¿Qué es el amor?
La respuesta varía dependiendo de la persona a quien se le pregunte, el poeta dará sus mejores versos, el cantante sus mejores notas, el suicida responderá con melancolía, una madre daría la vida por su hijo, un demonio lo verá como algo desconocido y un joven traicionado por dios diría que es algo absurdo y patético.Habían pasado varios días desde que sufrió ese pequeño ataque de celos, ese joven conde seguía sin saber exactamente el porqué, pero inconscientemente se quedaba observando al mayordomo cuando este hacia sus labores de siempre, jamás se había quedado a detallar cada una de las facciones de ese demonio hasta ese momento, la curiosidad en él iba en aumento conforme notaba algo que nunca antes había visto, ahora sabía que ese demonio solía cerrar los ojos al sonreír o reír con cinismo, que mantenía cierta rutina al limpiar los objetos, había memorizado la forma en que solía sujetar las cortinas para dejar ver el amanecer, detalles mínimos que capturaban toda su atención, por supuesto Sebastian no era ignorante a las miradas del conde, incluso aprovechaba estas para molestarlo más o tomar ventaja al momento de discutir.
Después de todo, seguía siendo un demonio.
- Sebastian -. Llamó el menor sosteniendo una taza de té a medio beber. Se encontraba en el jardín bebiendo dicho líquido aromático acompañado de galletas hechas especialmente para él; el demonio cuál fiel servidor respondió al llamado de su amo acercándose hacia este. - ¿Necesita algo? -. preguntó a pesar de ver todo bajo orden, incluso la mesa seguía impecable.
El conde pensó sus palabras, no solía hablar mucho de temas serios o "personales" con el mayordomo, no solía ser expresivo y todos allí lo sabían, incluso el solo pensar hablar sobre sentimientos provocaba un nudo en su garganta; Sebastian se mantuvo a la espera de una respuesta, pero Ciel simplemente suspiró para así sacar las palabras atoradas. - ... Olvídalo - respondió resignado en no poder preguntar algo tan mínimo, el mayor solamente lo observó con duda, cuestionando con la mirada o quizás motivando al joven amo. - Si todo está en orden, entonces debería volver a mis labores -. Respondió para el conde, este último solamente asintió bebiendo el contenido de su taza.
Aquel demonio volvió a lo que hacía antes de ser llamado; cortar las flores marchitas se había vuelto una de sus tareas, no dejaría que Finnian estropeará el minucioso trabajo de rosas que había creado especialmente para su amo, los fertilizantes ya estaban lejos del alcance del aquel rubio, pero era mejor prevenir.¿Era acaso un acto de amor de un demonio? Soltaría una estruendosa carcajada de solo ser mencionado; solo hacia bien su trabajo de mayordomo. ¡Solo eso! No había razón para tomar su servicio como actos amorosos, desde que el contrato fue pactado, su única labor y preocupación era ser el mayordomo perfecto para el conde.
Pero ¡Por favor! Ni siquiera los mayordomos de la reina se tomaban esa dedicación al momento de cortar las espinas del rosal solamente para que el menor no llegase a lastimar sus manos, Sebastian si, una por una, recolectadas para no perderlas y ocasionar algún accidente. Arreglos vistosos, con colores favoritos del menor al que servía, todo eso era parte de ser mayordomo.Aunque... Si bien, ambos se declaraban enemigos, las miradas ocasionales decían lo contrario al igual que los cuidados extras por parte del azabache al peliazul, y las miradas de este último cuando su mayordomo se encontraba atareado, como en ese preciso momento, había algo en él que siempre atrapaba su atención. Los brazos delgados pero fuertes moviéndose con gracia a la hora de hacer cualquier tarea, ese negro cabello moviéndose al compás de la brisa...
Las flores finalmente podían respirar sin tantas impurezas a su alrededor, a vista de un demonio habían quedado perfectas, perfectas para la vista y agrado del menor al que servía; la sutil sonrisa del conde a través de una taza de té era todo lo que buscó obtener cuál pago, ese demonio estaba satisfecho.
Al tener esa tarea completada no tardó en acercarse al menor, con una rosa en mano, una que ocultó detrás de su espalda.
- He terminado con las rosas marchitas, terminaré con el resto de labores dentro de la mansión - avisó el demonio ofreciendo la rosa anterior hacia el menor; las mejillas de Ciel se tiñeron de un dulce rosado, su mirada se abrió con vergüenza e impresión, debía negarse ¡Se negaría en recibirla! Su entrecejo se frunció y miró hacia otro lado casi maldiciendo entre dientes. - Déjate de esas tonterías - masculló el ojiazul, por supuesto era orgullo ¿Aceptar una rosa de un simple sirviente? ¡Por favor!
- Creí que le gustaban... Y creí saber acerca de sus gustos - comentó el mayordomo con una sonrisa burlesca, ese sarcasmo había sido obvio para el joven conde quien mas sonrojado no podría estar. - Dame eso y vete a tus labores - Indicó Ciel extendiendo su mano aún sin mirar al mayor, la rosa fue dejada en esas tersas manos y los pasos se hicieron presentes indicando que ese demonio se retiraba; se aseguró de estar solo para poder mirar ese ¿Obsequio? Levantó la mirada hacia el rosal, había rosas de diferentes tamaños, pero podía asegurar que la que tenía entre sus manos era la más grande de todas. No sabía que sentir al respecto, Sebastian sabía sus gustos, lo mucho que odiaba recibir presentes o cosas materiales, pero eso se sintió diferente... Sonrió sin darse cuenta al momento de oler la exquisita fragancia de la flor.El té se terminó, pero la rosa no fue soltada en ningún momento, las galletas se mantuvieron igual, su mano había estado ocupada como para llevarse más bocados a la boca; el momento de descansar llegó a su fin, Ciel sabía sus responsabilidades así que entró a la mansión rumbo al despacho, por suerte no había nadie en su camino, no quería responder preguntas tontas... Sin embargo un demonio escurridizo pudo ser espectador de como su amo gruñón cuidó de aquella rosa y el como fue colocada en un jarrón dentro de su despacho.
Su mirada fue indiferente hacia eso, más no era así, había una calidez extraña en su cuerpo.
⛧⛧⛧⛧⛧⛧⛧
El joven conde ya se encontraba en su escritorio, entre papeles y la cabeza hecha un lío, demasiados documentos respecto a Funtom le provocaban migraña y no dejaba toda la culpa en su empresa, también en su mayordomo, posiblemente le estaba dando demasiada importancia a cosas irrelevantes como una simple flor, en algún momento esta también moriría uniéndose al resto, entonces ¿Que la hacía tan importante? Tan diferente al resto ¡Fácil! El haber sido regalada sin esperar algo a cambio, por favor, ese demonio si buscaba algo a cambio, su alma. Más no por una flor, si no por el contrato pactado años atrás. Otro tema en realidad.
Le dedicaba miradas ocasionales acompañadas de suspiros que daba sin siquiera prestarse atención a si mismo, suspiros que su mayordomo escuchaba con claridad a pesar de estar del otro lado de la puerta.
- Si no lo conociera tan bien, diría que suspira como un joven enamorado ¿Caso lee cartas de la señorita Elizabeth? - Aquella pacífica pero grave voz se hizo presente, cuestionando al menor como era su costumbre; el joven conde ni siquiera se percató de la presencia de ese demonio, podría decirse que lo tomó desprevenido. - Nada de eso, estoy trabajando- respondió con molestía, no tenía el tiempo suficiente como para desperdiciarlo en absurdas cartas de "amor". Sebastian observó la rosa, podía decir algo al respecto, el conde no se molestó en ocultarla, de hecho estaba a vista de todos, sobre el escritorio... sin duda alguna cualquiera pondría la mirada en dicha flor, la única cosa que resaltaba entre libros y papeles.Sin contar la delicada belleza del menor.
- Pudo haber pedido ayuda -
Comentó el mayordomo "compadecido" de la situación del peliazul, este último le dedicó una mirada de aburrimiento. - Las rosas son la flor más común cuando un caballero se declara a una dama - agregó el mayordomo como cualquier dato dicho al azar. - Yo no soy una dama - respondió el menor dando seguimiento a tanto papeleo; ese conde realmente era difícil de cortejar ¡Un momento! ¿Cortejar? Sebastian solamente tosió para aclararse la garganta, evitando formar una sonrisa por la reacción y molestia de su joven amo.
- ¿No tienes cosas que hacer? - agregó cuestionando al demonio, con una mirada llena de autoridad y un ceño fruncido. - Siempre hay cosas que hacer, solo pasé para ver cómo se encuentra- respondió pacíficamente el mayor retomando su andar hacia la puerta.
- Estoy bien, ya puedes irte - respondió de mala gana; el demonio solamente sonrió en señal de haber entendido. - ¿Sabe algo joven amo? Realmente quisiera saber que pasa por su mente. Con su permiso-
El mayordomo desapareció de su vista, agradecía de que fuera así. Soltó el aire que había retenido todo ese tiempo, ignorando la "curiosidad" del mayor respecto a sus pensamientos.Afortunadamente, no podía leer su mente.