Capítulo 11

114 15 6
                                    

Me desperté con mal sabor de boca por el sueño y Barbara ya no estaba. Entró Anne con una taza de té y me la dejó en la mesilla de noche rápidamente y me abrazó.

–¡Ay, señorita Bellwood!, No sabe lo preocupada que estaba cuando su tía me dijo lo que le pasó en el baile, ¿está bien? ¿Ese tipo le hizo daño? –preguntó histérica.

–Estoy perfectamente, ya me siento recuperada del todo –expliqué intentando calmarla–. ¿Ha visto a mi prima? Se quedó a dormir conmigo.

–No, he venido muy temprano por la mañana varias veces para comprobar que estuviera bien, pero ella no estaba.

Qué raro, puede que no se acostumbrara a dormir con alguien o a lo mejor me moví mucho durante la pesadilla que tuve. Nunca había tenido un sueño tan raro y oscuro; era como si mi subconsciente o Dios me estuviera advirtiendo de algo, aunque aún no conseguía descifrar de qué.

Mi doncella me vistió rápidamente con un vestido lila y me dejó el cabello suelto con mis rizos naturales.

–¿Quiere que le traiga el desayuno a la cama? –preguntó.

–No hace falta, puedo caminar –me reí y la abracé quitándole la preocupación.

Llegué al comedor y mi tía estaba bebiendo té. Me vio y me hizo una seña para que me sentara a su lado.

–Querida, ¿cómo estás? ¿Has dormido bien?

–Plácidamente –contesté sacando de mi mente la pesadilla.

–Siento no haber estado contigo cuando me necesitabas –me apretó la mano cariñosamente–. Si te llega a pasar algo no sé qué habría hecho sin ti.

–No es tu culpa, tía Jane. Ahora estoy a salvo –le acaricié la mano.

–Por suerte, Sir Harper estaba cerca –y añadió–: Qué suerte tendrá Barbara cuando se case con él.

–¿Ella te dijo eso? –pregunté intentando que no notara mi decepción.

–Me comentó que se estaba enamorando de él, ¿no es fantástico? –contestó orgullosa.

Mi prima nunca me había contado que estaba enamorada y pensaba averiguar qué estaba pasando.

–Estoy segura que muy pronto tendrás la oportunidad de conocer a un caballero tan apuesto como Sir Harper, hay que tener fe.

Yo asentí con la cabeza y devoré toda la comida que estaba delante mío. Mi tía se excusó porque ya había acabado su plato, pero, antes de irse, me comunicó:

–Acuérdate que esta tarde tendrás que pasar tiempo con Barbara. Ya no será tan difícil, ¿verdad?

–No –respondí con un trozo de pan en la boca.

Me ordenó que no hablara con la boca llena, que no estábamos solas en aquella casa y yo le sonreí mientras ella abandonó el comedor suspirando cansada.

Estaba tan centrada en mi plato que no me di cuenta de que alguien me abrazó por detrás. Por su olor y calidez supe de quién se trataba.

–Emma, ¡no me des estos sustos!

–Perdona, no he podido contenerme –se sentó a mi lado–. Me alegro de que estés sana y salva.

–Gracias, yo también me alegro que no haya pasado nada grave.

–Te prometo que el domingo en la iglesia me quedaré la última de todos dando gracias por tenerte aquí conmigo.

–No hace falta, ya das gracias cada día por mí, espero...–levanté una ceja divertida.

MARIPOSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora