Parte 5 - Tragedia

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La biología de los wendigos era bastante singular. Su hijo aún no presentaba su sexo ni había abierto los ojos todavía, pero empezaba a reconocer las voces de sus padres, a patalear e incluso a sonreír. Al menos ya no parecía que las cuencas de su cráneo estuvieran vacías.

Su piel empezaba a palidecer, signo de que pronto podría pasar por humano, empezó por su cara, pero su cornamenta... esa solo podría ser cortada para ocultarla hasta que tuviera un año de edad.

A Alana Will se lo había contado.

«Tienes que saberlo por si no sobrevivo» confesó. «Hemos contratado un vientre de alquiler, el embrión está sano. El embarazo está estable. Hannibal y yo seremos padres.»

La dejó sin saber qué pensar.

Ahora que se había recuperado milagrosamente del cáncer pronto podrían dar la noticia de que eran padres. Necesitaban anunciar un festín en casa, Hannibal tenía esa fama en la ciudad.

No mostrarían en público a su hijo hasta que le hubieran retirado las astas, pero mientras decidieron sacarlo a pasear en la oscuridad de la noche para que tomara baños de luz de luna recomendados para su especie. En verdad se sentían como una familia en esa clase de momentos.

Will recordaba cómo había sentido la presencia de Hannibal por primera vez en su propiedad días después de conocerse, una mirada depredadora en lo oscuro del bosque, los primeros sueños que compartían, la primera negrura del wendigo pisándole la sombra desde la niebla, empezando su cortejo.

Nadie le hubiera podido decir que dos años después estaría casado con él, habría abandonado su humanidad, comería carne humana y mucho menos que hubiera traído al mundo a un hijo de ambos.

Con la cornamenta afuera paseaban, Will con el niño en brazos vestía una túnica cómo una aparición. Lo alimentaban de sangre y unas extrañas papillas con algo de carne para fortalecerlo. Funcionaba. Crecía a buen ritmo.

El pelinegro ponía su dedo índice entre sus pequeños labios después de haberse hecho un corte, el pequeño succionaba su sangre para alimentarse. Hannibal también lo alimentaba.

Pasaron así dos lunas sin novedad. De pronto, abrió los ojos. Sus ojos azules eran parecidos a los de Will. En verdad era la adoración de ambos.

Sus perros los acompañaban en sus caminatas. Sus animales querían tanto a su dueño que no les importaba el que su aroma hubiera cambiado, su temperatura descendido o que hubiera algo de siniestro en él. Will estaba convencido de que el perro era el animal más noble de la naturaleza si hasta podía serle fiel a un wendigo.

Esa caminata era como todas las demás, con la excepción de que se sentía enrarecido el ambiente. Tal vez más húmedo que de costumbre, pero luego lo sintieron en la piel, en la nuca, en la periferia. No estaban solos. Lejos, pero los estaban observando, y se acercaban a ellos.

Hannibal le indicó que se marchara, un wendigo de sangre pura no usa su boca para hablar sino solo para comer, su voz se escucha con la mente no con los oídos.

[Márchate ahora con nuestro hijo]°

Will no quería dejarlo solo. Hannibal no lo repetiría dos veces.

De prisa fue seguido por su manada. Se alejó pero no fue a casa. Se quedó en un risco a mirar lo que pasaba, oculto en espesos matorrales.

Una corazonada le decía que no debía dejar solo a su esposo. Algo podía sucederle hasta al inmortal e invencible Hannibal Lecter.

Eran muchos hombres, los vio rodearlo. Debían tener entrenamiento táctico, tal vez militar por como se movían pues sabían que de separarse uno a uno caerían a manos del wendigo.

La balada del WendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora