Capítulo 10

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El estadio retumbaba con el entusiasmo de la hincha, miles de alemanes reunidos para presenciar uno de los partidos más emocionantes de la liga y es que como si la rivalidad entre clubes no bastara para avivar los ánimos y el espíritu competitivo, esa tarde dos poderosas líneas ofensivas se batirían a duelo.

Por un lado, el cuarteto bávaro conformado por Wakabayashi, Sho, Levin y Schneider. Por otro, la máquina de ataque en que se convertían el defensa Ehlrich, los mediocampistas Schester y Manfred y el delantero uruguayo, Victorino.

Ya que ofrecer menos de lo que una afición (como la que había acudido a apoyarlos) merecía, habría sido como escupir en la cara al cariño y la confianza que el público les otorgaba, ambas escuadras comenzaron las hostilidades sabiendo que el equipo que obtuviera la ventaja en el marcador, definiría el rumbo del partido y quizás también el resultado global.

«No podemos permitirnos derrochar un solo minuto», dijo Schneider, antes de que saltaran a la cancha.

Contagiados por la determinación de su capitán, los rojos se dedicaron a la ofensiva tan pronto escuchar el pitazo inicial, aprovechando la estrategia de pases que llevaban tiempo puliendo y las oportunidades a gol que el joven emperador no desaprovechó, aunque todos sus intentos acabaran en fracaso gracias a la defensa encabezada por el genio, Alaric Ehlrich. Entonces, justo cuando los verdiblancos creían que podían empezar a relajarse al mudar la batalla a terreno enemigo, el Caballero del Sol de medianoche aprovechó para hacer de las suyas.

Interceptando el pase de los contrarios, Levin alardeó de su habilidad para driblear, sorteando a la defensa de los isleños del río hasta alcanzar posición de tiro, aunque debía saber que no por fanfarronear iría a intimidar al arquero que ya alguna vez le había hecho frente a sus disparos. «Te falta visión», pensó Genzo, desde su sitio, conteniéndose para no sonreír al ver al sueco perfilarse y golpear la pelota... hacia atrás.

Nadie lo había visto acercarse; distraídos con el ataque repentino de Stefan, todos pasaron por alto al defensa que abandonó su lugar pisándole los talones a su compañero, preparándose para contrarrematar cuando el tiro de Levin se dirigiera hacia él. Ahora, con una nueva potencia y un movimiento irregular que impedía descifrar hacia donde caería, la pelota rozó apenas los guantes del portero y se incrustó en la red, concediendo el primer tanto al Bayern Munich.

Eufóricos, pues no cabía duda que aquella jugada había sido una absoluta maravilla visual, los aficionados se enardecieron cantando a todo pulmón las porras de su equipo, que demoraron lo suyo en apagarse y casi no dejaron oír cuando el árbitro pitó el final del primer tiempo.

—Acabamos de provocar a una fiera, pero no importa cuán fuertes sean, nosotros debemos serlo todavía más —los animó Karl, al retirarse a los vestidores—. En la segunda mitad, apretaremos la defensa, pero no desperdiciaremos las oportunidades para anotar y aumentar la ventaja.

Todos se mostraron de acuerdo, así que una vez se reanudaron las actividades, Levin se unió al ataque junto a su capitán, encontrándose con un impenetrable muro que les cerraba el paso a la cabaña de Vogel. No tardaron en perder el esférico, los delanteros del Bremen demostrando su valía al superar la defensa del Gigante de Baviera y enfrentarse al mismísimo Sho, quien no pudo hacer mucho cuando el enemigo halló la manera de adelantarse a su marca y alcanzar la zona de tiro.

Mucho se había hablado hasta el momento de la buena racha que Wakabayashi presumía tener y es que ya fuera en la Bundesliga o en la Liga de Campeones, el japonés había llegado lejos con un récord de cero goles en contra, de modo que para esas alturas de los torneos eran muchos los que se proponían a tirarle el teatrito y borrar de su rostro aquella sonrisa arrogante, el primer jugador en anotarle pasando a la historia como el Derribador del SGGK.

Del odio al amor [Captain Tsubasa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora