-Vigésimo quinto Acto: Abrumador-

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Geometría inconexa

Al subir al escenario, perdía el control. Me volvía ajena a mi cuerpo, a la razón. Lo único que podía y sabía hacer era balancearme en el vaivén de mis puntadas. Y Kazuhiro hacía lo mismo, persiguiéndome.

Por muchas barreras que colocáramos, caían en cuanto nos distraíamos. Solo cuando la distancia nos aplastó, entre caricias, nos dimos cuenta de que no podíamos seguir refugiándonos en el otro. Y así entendí que no volvería a tocarme. Que no volvería a besar mis dedos. Que nunca más podría dormir en su pecho.

Codicioso. No podría cantar con él.

Egoísta. Ni Makoto ni Nanako podían saberlo.

No, nadie podía saber que entre los colmillos del lobo había lana, ni que en el lomo del cordero había cicatrices.


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Frente a mí, Kento, bajista de Mystical Key y uno de los mejores amigos de Kazuhiro, me esperaba, sentado en la silla de mi oficina, con las piernas en lo alto de mi escritorio. Al lado de la pantalla de mi ordenador, había una caja de cartón con el logo de la pastelería de la estación que tan bien conocía. Un intruso con un pastel. Sonaba gracioso.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —pregunté.

Sonriente, Kento quitó sus pies de mi mesa. —El tono es borde, pero la pregunta lógica.

—Contesta —me crucé de brazos.

—La revista quería conocer un poco mejor a los demás integrantes de Mystical Key, así que me ofrecieron una sesión de fotos —rió entre dientes—. Creo que quieren aumentar las expectativas de tu investigación.

«Genial, más presión», me dije.

—Pensé que podríamos vernos y charlar.

—¿Charlar?

—Mi sesión empieza dentro de una hora. Puedes hacer tiempo conmigo, ¿no?

Kento, sonriente a la par que impaciente, me observó, como un cachorro a la espera de ser acariciado, aguardando mi respuesta. Incluso me pude imaginar el contoneo de su cola.

«Pero... Yo debería trabajar».

De un momento a otro, se levantó de la silla y tomó en su mano la caja de la pastelería por sus asas. —Aquí tengo un shortcake de fresas, riquísimo.

Por mi mente, la imagen de una fresa atrapada en un cremoso remolino de nata pasó. Tragué saliva.

—¿Lo compartimos? —me preguntó, agitando la caja de lado a lado.

—Pues... —suspiré—, supongo que no me queda de otra que acompañarte —me coloqué las manos en la cadera—. Ya sabes, como periodista, tengo que hacer el esfuerzo de preocuparme y daros atención a las estrellas de la revista, ¿no crees?

Asombrado por mi explicación, para nada excusatoria, asintió entre risas.


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Ya que mis compañeros de trabajo no tardaron en llegar en masa y no me apetecía disfrutar del pastel bajo su aguda, cotilla y molesta mirada, le pedí a Kento ir al área de descanso, donde aún no había nadie, solo mesas vacías y máquinas expendedoras recién recargadas.

Nos sentamos cara a cara, él abrió la caja de la tarta, y tras tomar una porción, reposando sobre una bandejita de cartón, cogí uno de los tenedores de plástico, corté un trozo y la probé. Su bizcocho, esponjoso, se fundió con la nata y el jugo de la fresa en mi boca. Maravillada por su suavidad, frescura y dulzura cítrica, me acaricié la mejilla, «¡está deliciosa!»

Falsas sonrisas en Tokio 「VOL. 1-5」#latinasia2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora