La despedida

287 23 3
                                    

Desde pequeña me he prohibido llorar.

Era una niña sin padres, educada por un hermano igual de aterrado que yo. No debía ser débil, no más de lo que ya era, así que dejé de llorar. Tanto que se hizo ridículo, pero no pude evitarlo. Se había creado una imagen sobre mí, de una mujer valiente e independiente que era capaz de derrotar ejércitos sola. Había gente que decía que no merecía ser un ninja, tenía que mostrarles que se equivocaban, que no era débil. Así que comencé a cerrarme más. Entrené más duro y lentamente me alejé de todos. Creé una barrera sin saberlo. Ni siquiera Kai podía saber lo que me pasaba. Todos menos él.

Desde el primer momento en que nos conocimos, aún cuando no pudimos dirigirnos la palabra, Jay siempre me entendió. No había barreras cuando se trataba de él, me leía como un libro abierto y sin darme cuenta, me enamoré de él como nunca creí que podía hacerlo.

Pero ahora que ya no está, vuelvo a llorar como una niña pequeña.

Lo amo, lo amo tanto que no pude decírselo.

Y jamás me perdonaré por eso.

¿Por qué lo hice? ¿Por qué nunca se lo dije? Mi amor por él es de las pocas cosas de las que estoy segura en la vida, pero, aun así, no pude decirle.

Eso no importa, ya no más. Porque no volveré a tener otra oportunidad.

Jay se fue y es mi culpa.

No pudimos presentarnos y tampoco despedirnos.

¿No merecemos un final feliz?

—Nya —me llama un Kai que se asoma en la puerta entreabierta—. ¿Puedo pasar?

Cuando reconstruyeron el monasterio, nos encargaron conseguir nuestros muebles, a lo que compré una cama el doble de grande que una normal. No porque me diera miedo caerme al dormir, simplemente la pedí así para que Jay y yo cupiéramos. Ahora la cama se siente vacía.

Tengo una foto nuestra, una que oculté al momento en el que mi madre entró en el monasterio. Tenía pena de que la viera, pero ahora me arrepiento de haberla ocultado. No soy de conservar cosas que no sean plantas y pinturas, pero esta foto es especial. Soy yo usando unos palillos con los que simulo comer el cabello rizado de Jay como si fueran sopa de fideos. Hay varias fotos nuestras a lo largo del monasterio, pero esta es mi favorita porque me recuerda que tenemos una vida más allá de ser ninjas.

Ahora, me encuentro sosteniéndola contra mi pecho, tratando de que esto tranquilice mi respiración mientras unas pocas lágrimas recorren mi rostro. Llevo más de una hora creyendo que me cansaré de llorar, pero no es así, nunca lo será.

—¿Nya?

—Perdón —seco mis lágrimas—. Sí, puedes pasar.

Su andar incómodo solo se detiene cuando se sienta a mi lado y comienza a jugar con sus dedos. Acto que me transporta a mi infancia, cuando era el único que veía por mí. Sólo que esta vez, me siento más sola que antes. Sé que es hipócrita sentirme así cuando estoy rodeada de gente que me quiere, cuando tengo a mi hermano a mi lado, pero no puedo evitarlo, no puedo dejar de pensar que una parte de mi murió con Jay.

No, él no está muerto.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Sí —miento tratando de sonreír, pero ni eso puedo hacer.

—Está bien, yo también lo extraño.

¿Por qué no puedo decir la verdad? ¿Por qué no le puedo decir a los demás que no estoy bien?

—¿Estás lista?

—No, me niego a participar en su funeral. Él no está muerto, Kai.

—Lo sé, todos lo sabemos, pero es la mejor forma de despedirnos.

Corazón en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora