𝐒𝐭𝐚𝐠𝐞 𝐈. 𝐌𝐚𝐫𝐝𝐲 𝐁𝐮𝐦

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"Como siempre, el sueño que perseguíamos y la realidad que se nos impone, no se parece mucho, la felicidad nunca es perfecta". — NANA 


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𝐏𝐨𝐫𝐜𝐨

Nada ha cambiado desde que tengo memoria.

El mismo olor a panecillos proveniente de la cocina, el mismo techo rugoso al abrir mis ojos, el mismo rayo de sol colándose por las persianas.

Nada ha cambiado desde que tengo memoria.

Me quedo unos segundos sentado a la orilla de la cama, con la mirada perdida en un zapato mal colocado cerca del armario; me duele la cabeza y la boca del estómago. 

Camino hasta el cajón de mi escritorio y saco un cigarrillo; lo enciendo con el viejo mechero del abuelo y abro bien las ventanas agitando el humo hacia fuera para dispersar el aroma.

Anoche tuve una pelea con mi padre; no es que me afecte su distanciamiento o la forma en que menosprecia mis sueños, en realidad, buscaba cualquier pretexto para salir de casa y hacer de mi vida una mierda, una mierda que le permitiera recordar que ya no soy un niño al que puede controlar.

La mayoría de los padres japoneses dejan que sus hijos tomen decisiones importantes por sí mismos cuando están por concluir el bachillerato, sin embargo, mi padre tiene la extraña costumbre de involucrarse en todo, incluso en la vida de mi hermano mayor que ya está en la universidad.

— No voy a pagar la escuela de artes, Porco, si no has conseguido la beca, es mejor que lo olvides.

Bajé la mirada y suspiré mientras arrugaba con una mano el sobre y su contenido, las letras se deformaron dentro de mi palma quizá era la mejor forma de soltar mi ira.

— Y yo no iré a la universidad, papá — resolví levantándome de la silla.

Se abstuvo de responder, sólo asintió con la cabeza a la vez que se incorporaba y caminaba hacia la puerta, se detuvo a mitad del pasillo y posó una mano sobre mi hombro.

— No puedes vivir de la música hijo, ambos lo sabemos.

Con un movimiento evadí su toque y me senté frente a la ventana.

Pestañeo un par de veces, como si eso va a traer de vuelta mis difusos recuerdos de la noche anterior. Sé que salí de casa y me dirigí al bar más alejado de mi distrito. Una mujer rubia de ojos grandes y labios teñidos de rojo no dejaba de mirarme.

30,32, le calculaba esa edad. No importa que sean mujeres mayores que yo mientras puedan satisfacer mi exigente polla. Aunque siendo sincero hace mucho que eso no sucede, y estoy seguro de que anoche no fue una excepción porque me encuentro de mal humor, una mezcla de frustración y estar fumando en ayunas.

Me siento en un sillón pegado a mi ventana y miro hacia la casa del frente — abandonada hasta hace unos días — con las cortinas abiertas y una persona parada frente al balcón cepillando su cabello.

A mi parecer es una niña de secundaria, tiene el cabello tan rubio que parece dorado. Me doy cuenta de que el uniforme que viste es el mismo de mi escuela, eso quiere decir que tiene más o menos mi edad.

Genial, nuevos vecinos que se quejan por el ruido de mi guitarra, o lo que es peor, vecinos a los que mi mamá invita a cenar el fin de semana para conocerlos mejor.

𝙰𝚜𝚝𝚛𝚘𝚗𝚘𝚖𝚢 | Porco GalliardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora