Se ríe. Se ríe a carcajadas mientras la sangre le sale de la boca y recorre sus mejillas. Un grito agudo se instala en mi cabeza y luego una voz. Una voz dulce me despierta, como en una mañana lluviosa con olor a café.
—Cariño, cariño...
Abro los ojos y despierto en medio de un ahogo. Toso y miro la habitación blanca. La recorro con la mirada, hasta que mis ojos se posan sobre la más hermosa criatura.
Lleva la pañoleta en la cabeza y las pecas alrededor de la nariz. La vejez le dejó las arrugas de expresión alrededor de los ojos y la boca. Pero nunca dejará de ser preciosa.
Permanece en silencio viéndome.
—¿Sara?
Se ríe y se acerca.
—Está bien. No es la primera vez —suspira—. Papá —me agarra la mano con un tono comprensivo— ¿Tienes hambre?
Soy consciente de mí mismo. De mis manos. Las miro y están avejentadas, arrugadas. Jalo la izquierda y está conectada a un suero. La derecha tiene una etiqueta en mi muñeca que dice "Ángel Martínez".
Muevo una pierna. Luego otra. Vuelvo a mirar a la joven y recuerdo a Alelí cuando la conocí en la universidad, el día que nos casamos, cuando nació Magda, las veces que cocinaba para mí mientras reía. Todo me golpea en ráfaga.
Incluso el día de su muerte en aquel autobús hace ocho años.
—Solo somos tú y yo —susurra Magda. Me agarra de la mano y la levanta para besarla.
—¿Y qué pasó con Sara? —es lo único que puedo preguntar, porque no aparece en ninguno de mis recuerdos.
Escucho cómo suspira —: Papá —dice Magda comprensiva nuevamente—, Sara nunca existió.
Abro los ojos. Debe estar enloqueciendo ¿O soy yo quien está volviéndose loco? Porque en la puerta está Sara de pie mirándonos. Tiene una enorme y macabra sonrisa.
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Trastorno Neurodegenerativo Mayor
Short StoryÁngel se despierta y no tiene un buen día. Como siempre. Su primer pensamiento es el temor que tiene por su mujer y, el que le sigue, es sobre su amor frustrado. Pero, mientras pasan las horas todo estalla y su realidad lo estremece, cuando la mujer...