Parte 3 - Matrimonio

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Las sábanas de seda negra eran acariciadas por sus manos, jaladas, arrugadas por las mismas. La cama era suave y blanda, la oscuridad confortable, y el ritmo en que Hannibal se empujaba en su interior -tocando todos los puntos correctos- arrojaba en el insondable olvido al mejor de los metrónomos.

La noche era su lecho, el secretismo su denso velo.

Quería mantener los ojos abiertos más no podía, la vista nublada, la mente aturdida, su piel en llamas, a instantes negra como una exótica perla, la cornamenta afuera, la boca abierta porque le faltaba el aire.

Era un ritmo tranquilo pero vicioso, como si tuviera la paciencia del mundo para hacerlo sentir bien, atento a cada una de sus caricias.

En su oído podía susurrar su nombre como el murmullo secreto de lo que lo estaba haciendo sentir.

"Hannibal..." cerraba los ojos, acariciando el cuello a su disposición para que siguiera trazando besos en el ángulo de su cabeza y hombro. "Hannibal..." suspiraba, no quería que se detuviera.

Abierto su cuerpo, vulnerable para ser asesinado en cualquier momento si cambiaba su opinión sobre él, así se entregaba Will Graham al wendigo, como un ciervo que inclina su cuello al cazador no para que dispare desde lejos sino que ambos estén conscientes de que van a matar y morir.

Humilde, entregaba su vida en bandeja de plata. Juan el bautista descubriendo la carótida para que el filo de la espada separe la cabeza de su cuerpo.

Lo sintió morder su labio inferior, se movió más rápido, leve, profundo, íntimo. Will lo encerró entre sus piernas, Hannibal le cargó entre sus brazos para estar más cerca, sus pechos pegados, corazón a corazón. Solo la piel y los huesos separándolos. El aire tan falto en sus pulmones entre besos inacabados.

Un alarido extendido en la rivera nocturna estrechándose como si en verdad fueran a fundirse en uno solo, ardiendo, derritiéndose. Y Will supo que no quería vivir sin haber conocido esa sensación.

.

Yacer en la cama acompañado, sin temor, cobijado por los dulces y protectores brazos de una compañía grata, era la mejor sensación del mundo, y tal era su agrado y encanto que Will se preguntaba porque le había producido tanto miedo y asco el canibalismo de Hannibal cuando en realidad ni humano era.

Todo era diferente si se trataba de una presa y un depredador. Los humanos eran cerdos porque desde el principio fueron ganado.

¿Cómo había sido posible que lo escogiera de entre todos los posibles asesinos activos o en potencia que Hannibal llegara a conocer en su vida? ¿Qué tenía él de especial?

Era un hombre afortunado.

"¿Por qué puedo comunicarme por medio de sueños contigo?" recargaba la cabeza sobre su pecho, adormecido por el latido calmo de su amante.

Hannibal estaba dispuesto a explicarle la mecánica de todo así le preguntara en la cama, en la ducha, en la cocina, en el mismo vehículo yendo a un caso del FBI o incluso yendo a cazar juntos. Acarició la espalda desnuda.

"Se debe a la compatibilidad entre nuestras ondas cerebrales. Tú mismo lo dijiste. Entré en tus sueños de la misma manera que tú lo hiciste con los míos."

Hannibal terminaba de enjuagar el cabello de Will en la ducha.

"Tu mente es enigmática. Trataba de leerte. Confié en ti. Te sentí como mi amigo antes de que quisieras achacarme tus crímenes y mandarme a una celda."

"Y después quisiste matarme."

"¿Acaso no lo pensaste tú también?"

Hannibal sonrió expresivo bajo el chorro de agua.

La balada del WendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora