Tres

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K A G E Y A M A     T O B I O


Mi papá me abrazó con tanta fuerza que pensé que me iba a romper algo. Mi mamá me beso tanto y con tanta intensidad que pensé que me dejaría la mancha de su pintalabios. Mi hermana me sonrió tanto que pensé que me echaría a llorar. 

Ahí estaba toda mi familia, dejándome en mi colegió, los estudiantes mi miraban como si fuera un raro, lo entendía, justo ayer me había desmayado y ahora toda mi familia me llevaba al colegió, en otro momento me habría sentido incómodo y un tanto infantil, ahora esa idea no cabía en mi cabeza. 

Me fui a mi clase ignorando a toda la gente de mi alrededor, aunque me resultaba difícil, odiaba sentir todas las miradas sobre mi nuca.

Pasarón las clases, los profesores se mostraron muy preocupados por mí, era como si mi escapada o mi bajada de actitud no importase nada ahora. Algunos compañeros con los que no había hablado nunca también se acercaron a hablarme, todos preocupados con mi estado. No deje de asentir con la cabeza. 

Cuando sonó la campana dandole paso al primer descanso del día, me levante de los primeros, estaba decidido, iba a ir a hablar con mis compañeros del Karasuno a contarles todo, mejor ahora que nunca. 

Salí de la clase, intentando no hacerme una bolita para protegerme de todas esas miradas. Llegué al pasillo, abarrotado de gente. Me quede paralizado en la puerta. 

Todos sobre mí, no conocía a nadie, así que nadie me pregunto, solamente se dedicaron a observarme, y cuestionarse entre ellos lo que me había pasado. Era como si todas las paredes del pasillo se llenaran de arañas, sus ocho ojos sobre ti, preparadas para escupirte su veneno más letal a la cara. Me sentía mareado, si entornaba los ojos incluso podía ver las arañas en el suelo, rodeando mis pies, haciendo un ruido extrañamente alto con sus pequeñas pinzas. Nunca antes le había tenido tanto miedo a las arañas.

Quería irme de ahí, pero para eso tenía que pisar a las letales arañas, si lo hacía entonces se me subirían por las piernas pasando por mis brazos y pecho, hasta llegar a mi cuello y picarme. ¿Me causaría tanto dolor como para volver a desmayarme?

Respire hondo, simplemente olvidándome del ruido de sus pinzas. 

Un paso.

Dos pasos.

Tres pasos. 

Corre. 

No sé si corría, si simplemente andaba rápido, o a lo mejor el propio pasillo se movía facilitándome la llegada al baño. Los chasquidos que emitían las pinzas de las arañas cesaron y se convirtieron los los murmullos de los estudiantes que estaban a mi alrededor. La gente se apartaba cuando me veía, así que no tuve que esquivar a nadie, simplemente tenía que encargarme de llegar al baño lo más rápido posible.

Cuando conseguí llegar a un cubículo de mi escondrijo y cerrar la puerta con pestillo, me permití tomar aire, respire agitadamente, no entendía como no me había caído a mitad de caminó, mi pecho dolía, parecía que eran mis pulmones los que no querían que el aire llegase a ellos. 

Me senté en el inodoro, abracé mis piernas para que no se me viesen los pies por la rendija que dejaban entre en suelo y la puerta. Apoyé mi cabeza en mis rodillas, todo mi plan de hacerme cargo de la noticia lo antes posible se había ido a la mierda, no sabía si luego tendría la valentía suficiente para intentarlo de nuevo.

Inspire y expire. Que bien se sentía respirar.



En los siguientes descansos tampoco se me dio la oportunidad de irme a hablar con ellos, menos mal que ese día no tenía apetito, porque a la hora de la comida también huí al baño. Si lo pensaba bien ahora, era una mejor idea contárselo hoy por la tarde, todos estarían juntos por el entrenamiento, aunque una parte de mí pensaba que simplemente estaba diciendo eso para darle una excusa a mi cobardía.

Cuando el colegió termino, me fui atrás del colegió para evitar las miradas. Ahí sentado, entre los arbustos, les escribí a mis padres que no fueran a recogerme todavía, que todavía tenía que decirles todo a mis compañeros. 

No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero cuando empezó a atardecer decidí que ya no habría nadie caminando por el colegió, me dirigí al pabellón.

Había estado todo ese rato en el baño pensando en lo que les diría. Estaba preparado para evitar las lagrimas, estaba preparado para ver las caras de confusión, preocupación, sorpresa y tristeza de mis compañeros. Estaba preparado para verlos llorar. Estaba preparado para los abrazos. Estaba preparado para acabarlo aquí y ahora, para después irme a mi casa a cenar la deliciosa comida que haría mi madre. 

Como había supuesto, ya no había nadie rondando por ahí, solo el pabellón se mantenía iluminado. La melancolía me golpeó, pero estaba preparado. 

Me acerque a la puerta, a la puerta por la que había cruzado tantas veces, la puerta donde detrás de ella estarían mis compañeros esperándome.

Cogí el manillar, pero cuando iba a girarlo. Los gritos victoriosos de los chicos se escucharon a través de ella. Por pura curiosidad, baje los escalones y me agache quedando frente a una pequeña ventana, que me dejaba verlos jugar.

Asahi saco, ¿cuándo había aprendido a sacar con salto? En un campo estaban; Sugarawa, Hinata, Tanaka, Tsukishima y Ennoshita, mientras que en el otro estaban; Daichi, Asahi, Narita, Kinoshita y Yamaguchi. Nishinoya parecía que se iba intercambiando entre campo y campo. 

Mi pregunta era, ¿quién colocaba en el segundo equipo? No tardaron mucho en responder a mi pregunta, cuando la pelota paso la red, Daichi hizo una de sus increíbles recepciones y la pelota llego a manos de Kinoshita, que apretando los labios de la concentración, pego un pequeño salto y la coloco curvando ligeramente su espalda hacia atrás, Asahi la remato. 

¿Desde cuándo Kinoshita era colocador? Todos gritaron animados por esa colocación, y Ennoshita recibió el remate de Asahi con una firmeza no muy frecuente en él, Sugarawa se coloca bajo la pelota, cuando la pelota toca la punta de sus dedos, Hinata ya esta saltando. 

Un ataque rápido, igual de rápido que el que hacíamos cuando yo estaba en el equipo. 

El partido se paro, Sugarawa y Hinata se miraron y después todas las personas del pabellón estallaron en un grito, los dos chicos se abrazaron y el resto del equipo se unió a ese abrazo. 

Habían mejorado tanto, y yo no había estado ahí. Se habían adaptado a su ida, estaba feliz por eso, eso era lo que quería cuando se fue, qué se adaptaran para poder luchar contra Oikawa, pero, si estaba feliz, ¿porqué estaba llorando?

Estaba feliz, pero lloraba tanto, tanto que ya no podía poner la excusa de "lagrimas de felicidad", estaba triste, no por el que su equipo haya podido seguir su camino sin él, si no por el hecho de no haber estado para verlo, los quería, quería que ganasen, quería jugar con ellos, quería colocar una pelota y que me felicitasen por ello, aunque ya lo hubiera hecho más de mil veces, yo también quería estar en ese abrazo. 

Cerré los ojos, mordí mi labio inferior, tenía planeado decirles lo del cáncer, pero, ¿cómo podía entrar yo ahí y arruinar ese ambiente de felicidad? Simplemente, no podía. 

Me levante y me marche de ahí. 

Las lagrimas caían.

Mi corazón latía. 

Mi vida se iba.

Como una rama a la deriva. 

The Month  | Kageyama TobioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora