Capítulo 4

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No diría que fuese un experto en música clásica, pero suponía que todos alguna vez habían escuchado aquella melodía. La danza del hada de azúcar conocida por las notas dulces que marcaban la entrada debía resaltar no por la fuerza con que el intérprete presionaba las teclas sino justo por la delicadeza con que los dedos del pianista acariciaban el instrumento, arrancando suaves y hermosos tintineos a las cuerdas.

Que Allison pareciera incapaz de imprimir tal emoción a su ejecución no era un reflejo de su habilidad, ni debía poner en duda el talento que poseía y es que cualquiera que supiera lo que la chica había pasado esa noche, entendería por qué le resultaba tan difícil expresar en su música lo que no conseguía sentir ella misma. ¿Cómo dar vida a una melodía suave y acaramelada cuando en el pecho le revoloteaban los sentimientos más feroces?

Genzo se sintió culpable al pensar en que, si no fuera por él, la pelinegra sería capaz de tocar el Hada de azúcar tanto o más hermoso que otros músicos. Pese a lo poco que le agradaba la idea, el arquero se dijo que cruzaría con gusto el pasillo y llamaría a su puerta, ofreciéndole la mejor de las disculpas y la tarjeta de su mecánico de confianza, si sólo no estuviera seguro de que al descubrir de quién se trataba, Allison optaría por golpearlo.

«Si no sabré yo de orgullo», pensó.

No le sorprendió que la música no volviera a sonar, aunque como otra vez antes, lamento que la chica optara por alimentar el silencio que se apoderaba del edificio cuando su piano no amenizaba los días. Se preguntó si al sol de un nuevo amanecer el humor de la americana cedería lo suficiente como para dejarlo explicarse o si pasaría tanto que la oportunidad para pedirle perdón se habría esfumado para siempre. Seguía dándole vueltas al tema mientras rodaba en la cama y quizás fuera por ello que Genzo apenas consiguió dormir.

Despertó temprano para salir a correr, descubriendo al pasar por el estacionamiento que el carro de la americana no se veía por ningún lado. Supuso que habría ido al mecánico para que le checaran el faro estrellado y como era domingo, se pasó el resto del día con la oreja atenta, esperando escuchar el regreso de la pianista para, además de disculparse por chocarla, expresar su deseo de costear los gastos del arreglo. No tuvo suerte, sin embargo, ya fuera porque Allison no volvió a casa esa noche o porque cuando lo hizo, fue con tan sutileza que el arquero ni se enteró.

El lunes, iba con los minutos contados para presentarse al entrenamiento, pero incluso yendo a prisas el japonés se detuvo frente al apartamento de la pianista y lo pensó dos veces antes de llamar a la puerta. La pelinegra no respondió y al pasar por su sitio en el parqueo, se dio cuenta que, una vez más, el carro golpeado no ocupaba su plaza. Karl y Sho ya estaban en el campo cuando Genzo apareció, Levin demoró unos minutos pues su camioneta se hallaba en el taller.

—Ari dijo que quedarme sin auto y venir corriendo un par de días no sería nunca suficiente castigo —comentó, mientras calentaban—. Se siente fatal por lo ocurrido y yo también, aunque admito que me asusta un poco pensar en hacerle frente al carácter de esa chica.

—Y que lo digas, pero espero no morir en el intento —suspiró Schneider. Genzo alzó la vista.

—¿Piensas ir a verla?

—Ajá. Hace parte de la música para el ballet estatal, están montando el Cascanueces y practican en el teatro. Tengo planeado buscarla luego de la práctica y explicarle que fuimos nosotros los que provocamos el accidente, también quiero saber si ha contratado mecánico o...

—Incluso si lo hizo... —intervino el portero—, bueno, es menos probable que desconfíe si se lo recomiendas tú, así que dile que la estarán esperando en lo de Fritz y que no le cobrarán el servicio.

Del odio al amor [Captain Tsubasa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora