Diez

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Off se abrió paso hacia los pasillos, caminando, ido, temblando

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Off se abrió paso hacia los pasillos, caminando, ido, temblando. Quiso llegar a su habitación, a su refugio. Quiso llegar al único lugar que lo protegería de todo lo nuevo, del odio de su padre, de la muerte de su madre. Sin embargo, el silencio se volvió más mortífero, más fuerte.

La mente de Off dejó de prestarle atención al lugar donde estaba.

No era el pasillo de su habitación. Este estaba desolado, la decoración precaria, las paredes parecían descuidadas, sin pintar y las ventanas abiertas dejaban entrar el viento caluroso y suave. Su mirada se volvió y decidió regresar a su lugar cuando reconoció una puerta al final del pasillo.

Su mirada se elevó, como si viera a su madre de vuelta, como si detrás de ella se encontrara algo conocido, algo familiar. El pecho de Off empezó a latir, su respiración se volvió más pesada y sus pasos se volvieron más sigilosos y lentos.

Había un aroma extraño, pequeño, chiquito, pero podía sentirlo. En aquellas paredes, en aquél suelo. En esa puerta. El alfa enfrentó el lugar con la mirada cegada, perdida, sus manos empujaron con suavidad y un viento suave y caluroso chocó contra su rostro.

Y con él, un suave aroma dulzón que dilató sus ojos. Que relajó su cuerpo, Off se quedó varios segundos ahí, en el umbral de la puerta, su mirada se extendió y divisó una gran cantidad de almohadones desordenados, había sangre, sangre seca, desorden. Sus pies avanzaron como alma que lleva el Diablo hacia esa habitación. Y sus manos temblaron, sus dedos chuecos, su cabeza, las sensaciones que sentía.

Parecía reconocer aquel lugar, aquellos objetos, Off miró los estantes, las decoraciones, las ropas, observó los ramos de flores marchitas, tan secas que al tocarlas se desmoronaron en un segundo. Las prendas eran pequeñas, su aroma, su estructura, Off sintió que su alfa se removía en su interior.

Aquellas feromonas le resultaban tan familiares, tan brutales y desesperantes que su mirada se volvió a todos lados. Cada tela lo tenía, cada esquina. Off se embriagó del aroma dulzón, del aroma de la sangre, era tan tenue, pero lo alteraba de cierta forma que sus ojos se dilataron cuando observó allá atrás, oculto, detrás de un gran espejo sucio y polvoriento. El atril de su padre, aquél donde pintaba sus grandes obras, lo sintió ahí, sintió su olor picante. Off se sintió descompuesto y lentamente se acercó hacia él. El cuadro que tenía colgado estaba cubierto por seda blanca y el alfa temió quitarlo. Temió observar la pintura que había detrás suyo.

Pero su puño se cerró en ella y la quitó. Sus ojos se dilataron con fuerza, su pecho se convirtió en un mar enojado, fuerte, cada latido era como una ola furiosa que azotaba su tórax. El vértigo que sintió, el dolor, sus ojos se llenaron de lágrimas cuando observó aquella pintura. Aquel rostro, aquel cabello de ángel y ese cuerpecito desnudo. Off sintió que su alfa se volvía loco, su cuerpo, sus recuerdos, sus sensaciones. Todas sus heridas dolieron una vez más cuando de su boca se escapó el único nombre que lo condenó al odio de su padre. Al único ser vivo que poseía toda inocencia, toda ingenuidad.

El reflejo de tu muerte - H.A #17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora