CHAPTER VIII: Second of His Name

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Rhaegar deseaba con todo su ser marchar a los Peldaños de Piedra, tomar la espada en sus manos, y traer de vuelta a su querido hermano Daemon, ese mismo hermano que siempre había sido su refugio en un mar de tormentas

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Rhaegar deseaba con todo su ser marchar a los Peldaños de Piedra, tomar la espada en sus manos, y traer de vuelta a su querido hermano Daemon, ese mismo hermano que siempre había sido su refugio en un mar de tormentas. Sentía la necesidad de luchar, de liberar la furia y el dolor que se habían acumulado en su interior durante años. Pero no podía permitirse dejar a Rhaenyra sola, rodeada de las víboras que infestaban el castillo, acechándola con sonrisas falsas y palabras envenenadas.

Desde que Aemma murió, Rhaenyra había sido su único consuelo, la única razón por la que Rhaegar seguía soportando el peso de las mlas decisiones de su hermano mayor. Había visto cómo la luz se apagaba en los ojos de su sobrina, cómo el brillo de su infancia se había desvanecido, reemplazado por la carga de ser la heredera del Trono de Hierro. Pero más que eso, había visto en ella una fuerza que lo conmovía, una voluntad indomable que le recordaba a sí mismo en sus años más jóvenes.

Aemma le había hecho jurar que cuidaría de Rhaenyra. Era una promesa que lo ataba, un vínculo que sentía tan fuerte como el hierro que forjaba las espadas de los Targaryen. Rhaegar se lo había prometido, y jamás rompería esa promesa. No mientras tuviera aliento en su cuerpo. Sabía que Rhaenyra también lo necesitaba; más que un protector, necesitaba a alguien que la entendiera, que compartiera su dolor y su soledad en medio de un mundo que esperaba demasiado de ella.

Rhaegar se encontraba en una encrucijada. El deseo de luchar, de acompañar a Daemon, chocaba con su necesidad de proteger a Rhaenyra. Esa misma mañana, había recibido una carta de Daemon, escrita con la mano firme que siempre había admirado. "La guerra terminará pronto, no hay nada por lo cual preocuparse", decía el mensaje, pero Rhaegar sabía que las palabras de su hermano, aunque consoladoras, no podían apaciguar el tumulto de emociones que lo consumían.

Amaba a su hermano, pero Rhaenyra lo necesitaba más. Y Rhaegar lo sabía. Sabía que su lugar no estaba en los Peldaños de Piedra, sino en el castillo, cuidando de Rhaenyra, protegiéndola de las amenazas que se cernían sobre ella, tanto visibles como ocultas.

Aceptó ir a la cacería, pero lo haría solo por Rhaenyra, para darle un respiro de la corte, para ofrecerle al menos un día donde pudiera ser simplemente ella misma, lejos de las miradas escrutadoras y de los susurros. No por Viserys, nunca por Viserys.

Se negó a compartir el carruaje con la familia real, y mucho menos a estar cerca de Alicent. No tenía intención alguna de pasar tiempo con Viserys, el hombre que alguna vez había llamado hermano, pero que ahora no era más que una sombra en su vida, una sombra que lo perseguía desde la muerte de Aemma.

Ese resentimiento que sentía contra Viserys había enraizado profundamente en su corazón durante más de tres años. Desde el dia en que Aemma falleció, cuando Viserys había elegido la vida de su hijo por sobre la de su esposa, Rhaegar había sentido que algo se rompió entre ellos. Una brecha que nunca podría cerrarse, un abismo lleno de dolor, rabia y decepción. Viserys había dejado que su familia se desmoronara, que el peso de sus decisiones cayera sobre Rhaenyra y, por ende, sobre él.

PURE AND BLOOD¹| House Of The Dragon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora