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Salió de su casa de campaña hecha de manera improvisada con paletas de madera y plásticos. Estiró su cuerpo complemante entumecido, en causa por dormir contra el suelo, lo cual lo hizo extrañar su antiguo futon por el dolor que se provocaba en sus músculos. Pero a pesar del clima y las adversidades, el frio no le hizo estragos a su cuerpo, su musculatura acostumbrada a tiempos despiadados no se afligia ni un milímetro ante la ventisca helada, incluso si sólo llevaba una delgada chaqueta.

Casi amanecía, el sol apenas y se asomaba de entre los edificios provocando un ambiente casi gélido. Pero no había nada más favorecedor que tener cada parte de la luz del día para aprovechar.

Su pierna ya casi estaba curada, y aun con la mejoría no podía avanzar al ritmo que deseaba. Un día entero caminando por la avenida y casi sobrepaso la mitad del trayecto. A este paso llegaría demasiado tarde hacia Jimin. Los segundos eran sagrados y no quería ni pensar en ninguna escena horrible que pueda estar pasando Jimin.

El Carnaval no era conocido por ser una comunidad grande. Si no más bien por las fechorías que pasan ahí dentro.

Esclavitud, trata de blancas, fabricación de drogas, ejecuciones, torturas, entre muchas otras cosas por las que no le deseaba a nadie terminar ahí. Ni un alma, en su sano juicio, iría a vivir a ese lugar demacrado y putrido por voluntad propia. Por ello optaban por raptar personas o meter ideas en su cabeza acerca de que irían al mejor sitio para pasar el resto de sus vidas, y que todo sería felicidad y comodidad.

Nada más que puras mentiras.

—Hija de perra...— Se quejo cuando su herida pulso de dolor al intentar correr.

Ignorando el tinte doloroso, tomo su mochila y se puso de nuevo en marcha más lento que al principio.

Recargo su pistola por si acaso pues era de conocimiento, casi de ley, que dentro de las abandonadas ciudades se escondían los rufianes que por su necesidad de comida eran capaces de comerte vivo. Literalmente eran caníbales. Era obvio que cualquier establecimiento estaba casi al cien por ciento saqueado, por lo que era tonto buscar comida en estos sitios, pero estas personas ya desquiciadas deboraban cualquier cosa, pues segun ellos, en su sangre ellos no eran nómadas. Más bien eran idiotas que no aceptaban que para sobrevivir sin depender de las comunidades tu entorno tenía que cambiar de vez en cuando.

O hacer ciertos sacrificios que no cualquiera estaba dispuesto a pagar. Esa era la otra cara de la moneda que nadie te decía de la vida en las calles.

Si, tenias más libertad. A cambio de ciertas carencias...

Ya después del medio día, subió a unas escaleras de emergencia de un edificio de departamentos y con sus binoculares podia ya porfin apreciar la muralla tan característica del carnaval. Bastante lejos aún, pero su objeto ya estaba en la mira aso que esto era mejor a cambio de nada. Casi podia sentir el hedor del humo de las fábricas. Chamuscado y artificial.

Ugh como lo detestaba.

Bajó con cuidado, las escaleras estaban a punto de ceder en cualquier momento por la antigüedad que poseían. Como todo a su alrededor, el metal estaba más que oxidado. Estando a unos metros del final, una gran parte de está chillo y la mayoría de los tubos cedio a su peso, con rapidez característica alcanzo a sujetarse de la reja de un balcón que convenientemente estaba al acance de su mano.

Escalo sin esfuerzo alguno. La cerca aún estaba en condiciones óptimas como para aguantar su peso, e ignoro su pierna que le pedía a gritos atención.

Y al entrar a la habitación, casi sacado de un catálogo del siglo pasado, estaba un enorme espejo color perla. El vidrio reluciente, parecía congelado en el tiempo. No cuadraba con el ambiente del cuarto, sucio y lleno de tierra. Y sin embargo eso paso a segundo plano. No le extraño, porque Davey podía ver su reflejo a la perfección. Y eso era una distracción que le repudiaba y le generaba un asco hacia su propia persona que rasguañaba dentro de su alma.

Carnaval ♤ KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora