-Décimo sexto Acto: Los cobardes no cantan-

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Trastorno del efluvio adictivo

No tardé mucho en acostumbrarme al aroma de Kazuhiro.

Durante nuestra primera semana de convivencia, mientras me maquillaba, alguna vez entraba de improvisto y tomaba su colonia. La esparcía por el aire, enredándome en ella. Me quedaba prendada de aquel olor amaderado, suave, y, él, burlón, me ofrecía olisquearle entre risas. Peleábamos, y salía corriendo al trabajo.

Traté de evitarlo. No quise, pero en cada toma de contacto, mi mente quiso fotografiar ese aroma. No solo la colonia; también el after-shave, su champú, el gel de baño, los restos de alcohol y tenue tabaco.

En cada esquina de mi piso se podía oler la fragancia de Kazuhiro. Atrayente, al igual que peligrosa.


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Tras darme la dirección, Kento se fue, dejándome sola. Sentada en un banco a pocos metros del bar en el que mis amigos se lo pasaban en grande, celebrando. Pero esa noche yo no lo haría.

Me levanté con los párpados cansados, pesados, arropada por un tenue airecillo, me fui de ahí hacia mi piso.

No tardé mucho en llegar, aunque fue agotador tener que aguantar a tanta gente amontonada en la calle. Por el camino solo me repetí una y otra vez que una vez en casa no tendría nada de lo que preocuparme y podría dormir a gusto. Me di falsas esperanzas, pues, sabía que al entrar no estaría sola. Mi noche acababa de comenzar.

Al pasar del recibidor al salón de mi piso, lo vi. Tumbado en el sofá, aún llevaba la ropa de un día atrás y apestaba a alcohol, quizá whisky, quizá brandy. Estaba dormido, de aquello no había duda.

Necesitaba saber qué había pasado.

Suspiré y, nerviosa, me acerqué a él. Me senté en el borde del sofá. al lado de sus piernas, y le di suaves empujones en el hombro —Kazuhiro, vamos, despierta—repetí.

—Mmm...—se encogió, incómodo.

Chasqueé la lengua, y continué agitándolo, esta vez, con un poco más de fuerza. —Kazuhiro, no puedes dormir aquí—, realmente apestaba, —y menos con esa ropa sucia.

No obstante, siguió ignorándome. Pensé que a lo mejor no debía intervenir en su sueño y, con la esperanza de hablar con él a la mañana siguiente, me dispuse a levantarme del sofá.

Pero, antes de poder hacerlo, sus dedos se extendieron hacia el pelo que caía por mis hombros.

—¿Kazuhiro?

Sus ojos se fueron abriendo. Estaban rojos e hinchados.

Enredó el mechón en su dedo índice. En silencio, lo observó.

Dudé qué hacer, si volver a llamarlo, levantarme, o apartarlo, pero él fue más rápido.

—Sabes...—masculló, —me gusta más cuando te recoges el pelo.

Y aún sin saber qué decir, dejé que jugara con mi mechón. Traté de esconder el sonrojo en mis mejillas.


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Al final conseguí que Kazuhiro se despejara con un café, y, sentada a su lado en el sofá, traté de prepararme mentalmente para la conversación que nos esperaría. Pero la presión pudo conmigo. No sabía cómo dirigirme hacia él, ¿como mi objetivo profesional, como mi compañero de piso o como mi amigo?

Falsas sonrisas en Tokio 「VOL. 1-5」#latinasia2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora