gente en casa y sé de sobra que sabrán que hacer con el bebé.



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