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               NAMOR había vuelto a su hogar. Surgió del agua haciendo que ésta escurriese por su cuerpo al finalmente pisar suelo bajo un techo de piedra iluminado por los leves tonos azules. Pero para sorpresa del par de mujeres de piel azulada que se acercaron a recibirle, no lo había hecho solo.








En sus brazos yacía una joven cuyos ojos estaban cerrados. Sin decir nada al respecto se dirigió directamente a su refugio donde solía pasar el tiempo decorando las paredes con pinturas y le recostó en el mismo lugar que ocupaba por las noches.








Bien pudo haber sido indiferente cuando le encontró, las personas de la superficie no eran problema suyo y sólo traerían problemas a su reino pero algo en ella le hizo actuar. ¿Pudo haber sido la manera en que el agua reflejaba luz en su rostro por la mañana? ¿O la manera tan suave en que se hundía sin perder la belleza en sus rasgos? Eran ambas. Era ninguna.








Sabía que estaba viva, podía sentirlo, pero el hilillo rojizo que se trazaba empezando por su cien había sido la causa principal de que cayese al agua sin reacción alguna.








—¿K'uk'ulkan?—preguntó una de sus ayudantes deteniéndose en la entrada, apenas moviendo las cortinas hechas con pequeñas cuencas.









Está sangrando. Trae algo para eso, por favor.









Sin cuestionarle, apresuró el paso obedeciendo la orden. No había heridos seguido en Talokan pero las recetas que la primera tribu dejó persistían de la mano de Namor. Por lo que no mucho después se encontraba aplicando aquel ungüento medicinal verdoso sobre la pequeña herida, moviendo con cuidado el cabello que le estorbaba.









Una vez habiéndose ocupado de aquello tuvo la oportunidad de observarle con detenimiento; los shorts de mezclilla y playera negra le parecían horrorosos además de que en el camino perdió uno de sus zapatos. No entendía la manera en que los de la superficie vestían pero de alguna manera no lucía tan mal en ella. Con ello en mente decidió dejarle a solas. . .










Entonces, momentos después, sus ojos empezaron a abrirse lentamente acostumbrándose a la iluminación. Frunció el ceño ante la nula familiaridad del techo. Todo se volvió el doble de confuso al notar que la superficie donde estaba recostada se movía ligeramente, palpando los costados se dio cuenta que se trataba de una hamaca.









Primero se sentó para mirar a su alrededor teniendo cuatro paredes con coloridas pinturas impregnadas en ellas. El pánico empezaba a apoderarse de su sentir por lo que terminó parándose sólo para notar la curiosa sensación térmica de sus pies. Bajó la mirada encontrándose descalza.









—Hola.










Dirigió su mirada hacia la voz masculina enfrente suyo. Sin querer recorrió con la mirada al hombre que entraba al pequeño refugio. Su piel canela hacía que el azul de los adornos que cargaba combinasen más que perfecto, estaba totalmente atontada por su presencia lo cual él notó dejando escapar una pequeña sonrisa. En silencio dejó el recipiente de agua en la mesita de madera que les separaba antes de volver a su posición anterior pues lo que menos quería era asustarla.










—¿Cómo te sientes?—preguntó encontrando el camino de vuelta a sus ojos cafés. Ella no dijo nada así que continuó—fue un golpe fuerte. Y ni hablar de toda el agua salada que tomaste.











Ante su último comentario soltó una pequeña risita. Juntó sus manos enfrente suyo esperando una reacción de su parte.









—Me llaman K'uk'ulkan.









La serpiente emplumada...—soltó en un murmuro, sorprendiéndole.










—No me ves plumas, ¿o si?—bromeó con una sonrisa.










—No, desde luego que no—el nerviosismo en su voz era evidente pero no sabía si era por la situación o simplemente la expresión de su acompañante—uhm...¿dónde estoy?










—¿Justo ahora? Se podría decir que en mi reino. Específicamente donde duermo.










—Y...¿cómo llegué aquí?










—¿Qué es lo último que recuerdas?—ladeó ligeramente la cabeza.









—Estaba por dormir cuando decidí salir un poco antes y...—sus ojos se abrieron más de lo normal ante la imagen mental.









—No le caías muy bien a tu amigo. Pero, por suerte te encontré—avanzó un paso—¿cuál es tu nombre?










—Poli. Me dicen Poli—se cruzó de brazos.










—Poli—repitió, como si tratase de tatuar aquellas dos sílabas en su mente—enviaré a alguien con ropa más cómoda.










Acto seguido le dejó a solas.

poli  ⊹       namorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora