Capítulo 4

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—Llevo más de cuarenta años en este castillo —dijo Byron Manonegra, martillando una hoja de entrenamiento con sus poderosos brazos—. Prácticamente la totalidad de mi vida y, desde luego, más del tiempo que ustedes dos llevan caminando por este mundo. ¿Qué los trae a mis humildes aposentos, Aiden, Jenna?

Los "humildes aposentos" de Byron, el herrero jefe de la Fortaleza, eran unas estancias enormes y alargadas de piedra negra, con una mesa colosal en el centro y múltiples forjas con mesas más pequeñas a los lados. El ambiente, sofocante, apestaba a sudor, humo y hierro al rojo.

Aiden tenía la impresión de que un centenar de hombres podrían haber trabajado allí al mismo tiempo, pero sabía muy bien que, aparte de los pocos aprendices destinados a esa labor, no había más que un puñado de herreros de verdad en todo el castillo. En esos momentos, a primeras horas de la mañana, solo ellos tres estaban en la Forja.

Jenna, poco inclinada hacia la paciencia, desenvainó su espada y la echó sobre la mesa de trabajo.

—Queremos saber qué mierda son estas cosas.

—Eso —dijo Byron, limpiándose el sudor de la frente—, es una espada del Sindicato.

—No te hagas el gracioso conmigo, Manonegra. Me refiero a las runas. ¿Qué significan? ¿De dónde salen?

El herrero la miró con gesto impasible unos instantes. Byron Manonegra era un sujeto de modesta estatura, pero ancho y fornido como un carro de guerra. Tenía la mano derecha horriblemente quemada, lo que no dejaba demasiado margen para teorizar respecto a su apodo. Calvo, barbudo, con unos hombros y unos brazos que parecían hechos de acero, su presencia resultaba imponente.

—¿Por qué quieren saber eso? —inquirió, volviendo al yunque y a la hoja. A cada martillazo, lluvias de chispas rojas y anaranjadas iluminaban como luciérnagas la mesa.

—Muchas cosas se dicen de estas espadas —comentó Aiden, estoico—. Su filo y dureza es algo que comprobamos todos los días. Pero ¿qué función cumplen las Runas de Poder?

—No han contestado mi pregunta. —Byron se volvió hacia ellos, señalando la espada de Jenna—. Ambos se ganaron sus armas hace ya casi quince años. En todo ese tiempo ninguno de ustedes mostró el más mínimo interés en ellas ni en las Runas. ¿Por qué ahora?

Aiden sintió que Jenna lo observaba de reojo. Solía decirse que las espadas del Sindicato estaban forjadas con una técnica propia de la Fortaleza, lo cual les confería su legendario filo, ligereza y una supuesta capacidad para contrarrestar cualquier tipo de magia. Aiden jamás había tenido oportunidad de corroborar lo último... pero sí había comprobado de primera mano que solo una hoja del Sindicato era capaz de dañar a aquellos monstruos.

Por supuesto, no resultaba tan simple explicarle algo como eso a Byron. En su lugar, Aiden llevó una mano hacia el interior de su macuto, sacando el antiguo libro que había hallado en la isla de Rocafuerte. Lo abrió aproximadamente hacia la mitad, depositándolo sobre la mesa.

—Hace poco me encontré este libro —explicó con calma—. Y mira lo que hay en él.

Una sombra pareció atravesar los ojos de Byron, aunque quizás solo era el juego lumínico provocado por la forja.

—Esto está escrito en la vieja proto-lengua.

—No me digas —resopló Jenna—. ¿Nada más llama tu atención? ¿Las Runas de Poder en el medio de la puta página, quizás?

—La proto-lengua fue la primera forma de escritura en Kenorland —observó Aiden, sombrío—. Mucho antes de la fundación de Ilmeria y del propio imperio de Dulgardon. Este libro es muy, muy, viejo. Y las Runas de Poder están ahí. ¿Por qué? ¿Qué significan?

Crónicas de Kenorland - Relato 9: DesafíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora