Capítulo 6

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Era la primera vez que aquellos ojos tormenta reflejaban sólo un par de cielos rotos y apagados, tan carentes de su brillo habitual, como la voz débil que en nada se parecía al tono impetuoso con que cada día lo acribillara de frases mordaces o chistecitos irritantes. No entendía a qué se debía –si era el hecho de hallarse sola en medio de la nada o si había algo más de lo que apreciaba a simple vista–, pero Genzo estaba seguro de que no deseaba por nada volver a encontrarse con aquella triste versión de la chica que él conocía.

—N-Necesito ayuda —murmuró Allison.

Sólo alguien con varios tornillos zafados (como la pianista) saldría del auto sin coger el suéter, aunque algo le decía que bien podría llevar encima mil abrigos y su cuerpo aun así temblaría. Genzo encendió las luces preventivas y se sacó el cinturón, saliendo al aire frío de la noche no sin antes estirarse para alcanzar el saco que había arrojado al asiento trasero. Junto al auto, todavía con aspecto de estar a punto de echarse a llorar, Allison lo observó rodear el vehículo y detenerse frente a ella.

—Ponte esto, pulga —le dijo, tendiéndole la prenda.

—N-No...

—Venga, está bien que midas lo mismo —volvió Genzo—, pero no eres un chihuahua para estar temblando.

Dejó caer el saco sobre sus hombros y no se quedó a mirar si lo sujetaba, yendo directo al frente del carro para echar un vistazo al interior del cofre. La luz de su teléfono apenas alcanzaba para iluminar algo en medio de la noche, pero por lo que pudo apreciar era probable que el carro de la chica tuviera algún problema en el motor.

—Una bujía gastada, el radiador obstruido o algo de aceite sucio —murmuró—, podría ser cualquier cosa y ninguna que tenga arreglo. Al menos no hasta que lo vea un experto, ¿no es el mismo carro que traías el día que te choqué?

—N-No, los de la agencia iban a repararlo. La lista de espera era larguísima, así que pedí que me lo cambiaran.

—Y supongo que no te aseguraste de que todo estuviera en orden antes de aceptarlo, ¿verdad?

—Bueno...

No hacía falta que se lo confirmara, a juzgar por lo poco que la chica parecía saber de autos. Genzo tampoco era un experto, pero tras años de llevar su carro al taller para que le dieran mantenimiento, podía decir que (al menos) había aprendido un par de cosas: revisar que todo marchara bien antes de salir a carretera o que las agencias de alquiler no eran ciento por ciento confiables, sobre todo cuando se te ocurría dañar uno de sus vehículos.

—Vale, pues. Haré que alguien venga a recogerlo, pero lo mejor será movernos —dijo—. La temperatura sigue bajando, no sería raro que empezara a llover.

—¿Estás... ofreciéndote a llevarme?

—Siempre puedes pasar aquí...

—¡No, no! —lo interrumpió Allison—. Iré contigo.

Volvió a su auto nada más para tomar su bolso, recuperar los papeles importantes, quitar las llaves y echar los seguros, aunque dudaba que alguien fuera a pasar pronto por ahí y que incluso si intentaran llevárselo, no conseguirían mover el carro estando descompuesto. Además, esperaba que alguien fuera a buscarlo antes de que amaneciera, lo que la hizo recordar que entre los documentos que llevaba debía tener el número de alguna grúa.

Una vez a salvo en el carro de Genzo, el aroma a cuero y menta inundando sus sentidos apenas cerrar la puerta, la pianista se dedicó a buscar el teléfono que necesitaba sin percatarse de las gotas que ya empezaban a caer sobre el parabrisas o del hecho de que el portero conducía a una velocidad mucho menos que adecuada para un deportivo. Cuando intentó llamar, advirtió que su teléfono se había quedado muerto, lo que la hizo pensar en cuan aterrada habría estado de tener que descubrirse incomunicada estando sola y a mitad de la carretera.

Del odio al amor [Captain Tsubasa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora