Historia escrita por Revontulett, disfrútenla
No soy dueño de Dragon Ball, le pertenece a Akira Toriyama y otros, así como de cualquier otro elemento de cualquier otra obra, creación que aparezca, créditos a quien corresponda.
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En el denso seno de la oscuridad, en medio de la ventisca, la silueta de un hombre avanzaba. Se movía a paso lento, cansino, envuelto de pies a cabeza por una larga capa gris. El viento gélido agitaba con fuerza el abrigo, obligándolo a mantenerlo en su sitio con una mano.
Se detuvo unos instantes, mirando con cautela hacia el horizonte. Grandes nubes de vapor escapaban de su boca a cada respiración, marcando un ritmo agitado. De repente pareció asentir con la cabeza, como si hubiera divisado algo entre la ventisca, y entonces reanudó la marcha. Con cada paso el suelo congelado crujía, pegándole restos de escarcha a la capa.
El viento soplaba con más fuerza. Los pasos de la silueta se tornaron vacilantes, dudosos, pero no se detuvo. A simple vista resultaba difícil adivinar adónde se dirigía. No había nada allí. En todas direcciones se extendía una nada negra y absoluta, un vacío helado que parecía abarcar el mundo entero.
Pero había algo adelante.
Apareció de repente, en medio de la nada, como si alguien hubiera encendido una vela en la oscuridad. El alto contorno de la torre fue lo primero en tomar forma en la penumbra. Empotrada en una gran plataforma escalonada, sus muros blancos se erguían hacia arriba con elegancia, coronados por una cúpula de oro que resplandecía como un faro.
La silueta se detuvo justo al pie de los escalones. Su cabeza encapuchada se movió de izquierda a derecha, contemplando los gigantescos relojes de arena que, como columnas, se erguían a los lados de la torre central. Ambos relojes se hallaban a la mitad exacta de su conteo.
—Seis meses—farfulló la silueta. Pronunciaba las palabras con extraña lentitud, como si hubiera perdido el hábito de hablar—O al menos eso supongo...
Soltó un resoplido, encaramándose a la plataforma. La puerta de la torre se abrió con un chirrido, dando lugar a una pulcra habitación de muros y suelos blancos. En un gran contraste con el frío y oscuro exterior, allí dentro todo estaba en orden e iluminado. La figura barrió el lugar con una gélida mirada, casi como si estuviera furioso con las finas alfombras en el suelo y los elegantes muebles de madera.
—Hogar, dulce hogar—murmuró, dejando caer la capa al suelo.
Los cabellos le habían crecido hasta formar una maraña indómita y oscura, larga hasta los hombros. Su gi de entrenamiento, que parecía haber sido violeta en algún momento, estaba hecha un harapo oscuro, con la manga izquierda colgando vacía a un costado.
—Hogar, dulce hogar—repitió Gohan, arrancándose el gi hecho girones de un tirón. Debajo, su cuerpo estaba más esbelto, duro y fibroso que nunca. Los músculos y los tendones se marcaban como si estuvieran esculpidos en mármol bajo la piel, una piel cubierta por nuevas y variadas cicatrices, algunas a medio curar aún. Su óptimo estado físico era más que evidente, pero su rostro lucía demacrado. Estaba muy pálido, con grandes ojeras. Sus rasgos, siempre vivaces, se habían vuelto más afilados y delgados.
Con movimientos propios de un autómata, como si siguiera una rutina ejecutada mil veces, Gohan echó a caminar hacia la sala al fondo del torreón. Las grandes vasijas cerámicas, obsequio de Yajirobe, se apilaban allí, unas sobre otras. Metió la mano en una cualquiera, sin mirar. Lo que extrajo fue una gran loncha de jamón ahumado, pero bien podría haber sido pescado deshidratado, o crujientes manzanas de otoño. A Gohan le daba igual. Comió sin fijarse, sentándose directamente en el suelo de piedra. Pasó el bocado con un largo trago de su cantimplora, observando de reojo hacia un lado. A su derecha, en uno de los muros de su improvisada despensa, había una pequeña ventana circular. El cristal estaba empañado por el frío, y afuera estaba oscuro, pero de todas formas podía ver el contorno de uno de los grandes relojes de arena.
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Un futuro diferente
AksiEn otro futuro, en otro realidad, la lucha por sobrevivir llevaría sus caminos a cruzarse nuevamente. "Porque no importa el tiempo, el espacio, ni la muerte... Yo estaré ahí para ti al final...". No soy dueño de Dragon Ball, le pertenece a Akira Tor...