Capítulo 22

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Las estimaciones de Jaime casi nunca fallaban. Esta vez, se preocupó que Oliver no pudiera haber salido seguro de la casa de Aiden. Su plan no garantizaba su salvaguarda. Si lo descubría... no, nada de negatividad.

Fuera, el sol comenzaba a ocultarse.

Oliver solo se estaba retrasando, eso era lo más lógico.

Daniel se había sentado frente a Ariadna, su semblante decaído. Esta se había negado a responder el saludo, por lo que llevaban un buen tiempo sin hablar.

A esa distancia era obvio lo mucho que le costaba a Ariadna mirar a su esposo sin desaparecer como una estrella fugaz por la puerta. No obstante, descubrir el propósito de la visita de los padres era el objetivo de Jaime. Había visto muchos psicópatas en la prisión y varios de ellos habían matado a sus mujeres, algunos incluso a sus hijos. Quería entender qué se cocía en esa mente sombría.

-Te extraño -dijo Daniel. Esa ropa grande con la que se había vestido la hacía ver más frágil.

Cuando no recibió respuesta, insistió.

-Yo te amo, cariño.

Un tic nervioso provocó que el ojo de Ariadna temblara. Cariño. Esa palabra, dicha por ella, siempre terminaba con un golpe. La detestaba, la detestaba tanto que ni siquiera se atrevía a usarla en sus historias.

-Por favor, háblame -suplicó Daniel.

Acostumbrada a que su humor cambiara como las serpientes mudando piel, presionó las uñas contra el vestido rosa pastel que Oliver le había comprado cuando le comentó que le encantaban los colores pasteles en la ropa.

-Daniel, quiero el divorcio.

La mirada que le dirigió no fue nada bonita.

-No nos podemos separar. Yo te amo.

-Estás obsesionado conmigo.

Ariadna se decantó por hacerle entrar en razón. Quería ayudarlo.

El doloroso recuerdo de su hermano siendo arrastrado por los hombres de la psiquiatría le pesaba. Si le hubiesen prestado atención no habría pasado tal desgracia. ¿Y si podía salvar a Daniel? Tal vez... solo tal vez, no tenía la culpa de sufrir ese trastorno.

-Sé que no tengo excusas para lo que te hago, pero no puedo vivir sin ti -suplicó Daniel.

-¿Por qué no puedes dejarme? -Ariadna se silenció un momento. Dudosa, añadió: -Sabes que no te amo.

Algo parecido a la ira ardió en los ojos del hombre, aunque no lo demostrase.

-Desde el primer día que te vi me enamoré. Te quise para mí.

El corazón de Ariadna ardía por el asco y la furia que despertaban con esas mentiras. Sus uñas se clavaron contra sus muslos mientras retenía las náuseas.

-Por tu culpa terminé en esta miserable vida.

-Si es miserable... puedo cambiar -la desesperación de Daniel pasó de su voz a su cuerpo-. Te lo juro, cambiaré. Seré como quieras que sea.

-¡Te quiero lejos de mí!

Por fin, se quebró, los malos recuerdos atormentándola. Los besos y las caricias que transgredían su negativa, esas sucias manos que pasaban de tocarla a golpearla. Las noches en las que se encerraba a llorar en el baño, desnuda, después de ser abusada por él. Ni siquiera el agua la hacía sentir limpia.

Los clientes miraron lo que estaba pasando y Daniel se disculpó con ellos.

-No gritemos. Solucionemos esto como personas decentes.

La última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora