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                 LA MENTE de Poli daba mil vueltas y no estaba segura si dolía por la herida abierta o por intentar digerir la información que le fue dada. Se acercó a las pinturas de los murales notando sus colores vivos y tonalidades azules que hacían contraste con los cafés, y podía reconocer el estilo por libros más no podía identificar una cultura en específico. Probablemente había terminado en una playa cercana que habitaba alguna comunidad aislada de los demás. Era la única teoría que creía posible y honestamente, la única que podía imaginar.







El leve sonido de las cortinas de cuencas le hizo girar en dirección a la entrada donde una mujer entraba con ropa cuidadosamente doblada en las manos. Aunque al punto de vista de Poli lo de menos era el atuendo que desde lejos se notaba lo bien hecho que estaba, el factor que robaba su atención era la tonalidad de su piel en conjunto al artefacto que cubría su nariz y boca. Pese a la impresión que le causaba se acercó para tomar lo que traía.







—Gracias—le dijo al recibir el atuendo.







No se veía mucho más grande que ella en edad, sus ojos eran ligeramente rasgados y en conjunto a la vestimenta anaranjada que usaba le hicieron sentir un poco intimidada. Sin siquiera hacer ruido se dio media vuelta dejándole sola una vez más cosa que aprovechó para desdoblar la tela blanca. A su criterio, la ropa que ya usaba no tenía nada de malo pero tampoco sería grosera al rechazar la vestimenta que no lucía nada mal. Y es que Poli no era mucho de usar vestidos pero una vez que la ligera tela entró en contacto con su piel le hizo sentir más cómoda de lo que creía.







Decidió salir de una vez por todas, ganándole la curiosidad. Detrás de la cortina se encontró con un ecosistema totalmente diferente al que creía, tirándole a la basura su única idea del lugar. Más bien, era una cueva subterránea parecida a un cenote —exceptuando que no había abertura al exterior— la cual era iluminada por las formaciones azules que colgaban del techo formado de piedra. Hierbas verdes crecían aquí y allá. Tres escalones a menos de un metro de la salida daban a una laguna de agua cristalina.







—Veo que acerté con la vestimenta.







Giró la cabeza a la izquierda encontrándose con Namor y una pequeña sonrisa en su rostro. Él también había tenido la oportunidad de cambiar su atuendo que en cierta manera combinaba con el de Poli; una suave tela blanca con patrón en la orilla sobre sus hombros pero aún dejando al descubierto buena parte de su cuerpo.







—Si, es lindo—respondió sin saber realmente si se refería al vestido o a lo que usaba Namor—gracias.







—Pedí que prepararan algo de comer. Ven.







Esperó a que Poli llegase a su lado para comenzar a caminar entre las formaciones rocosas.







—Oye, esto va a sonar súper raro pero ¿es mi delirio o la muchacha de hace rato era azul?







Namor reía. Y aunque ella no entendía lo gracioso de su comentario le parecía sumamente agradable el sonido de su risa junto a las manera en que sus ojos se entrecerraban por el gesto.







—No es tu delirio, in puksi'ik'al—le miró—la piel de mi gente es azul.







—Gente. En plural—asintió—¿qué tan grande es esta cueva?







—Mi pueblo no habita esta cueva. Tiene una ubicación que no planeo compartir con nadie. Menos con alguien de la superficie—Poli entrecerró los ojos—además, no estarás aquí por mucho. Sólo hasta que tu herida sane lo suficiente.







—Ósea que no quieres que sepa donde están los demás pero puedo estar en tu casa, me das ropa bonita y me invitas a comer—dijo deteniéndose, haciendo que imitase su gesto.







—Es más complicado que eso. No te conozco lo suficiente para confiar en tu palabra. Aparte—hizo una pausa para levantar el rostro de Poli con sus nudillos, mirándole directo a los ojos—sería una lástima tener que buscarte, encontrarte y matarte por divulgar lo que viste aquí abajo.






Acto seguido sonrió ligeramente y le soltó para continuar caminando. Poli estaba muy confundida. Debía ser una amenaza, temerle por lo que podría ser capaz y por su vida pero tuvo el efecto contrario en ella. Su curiosidad por el pueblo que tanto protegía creció, al igual que la zona de pensamientos que él ocupaba en su mente.

poli  ⊹       namorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora