Capítulo 22

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–¿Qué estás haciendo? –pregunté alarmada acercándome.

Mi prima miraba las cartas como si ya supiera de qué trataban. No entendía nada y empecé a tener un poco de miedo cuando me miró, ya que su expresión me recordó a los días que me trataba mal; sus ojos eran fríos y su mirada era despreciativa. 

Sonrió malévolamente y volvió su vista a las cartas mientras se me puso la piel de gallina y el corazón me iba a toda velocidad, sentí que se me saldría del pecho en cualquier momento.

–Creía que eras mucho más tonta, pero al parecer me equivocaba –contestó dejando las cartas en la mesita que había delante de la chimenea.

–¿Cómo sabías que estaban ahí escondidas? –pregunté sin poder moverme.

Estaba a unos metros de distancia, nos separaban los sillones y yo no sabía si intentar coger las cartas o salir corriendo y avisar a alguien. No me inspiraba nada de confianza, es como si hubiera estado actuando todo este tiempo.

–Lo sabía hace siete años. Las escondí aquí cuando vine un verano con mi madre, quien no se dio ni cuenta, así en Bath nunca correría el riesgo de que las encontrara –se burló–. Lo que no me podía imaginar era que tu querido Sir Harper y tú descubriérais su paradero. Qué valiente eres, aunque no sabes dónde te has metido.

Sentí que mi corazón iba a estallar en cualquier momento. Deseé que entrara alguien por la puerta del miedo que tenía, pues mis piernas no respondían.

–¿Por qué dices eso?

–¿A qué te refieres? ¿Al hecho de que sabía que suspirabas por Sir Harper desde que lo conociste? ¿O de las cartas que habéis descubierto? –preguntó–. Hace una semana os vi en la biblioteca con las cartas en la mano, que romántico –se burló.

–¿Cómo le has podido hacer esto a tu propia madre? Ella se merecía ser feliz con Phil –le reproché enfadada.

–¿Y ser el hazmerreír de la ciudad? –respondió indignada– ¡Odio a mi madre! Nunca habríamos sido aceptadas por la sociedad si se enteraban que se casaría con un vulgar criado.

–¡No hables así de él! –defendí– ¿Cómo puedes ser tan egoísta? Sabías que tu madre se sentía sola y, cuando se enamoró de él, le destrozaste toda ilusión. ¡Te debería dar vergüenza!

–Eso tú, lo ordinaria que eres hace que me humilles continuamente delante de todos –me dirigió una mueca de asco.

En ese momento me di cuenta que nunca me había querido, sino que todo había sido un engaño.

–Nunca quisiste cambiar –dije al borde de las lágrimas.

–Por supuesto que no, solo quería causar una buena impresión para poder casarme con Sir Harper –respondió–. Te aviso que será muy pronto porque he impresionado a su tío desde el primer día, no como tú.

–Bien por ti.

–Quiero que te quede bien claro que lo tengo en mi mano, así que tú no me lo vas a impedir –dijo–. También quiero que sepas que te odio. Ojalá nunca hubieras nacido, solo has traído problemas a esta familia.

–No tienes alma –respondí sin poder aguantar las lágrimas que resbalaban por mis mejillas.

–Eres una llorica –se burló–. Aún me acuerdo cuando tu querida amiga se fue; tu cara de tristeza era maravillosa, lástima que no pude reírme delante tuyo.

La rabia y frustración que sentí dentro eran implacables, también estaba muy decepcionada. Había querido con todas mis fuerzas que nos lleváramos bien, pero nunca lo conseguimos, solo había fingido y yo quise creerla porque quería estar bien con mi familia.

MARIPOSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora