Capítulo 2

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Las semanas pasaron demasiado lentas, no aguantaba más, quería alejarme de Bath y dar el gran paso a un viaje inolvidable. Por fin llegó el día e hicimos las maletas. Nos levantamos muy temprano y Anne me ayudó a ponerme un vestido de seda verde que siempre me decía que resaltaba ese tono de mis ojos, yo agradecida le di un abrazo y ella empezó a contarme lo entusiasmada que se sentía al acompañarme en este viaje. No paró de hablar hasta que me despedí de Luna y me subí al carruaje con mi libro en la mano, dispuesta a leer todo el camino hasta que llegáramos a Canterbury.

Paramos en un pueblo para descansar y comer un poco, ya que era un viaje largo. A mí me rugían las tripas como si de un león se tratase. Cuando nos disponíamos a marchar de nuevo y yo ya estaba sentada dentro del carruaje disfrutando de mi libro, Barbara soltó un grito de alegría y fue hacia un escaparate donde había unos vestidos muy bonitos. 

Mi tía Jane me preguntó si quería algún vestido, que ella con mucho gusto me lo compraría. Yo agradeciendo su generoso gesto me negué, le dije que el libro estaba muy interesante y prefería terminar el capítulo. Ella entró en la tienda detrás de mi prima, quien estaba contemplando emocionada un vestido que parecía muy caro. Observé a Anne, la cual estaba durmiendo con la boca abierta, y solté una risita.

Volví la mirada hacia mi libro con ganas de seguir la historia cuando, de repente, oí un ruido que hizo que mirara por la ventana en dirección a la tienda. Vi como una anciana intentaba coger una bolsa que se le había caído al suelo mientras cargaba otras dos en sus brazos. Dejé mi libro enseguida y me bajé del carruaje dispuesta a socorrerla.

–Déjeme que la ayude –le dije cogiendo la bolsa del suelo.

–Muchísimas gracias, no sabe cuánto se lo agradezco –respondió con una sonrisa muy agradable.

Le cogí las tres bolsas y la acompañé justo al lado de la tienda de vestidos, donde había una casita muy acogedora, y le ayudé a abrir la puerta.

–Gracias, querida –dijo tocándome la mano cariñosamente–. Ya casi no quedan damitas como usted, espero que nunca cambie por nada ni por nadie.

Me sentí muy feliz cuando oí sus palabras, pues me recordó mucho a mi madre y me contuve las lágrimas que amenazaban con salir al exterior. De pronto, sentí como si alguien me estuviera observando de cerca. Me giré y vi como un caballero muy apuesto, imposible negarlo, que me miraba con un extraño brillo en los ojos. Sentí como mis mejillas empezaban a sonrojarse y mis ojos decidieron centrarse en la anciana que se despedía de mí entrando en su casa.

–Espero que la vida le brinde mucha felicidad, y gracias otra vez de corazón –se despidió con la mano.

–No se merecen –le contesté con una sonrisa afable.

Seguidamente vi un carruaje con unos caballos blancos muy hermosos que me despistaron y, sin darme cuenta, choqué con alguien.

–¡Uy! Discúlpeme, no ha sido mi intención –dije avergonzada.

Alcé la mirada y me di cuenta que era el mismo caballero de antes con aquel brillo indescifrable en los ojos.

–Perdóneme, ha sido culpa mía, me distraje –respondió él.

Me dirigió una mirada cálida y sentí que mis mejillas se volvían a ruborizar.

Esto no puede estar pasando. Acaba de ver cómo me pongo roja, no puedo soportar cuando me pasa eso. Los hombres siempre se piensan que me gustan cuando mis mejillas se sonrojan y me sonríen con una mirada orgullosa, como si hubieran cumplido el efecto que quieren lograr en todas las damas. Pero la realidad es que me ocurre cuando estoy avergonzada o quiero salir de una situación incómoda.

MARIPOSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora