La sensación en el pecho de aquel demonio era sumamente extraña, jamás había sentido algo como eso y era notable con esa expresión de confusión e incluso molestia ¡Tantos años vividos! La demoníaca memoria de tal ser no recordaba haber experimentado algo como eso, un cosquilleo incómodo que brotaba desde su vientre y moría en la garganta, ¿A quien debía recurrir? Más demonios no había, y gracias al infierno que así era, la Shinigami peliroja ni siquiera contaba como una opción, y a decir verdad, también contaba con orgullo e ir con otro humano le resultaba un poco humillante, solo quedaba recurrir a alguien de su confianza, extrañamente no existía... Y su amo seguía alejándose o escondiéndose; tal sensación aumentaba cuando eso ocurría. No era agradable ver al conde con una expresión ¿Asustada? Cada vez que sus miradas se juntaban, ¿¡Miedo!? El joven conde teniendo miedo de Sebastian parecía algo para reírse, ese pequeño ya había pasado por cosas inhumanas, un demonio resultaba ser algo ligero a todos esos traumas, además de haberlo visto en esa demoníaca forma, algo que no cualquiera puede llegar a tolerar o procesar; a vista de aquel demonio el miedo resultaba una última opción respecto al conde ¿Y que había de ese gruñón? Bueno, era cierto que se mantenía escondiéndose cuál conejo en campo, yendo de una habitación a otra con sigilo para no ser visto y mucho menos capturado por el lobo, también era cierto que había mantenido a Sebastian haciendo tareas en el exterior para cruzarse lo menos posible ¿La razón? ¡Bueno! Había muchas razones en la ingeniosa cabeza del menor, así mismo todo un enredo de emociones que brotaban cuando la mirada del azabache cruzaba con la suya.
¿Cuando permitió eso?
¿Por qué?
Había un lugar donde siempre se podría encontrar al conde en días de mucho trabajo, Sebastian lo sabía, pero también sabía que estaba siendo evitado ¡Y eso lo molestaba! Ambos se encontraban lidiando con algo nuevo, desafortunadamente el demonio no contaba con experiencia respecto a emociones, un punto a favor de Ciel quien al menos sabía sentir y había sido amado en el pasado. Sebastian no sabía cómo catalogar o comprender aún lo que pasaba; antes pudo sentir celos, pero aquello brotaba cuando alguien más trataba de arrebatarle su comida ¡Su preciada cosecha! El alma del conde. Pero ahora era diferente, porque eso no le estaba importando, más bien quedaba en un segundo lugar, por el momento solo quería averiguar el porqué se sentía tan mal ante un rechazo, podía comparar su "tristeza" con los felinos que escapaban de sus brazos y muestras de afecto ¿Su joven amo era un felino? Podían ser similares en cuanto a comportamiento, unos ariscos y perezosos ambos... ¡Si el conde leyera sus pensamientos! Seguramente un fuerte regaño se haría presente.
¿Que sería de ese mayordomo? Yendo y viniendo, de arriba a abajo por toda la mansión, manteniendo ocupada la mente con deberes y cucharadas de té en el agua caliente; ¡La hora del té! Podía tomarla como una excusa para ver al menor, interrogarlo también o más bien sacarle la verdad con acertijos o juegos de palabras, algo que entendían bien los dos, casi como si se tratara de algo íntimo ¿Lo era?Sebastian fue minucioso al preparar la charola que llevaría al joven conde, sabía cómo "convencerlo" a base de postres, algunas veces, claro; un delicioso té verde fue servido en la taza de blanca porcelana en compañía de un Sticky Toffee, así mismo lo acompañó un par de sandwiches de pepino cortados en triángulos, el balance perfecto en sabores para no saturar el paladar del menor. Pero... ¿Y si nuevamente era evadido? ¡No! No permitiría eso una vez más, ese demonio necesitaba una respuesta clara, una verdadera razón para ser evitado o temido; los alimentos estaban ya listos, solo fue cuestión de llevar la charola en sus manos hasta el despacho del menor ¿Un pequeño secreto? En un parpadear se encontró frente a la puerta la cuál tocó con la elegancia digna de ese demonio, por otro lado, el conde se alarmó ¡Conocía a su mayordomo! Los gestos de este así mismo como esa maldita forma de llamar a la puerta; El peliazul llevó las manos hacia su corto pantalón el cuál arrugó entre sus dedos, escapar o brincar por la ventana era ridículo.
— Adelante —. Finalmente respondió, después de suspirar y relajar los nudillos de las manos, dió su mejor actuación respecto a normalidad, centrándose absurdamente en papeles ya revisados.
— Creí que jamás respondería— bromeó el demonio con una sonrisa casi coqueta ¡Maldito sea! Ciel maldijo no una, mil veces en su mente al mirar esos colmillos afilados y esos labios que jamás observó con tanto detalle como en ese momento, lo único que pudo hacer fue esconder el rostro detrás del papel en su mano.
— Estaba... Estoy ocupado—. Respondió apresurado para evitar otras preguntas
— ¿Lo está para un postre? — añadió el mayordomo dejando los pequeños platos con las porciones adecuadas para el deguste del conde, junto a la taza con el té, este no se quedaba atrás, el aroma era exquisito; Ciel no tardó en asomar su azulino ojo por encima de la hoja solo para asegurar o comprobar si era suficiente para dejar los deberes de lado. — Bien —. Respondió casi a secas, bajando la hoja sobre el escritorio y tomando casi inmediatamente el utensilio adecuado al postre, algo que no resultó como esperaba; Sebastian fue más ágil al "robar" la porción de Sticky Toffee — Primero lo salado o le saldrán caries —. Jugueteó el mayor, alejando el plato con una sonrisa que delataba a la perfección una doble intención con todo eso. El peliazul casi bufó con las palabras escuchadas, retando al contrario; en segundos se rindió, chasqueando la lengua ante tal fastidio y resignación en tomar un sándwich primero.
— Eso debiste haber dicho desde un inicio— contestó mirando hacía otro lado mientras el triángulo de pan desaparecía consecutivamente, entre pequeños mordiscos. — Usted también debería decir muchas cosas, desde un inicio — atacó el mayordomo con un tono calmado y rostro sereno, Ciel solo frunció el entrecejo mirando a ese demonio el cual parecía muy ocupado en sus propios asuntos... Mentales.
— ¿A qué te refieres con eso? — cuestionó el conde. — Hay algo que me está ocultando ¿O me equivoco? — Sebastian mencionó mientras se dedicaba a partir un pequeño pedazo del postre con una cuchara, una porción adecuada para la delicada boca de su amo ¡Claro que había un plan! Ese demonio era astuto.
— No hay nada que ocultar y de ser así no te interesa — expresó Ciel.
— Me interesa porque me involucra, joven amo — reafirmó inclinando el cuerpo sobre el escritorio, cortando la distancia entre el rostro del conde con el propio, en definitiva Ciel ya contaba con el rubor en las mejillas. El mayor dejó el plato de lado, conservando la cuchara en una mano
— ¿Por qué evita estar conmigo? — mencionó cuál ronroneo, acariciando el mentón del menor con el pulgar, hasta obligar a separar a esos rosados y carnosos labios
— ¿Acaso me he portado mal con usted? — murmuró introduciendo la cuchara lentamente dentro, dejando el dulce postre para que pudiese saborearlo. Ciel estaba atónito, con los ojos grandes observando a los del mayor, pero Sebastian ¡Oh, ese descarado! Tenía la vista fijada en la boca del conde, humedeciendo sus propios labios no por el postre, pero el caramelo estaba escurriendo de una forma tan tentadora...
El peliazul no tenía palabras, su pecho subía y bajaba con rapidez mientras alejaba el cuerpo inconscientemente hasta llegar al respaldo del asiento, en cambio el azabache, más se acercaba a él, mezclando las respiraciones y latidos, dejándose llevar por la tentación de robarle algo más allá del aliento.
— ¿Me perdonará con un beso? ¿O me castigará aún más al dárselo? — preguntó el demonio, reafirmando el agarre sobre el rostro del conde, con unos milímetros más podía juntar ambos labios... Ciel cayó en cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero las palabras no salían y ahora sus manos solo sostenían los reposabrazos del asiento; solo fue cuestión de tiempo o decisión del mayor para que ese pequeño pudiese sentir la suavidad de los labios ajenos, la delicadeza de una danza efímera, cuál degustación de un postre fino ¡Era dulce! Sumamente delicioso, tanto que sus ganas fueron más allá de un simple roce, cuál arrebato sostuvo al mayor por la corbata del negro traje, pero sus manos fueron más allá hasta tocar la pálida piel del cuello, guiándose por la sedosidad de la oscuridad que aquel demonio le estaba ofreciendo con descaro y una segunda burla a dios ¿Que diría este al ver a ese demonio besar uno de sus ángeles?El joven conde finalmente se alejó para tomar aire, manteniendo la mínima distancia, Sebastian podía escuchar la respiración del menor casi como pequeños jadeos al agitarse, algo adorable... ¿A cuántas personas había besado Ciel? El mayor llevaba la cuenta ¡Ninguna! Pero ahora, oh, ahora había besado a un demonio y sin negarse; el conde se sorprendió de lo hecho por impulsos, su rostro se volvió más rojo alejándose al instante del contrario. — ¡Sebastian! — alzó la voz antes de cubrirse los labios con una mano, pero no hubo más reacción después de llamarlo ¿O regañar? El ya nombrado solo sonrió, parecía burlarse pero no era así, solo le resultaba difícil asimilar la valentía tomada ¡Por ambos! Ciel no parecía molesto o algo relacionado al rechazo.
— Por esto estaba evitando ver tu maldito rostro — finalmente habló el menor, levantándose al instante que formuló aquellas palabras, pero no había desprecio u odio, las maldiciones ya eran parte de su lenguaje; el peliazul salió del despacho con pasos apresurados, el mayor fue detrás de él, pero solo hasta el límite de la puerta, observando como se alejaba. — ¿No vendrás? — preguntó Ciel desde alguna parte del pasillo, el pelinegro sonrió y continuó su andar detrás del menor, al parecer tomarían un pequeño descanso en la habitación.
°⛧El sticky toffee es un postre británico compuesto por un bizcocho húmedo a base de dátiles, completamente cubierto con una salsa de tofi (caramelo masticable). °⛧